Palabras del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, en el acto de inauguración de la Casa de los Premios Nobel Latinoamericanos, en San Telmo, CABA.
Muchas gracias a todos y todas por estar acá, gracias Rector por invitarme; gracias Adolfo por tanta generosidad: aquel discurso de Adolfo, es un discurso imborrable, que todos los argentinos deberíamos escuchar cotidianamente, habla de lo qué es Adolfo, de su permanente entrega, de su generosidad, su enorme humildad. He saludado a los nietos, no sé quiénes son sus hijos, pero – de verdad – tienen que tener un orgullo enorme del padre y del abuelo, que tienen, porque tienen sus genes, o sea que tienen también una responsabilidad enorme.
La verdad es que es una idea increíble, de generosidad, que además esta casa, que es tan emblemática para todos se convierta en el lugar donde homenajeemos a los que fueron Premios Nobel, de Argentina, que son personas que nos llenan de orgullo; alguno tengo el gusto de conocerlo y de quererlo; a otros no los conocí, pero los admiré. Todos pasaron por nuestra universidad y es causa de orgullo para todos nosotros.
Y de verdad, me parece que en cada uno de ellos, hay un modelo a seguir, un modelo de vocación científica, en Milstein, en Leloir, en Houssay; un modelo de dedicación al derecho, a la búsqueda de la paz, de la igualdad, en el caso de Adolfo, en el caso de Saavedra Lamas, dos Premios Nobel de la Paz, pero además es muy importante, que esta casa sea la que contenga la historia de los Premios Nobel, porque no es cualquier casa. Recién, me contaba Adolfo que está fue la casa de la resistencia, aquí funcionó el SERPAJ, acá estaba Adolfo combatiendo y pidiendo por la libertad, pidiendo por los derechos, de los que padecían en la dictadura, de los perseguidos, de los buscados, de los maltratados por la dictadura.
Pero además, Adolfo nunca cesó en esa lucha, porque la lucha de Adolfo – como bien dijo, hoy – va mucho más allá, es la reivindicación del ser humano, devolverles a todos y a todas la dignidad, que el ser humano merece, esas palabras que por ahí pasan ligeras y son tan tremendas, tan importantes, no preocuparse por el asistencialismo, sino devolverle dignidad al ser humano, devolverle la dignidad, que por su condición humana tiene. Eso lo hizo Adolfo, en un momento muy difícil de nuestra Patria, en un momento muy complejo, muy complicado y me mostró, arriba, la sala donde hacía sus huelgas de hambre, reclamando pacíficamente por los derechos conculcados.
Una de las alegrías que habré tenido, el día que me muera, es haberte conocido, Adolfo, de verdad; haber conocido tu generosidad; haber conocido tu hombría de bien, haber conocido algo que descubrí, tu capacidad artística enorme, ese Mahatma Gandi, que está a la entrada, es una obra escultórica, una escultura de Adolfo y arriba hay un cuadro maravilloso, con los Jinetes del Apocalipsis, que habla también del alma, porque los artistas – en esas obras- sacan su alma y la comparten con nosotros.
Así que estoy feliz de estar aquí, ya me comprometí con el Rector, que vamos a ponerle un ascensor para que el movimiento sea más fácil y te prometo que vamos a poner unos aires acondicionados, para que – en el verano – se disfrute del todo. Y a los que son familiares, de nuestros otros queridos Premios Nobel ayúdennos a llenar esta casa de la riqueza, que ellos representan; ellos son modelos para todos nosotros, pasa el tiempo y siguen siendo nuestro orgullo. Así que les pido ayúdennos a eso.
Y gracias, de verdad, Adolfo, por tanta generosidad, hoy que además es el Día de la Democracia y es el Día de los Derechos Humanos. Gracias, de corazón; gracias a todos y todas. (APLAUSOS)