Julio Argentino Roca: Ilustre estadista y defensor de la soberanía argentina

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Palabras del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, en el encuentro de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social 2020 “Recomenzar la Argentina y la Patria Grande”, en videoconferencia, desde la Casa Rosada

Palabras del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, en el encuentro de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social 2020 “Recomenzar la Argentina y la Patria Grande”, en videoconferencia, desde la Casa Rosada.

Muy bien, muchas gracias a todos, gracias a la Pastoral Social por dejarme participar de este encuentro, en un día importante y singular de la Argentina, porque los 30 de octubre los argentinos festejamos el Día de la Democracia, un 30 de octubre, en nuestro país, la mayoría de los argentinos eligió a Raúl Alfonsín, como presidente, y desde entonces, aquellos – que vivimos en la dictadura –celebramos y recordamos la democracia. Y me parece que es una gran casualidad o no que nos pongamos a repensar la política, como siempre lo ha hecho la Pastoral Social, en este caso ver cómo recomenzar la Patria Grande, de la que el Monseñor Ojea está hablando, porque es definitivamente cierto, que la pandemia nos exige entrar a otra lógica, iniciar una nueva lógica.

Cuando yo escucho hablar de que tenemos que volver a la normalidad, la pregunta que inmediatamente me hago es: ¿A qué normalidad queremos volver? Porque la normalidad que vivíamos, antes de la pandemia, era una normalidad signada por la desigualdad, por el desequilibrio social, por la especulación y por la injusticia, por el desamparo de millones de seres humanos, que quedaban sumergidos en la pobreza y en eso que – algunos de ustedes dijo antes – en una suerte de cultura del olvido, donde muchos terminan sobrando, en eso que llama el Papa Francisco como la cultura del descarte. La realidad es que yo no tengo ninguna vocación de que el mundo vuelva a esa normalidad, porque volver a esa normalidad es volver a una sociedad desigual e injusta, que hemos creado y eso no es bueno. Eso es definitivamente malo.

Por eso, me parece que es una gran idea la de recrear la idea de construir algo nuevo, recomenzar la Patria Grande, dicen ustedes, y es una gran idea, porque si lo que vamos a hacer es volver a esa normalidad que – finalmente – lo único que permitió es que unos pocos ganen muchos y unos millones queden sumergidos en el pozo de la pobreza, la verdad, que a esa normalidad yo no quisiera volver más. Y lo que deberíamos preguntarnos es qué fue lo que ocurrió, en el mundo, para que esa, entrecomillas, normalidad ocurriera.

En verdad, creo que hay muchas razones: la primera causa es que empezó a desarrollarse, desde hace varias décadas adelante; esto Martín seguramente lo explica mejor que yo, una lógica dentro del capitalismo que lo que planteó fue apostar a lo financiero, antes que apostar a lo productivo. Y fue obvio, que – a partir de los juegos financieros – se pueden obtener mejores resultados que los resultados que se obtuvieron cuando el capitalismo nació, que era arriesgar dinero en una inversión productiva que daba trabajo y, que al final, se volvía rentable; eso fue poco a poco perdiéndose. Yo siempre digo que el capitalismo entró, en crisis, el día en que en las empresas fueron más importantes los gerentes financieros, que los gerentes de producción, porque allí todo empezó a desequilibrarse y porque allí los resultados fueron más fáciles obtenerse, a través de la especulación, y a través del riesgo propio del capitalismo.

El mejor capitalismo fue aquel capitalismo de Ford, que algún día fabricó algo tan suntuario como un auto y un día se preguntó: ¿y por qué este auto no lo pueden tener quienes trabajan en mi fábrica? Y se ocupó de empezar a producir esos autos en masa, y se ocupó de que sus operarios puedan acceder a aquello que el mismo producía y así – evidentemente – escaló la igualdad en esa sociedad, en la que nos pocos elegidos tenían autos. Me vale el ejemplo de Ford para tratar de repensar en cómo eligieron los otros que sea el capitalismo, porque el capitalismo necesita de esa épica, en la que no sólo crecen algunos, sino que crecen todos.

Finalmente, todos los que pierden, los que trabajan, los que gobiernan somos para de un Estado. Y un Estado es en esencia la forma en que se organiza una sociedad. En una sociedad, todos ganan, la sociedad es un lugar donde se acuerda la convivencia para que todos ganen. Si en una sociedad algunos ganan y otros pierden eso no es una sociedad, eso es una estafa. Y lo que nosotros necesitamos es reconstruir, es recrear – después de la pandemia – otra normalidad, porque no es normal ver casi sin verlos a los miles que habitan las veredas de las calles de las ciudades del mundo, de las Argentinas también. No puede ser que nos hayamos acostumbrado a que alguien limpie los vidrios, los parabrisas del auto, en un semáforo, tratando de buscar una moneda para sobrevivir. No nos puede ser normal ver a chicos, deambulando en la calle, buscando un centavo para poder seguir viviendo. Volver a esa normalidad sería lo peor que puede dejar esta pandemia.

Por eso, la verdad, que yo no quiero volver a esa normalidad, quiero que seamos capaces de construir una normalidad distinta. Y para construir esa normalidad distinta – estoy convencido – el diálogo es central, el diálogo social se ha vuelto un elemento central, porque somos una sociedad, y en una sociedad somos pares, somos partes integrantes de un conjunto, que se llama sociedad. Y cómo esa sociedad va a desarrollarse no puede depender de uno debe depender del acuerdo del conjunto, lo que queremos es construir un nuevo pacto social, que nos de la igualdad, que hoy no tenemos. Entonces tenemos que sentarnos a dialogar seriamente y a construir ese acuerdo.

Yo estoy seguro que si le pregunto a quiénes nos están escuchando cuán conformes están con esta normalidad no voy a encontrar a nadie que me diga que está contento, con la normalidad previa a la pandemia. Y por eso creo que tiene mucha razón el Papa Francisco cuando dice que la pandemia puede ser una oportunidad de construir un mundo con otras lógicas, un mundo donde la distribución del ingreso se haga más equilibradamente; un mundo donde lo financiero no sea el eje central de los que invierten; un mundo donde se invierta y se produzca y se cree trabajo; un mundo que, con el trabajo, se recupere la dignidad de los que, hoy, no tienen trabajo y deambulan, por las calles, tratando de buscar el sustento diario; un mundo que se preocupe, como debemos preocuparnos los argentinos, porque más del 50 por ciento de los chicos, de menos de 14 años, están en situación de pobreza. Y eso debe preocuparnos, en un mundo que cada día exige más inteligencia, porque precisamente, en los primeros años de vida, en la nutrición que recibe un niño - en sus primeros años de vida - está el secreto de ver cómo va a funcionar su capacidad de conocer en el futuro. Y si nosotros nos olvidamos de ese 50 por ciento, que está debajo de la línea de pobreza, lo único que estamos creando son marginales, en el futuro. Y la verdad, en este bote – que se llama Argentina – tenemos que estar todos unidos y todos remando para el mismo lado y a todos debemos integrar y el integrar a alguno no significa de ningún modo expulsar al otro. También la integración social supone que podamos convivir en la diversidad, convivir en la diferencia respetando que el otro no es igual que uno, respetando no tolerando. La diversidad no nos pide tolerancia, porque tolerar es algo que uno hace contra su voluntad; respetar es algo que uno hace desde el alma.

Y nosotros lo que tenemos que construir es ese país que se integre detrás – como dijo el Monseñor Lugones – que se integre detrás de la idea de producir, de invertir, de crear trabajo, de buscar más igualdad y que nos empeñemos todos exactamente en esa lógica. También la lógica de repensar cómo queremos que sea el Estado, porque el Estado que hemos tenido, también, tiene muchas deficiencias hoy, que celebramos 37 años de democracia, si no me equivoco, si no hago mal la cuenta, hoy que celebramos 37 años de democracia, la verdad, que los resultados no parecen ser los mejores. Si con 37 años de democracia tenemos los márgenes de pobreza, que tenemos: 40 por ciento de la Argentina sumida en la pobreza, un problema de falta de trabajo creciente, la salud pública recuperándose en el medio de una pandemia, porque fue olvidada, durante cuatro años; la educación pública maltratada desde el Estado y recuperándose también ahora. Nosotros ese Estado, el Estado que queremos construir, la verdad, lo tenemos que pensar en conjunto, porque tiene que ser parte de esa sociedad, tiene que ser el resultado del contrato social, que debemos volver a firmar.

Y yo siento, que efectivamente, tenemos una gran oportunidad, que también nos exige pensar en cómo desarrollar, a la Argentina, porque la Argentina que ha optado por un modelo de desarrollo pensado en la década de 1880, y que - a esta altura de los acontecimientos - lo único que ha dejado es un desarrollo muy desigual, donde hay un país central rico y productivo y países periféricos, al norte y al sur, ese modelo de país no nos puede dejar tranquilos, no nos puede dejar en paz, no nos puede conformar. Tenemos que repensar cómo integramos y desarrollamos a lo que yo denomino la Argentina periférica, la Argentina que bordea al norte y al sur a la Pampa Húmeda, porque allí viven millones de argentinos olvidados, con muy pocas posibilidades de progreso, con muy pocas posibilidades de desarrollo, y es nuestra tarea incluirlos, porque también tiene razón el Papa Francisco cuando dice que algo debimos aprender con la pandemia, y ese algo es que aquí nadie se salva solo, que el que creyó que se salvaba solo ya se dio cuenta que no es así, porque un día apareció un virus y no hizo distinciones, ni de clases sociales, ni de ideologías políticas, atacó a todos por igual, no prestó atención si atacaba a economías desarrolladas, economías en desarrollo o economías subdesarrolladas, atacó a todos por igual.

Eso nos tiene que hacer pensar que definitivamente la decisión para adelante debe incluirnos a todos, debe ser abarcativa, debe abrazar a todos. La construcción de una Argentina más igual, que desarrolle las economías regionales, que le permita a cada argentino desarrollarse en el mismo lugar donde nace, es una tarea que hace años venimos diciendo que hay que hacer y que nunca la hacemos, y ha llegado la hora y tenemos la oportunidad de hacerlo, definitivamente es así.

Y en verdad no tengo más ganas de que firmemos acuerdos de reparación histórica, lo que tengo ganas es de firmar acuerdos de desarrollo igualitario, que no siga creciendo solo una parte del país y los demás miran cómo crece el país central desde la tribuna, no es eso lo que quiero. Ese país es tan desigual porque alguna vez se pensó la Argentina como un país exportador de alimentos, fundamentalmente, después del petróleo y después de minerales, entonces el país central se consolidó allí donde estaba el puerto, y todos los caminos conducían al puerto, y el resto del país se desintegraba.

Nosotros tenemos que ser una generación que vuelva a integrar a ese país, que vuelva a darles oportunidades a todos, como digo yo, yo quisiera que no pase tanto tiempo para que alguien que nazca en La Quiaca, pueda nacer en La Quiaca, pueda crecer en La Quiaca, pueda estudiar en La Quiaca, pueda encontrar en La Quiaca trabajo, pueda formar su familia en La Quiaca, pueda ir al cine, a comer en La Quiaca, y un día pueda morirse feliz de haber vivido en La Quiaca allí mismo en La Quiaca. Y esto es algo que no ocurre, porque también el modo de explotación de la Argentina, y el modo de explotación agropecuaria, lo que ha hecho es que a muchos sectores rurales los fue empujando ese modo de desarrollo hacia las grandes urbes, donde trataban de buscar una salida, y la verdad lo único que encontraron era hacinamiento y postergación, y eso es exactamente lo que uno encuentra en las grandes urbes y en sus alrededores, es lo que uno encuentra en el Gran Buenos Aires, es lo que uno encuentra en el Gran Rosario, es lo que uno encuentra en el Gran Córdoba, es lo que uno encuentra en el Gran Bariloche, es lo que uno encuentra en el Gran Ushuaia, ¿qué es esto?.

De todo deberíamos estar hablando y sobre todo esto deberíamos empeñarnos ya a buscar puntos de acuerdo, y empezar un diálogo, un diálogo franco, un diálogo sincero, un diálogo que nos permita reconvertir la Argentina especulativa que tuvimos en una Argentina de producción, en una Argentina además que recupere los valores éticos que se han perdido. Y esto sí también creo que es muy importante. Porque la ética de la política no pasa solamente por no robar en el Estado, eso es una condición sine qua non, nadie que se sienta funcionario puede ver como un dato posible que se robe en el Estado. La ética en la política también exige no estar en paz viendo que el de al lado está sufriendo, no estar tranquilos sabiendo que hay alguien que no tiene trabajo, que hay alguien que necesita atención y salud y no la tiene, que hay un chico que necesita estudiar y no encuentra un colegio que lo reciba. Esa es ética de la política, esa es la principal ética de la política, y eso es lo que debería a nosotros avergonzarnos después de tantos años de democracia. Esas son las grandes carencias de la política.

Yo creo que hemos vivido años difíciles en todos estos años, porque además en la democracia hay algo con lo que no pudimos definitivamente terminar que es el odio y la división entre nosotros, y ya a esta altura deberíamos darnos cuenta que el enfrentarnos, maltratarnos, dividirnos, odiarnos nos ha conducido a este presente que tenemos, y deberíamos entender que es un mal pero muy mal negocio odiar al otro. Por eso creo que también tenemos la oportunidad de dar vuelta esa página, y empezar a construir juntos respetándonos en el disenso, pero juntos, todos tirando para el mismo lado la cuerda, todos remando en el bote para el mismo lado. Es una oportunidad que tenemos, no tengo ninguna duda.

La última oportunidad que tenemos también es que todo este desarrollo del que estoy hablando lo podemos hacer en condiciones de equilibrio ecológico que también se han perdido en la Argentina, y la verdad el cuidado del medio ambiente, como muchas veces lo ha señalado el Papa en diferentes momentos, es el cuidado de nuestra casa, es el cuidado de nuestro hogar, es garantizarle a las generaciones que vienen no vivir aspirando humo de combustibles fósiles quemados. Es necesario que de una vez por t odas entendamos la importancia de los montes, de los bosques, de las selvas, que son los verdaderos pulmones del mundo, y que los cuidemos como debemos cuidarlos. En estos tiempos en que hemos visto como los campos se queman, como los montes se pierden, como los bosques se talan, la verdad deberíamos preguntarnos hasta dónde vamos a seguir aguantando esto, porque cada vez que un árbol se cae, es oxigeno que perdemos para que respiremos nosotros. Y replantearnos también cómo vamos a poder hacer un desarrollo económico produciendo de un modo no contaminante, es uno de los desafíos que el presente nos impone.

Me lo habrán escuchado decir otras veces, pero yo estoy convencido que la pandemia nos permitió observar el desastre ecológico que los humanos hemos hecho, porque cuando nosotros los humanos, nos quedamos encerrados en nuestras casas, mejoró la calidad del aire, mejoró la calidad de las aguas, y hasta ciertas especies animales se animaron a salir de sus madrigueras y caminar por las calles, convencidas de que no corrían el riesgo de que un ser humano las enfrente, y que un hombre o una mujer las enfrente. Eso a nosotros debería llamarnos la atención, y eso a nosotros éticamente nos obliga a cambiar lo que venimos haciendo. La ética no es una palabra vacía, es una palabra llena de contenido; la ética en la política no es un elemento más, es un elemento primordial, porque la política -como han dicho ustedes- es un instrumentó de cambio social, pero según sea el contenido ético de esa política es cambio tendrá un sentido u otro.

Aquellos que nos hemos cridado en la cultura judío cristiana sabemos cuánto valoramos el respeto, la igualdad; cuánto nos preocupa la pobreza; cuánto nos preocupa el que sufre; sabemos de qué se trata la solidaridad. Todos esos son valores éticos que permanentemente fluyen en la política, y que si la política no irradia esos elementos éticos irremediablemente fracasa.

Con lo cual yo creo que, como bien han dicho ustedes, tenemos una gran oportunidad por delante, que el resto está en nuestras manos, en ser capaces de construir ese contrato social de cómo queremos que sea el país que viene, de entender que en la Argentina nadie sobra, que este es un país que tiene 44, 45 millones de habitantes y que todos deben ser parte de ese país, y cada uno y cada una de los que habitan este país tienen que tener una misión asignada para poder desarrollarse en nuestra Patria. Y creo que el diálogo es el camino, lo he creído siempre, lo he creído siempre y sigo insistiendo en eso, y no me van a torcer en esa idea. Lo que aspiro es que ojalá todos tengan este mismo sentimiento que ha expresado Monseñor Lugones sobre la oportunidad que tenemos, sobre la oportunidad que no debemos perder, y como bien dijo el Papa, la oportunidad de que todos juntos, todos hermanados enfrentemos un cambio que no nos vuelva a la normalidad que tuvimos, porque la normalidad que tuvimos solo hace avergonzarnos, tenemos que crear otra normalidad, una normalidad que nos incluya a todos y a todas.

Muchas gracias de verdad por el tiempo que me han dispensado.

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