La figura de un sol naciente era habitualmente utilizada para dar cuenta de una importante renovación moral, social o política. En un mundo en el que las monarquías eran la forma de gobierno, solía aludir al nacimiento o la coronación de un nuevo rey.
Con la revolución francesa, la simbología no solo permaneció, sino que también se multiplicó y popularizó, a tal punto que, incluso en nuestros días, la idea del amanecer es asociada metafóricamente a cambios políticos positivos y relevantes.
El Sol de Mayo apareció por primera vez en el diseño del Escudo Nacional. El sol naciente en la parte superior fue tomado de forma directa del modelo galo. Sin embargo, la versión rioplatense introdujo un cambio muy significativo: en lugar de usar el sol del modelo, el orfebre peruano Juan de Dios Rivera utilizó el Sol Incaico. Esta figura era la representación de Inti, dios del sol inca, dios principal y creador y, además, antecesor directo de los ayllus (clanes) reales y del propio soberano o Inca.
Se lo figuraba como un sol con rostro humano de color amarillo oro, rodeado por treinta y dos rayos: dieciséis flamígeros que giraban en sentido horario y dieciséis rectos colocados alternativamente.
La elección de un símbolo inca evidenció la sólida identidad americana que fueron consolidando los patriotas, en abierta oposición a la española. Esta identidad reivindicaba el pasado incaico, elevado a una categoría de gloria, como también puede observarse en los versos del Himno original. Por eso, cuando fue necesario incluir un escudo de armas en la bandera aprobada en 1816, el Congreso de Tucumán (ya instalado en Buenos Aires) decidió que no se colocaría el escudo nacional completo, sino solo el sol incaico o Sol de Mayo. Se lo utilizó también en las primeras monedas acuñadas por la Asamblea del año XIII: la de oro de ocho escudos y la de plata de ocho reales.
Aparecía asimismo en una de las primeras banderas del Perú y está presente en la bandera de la República Oriental del Uruguay.