Discurso del Presidente Javier Milei en el CPAC de Washington D.C., 2025.

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Discurso del Presidente Javier Milei en el CPAC de Washington D.C., 2025.

Hola a todos. Es una gran alegría para mí estar nuevamente en los Estados Unidos, y es un honor poder hablar ante todos ustedes hoy. Muchas gracias a los presentes, especialmente gracias a CPAC, que siempre ha tenido una consideración especial conmigo. Gracias, Matt. Gracias, Mercy.

Hace apenas un mes, dije en el Foro de Davos que creo que estamos atravesando un punto de inflexión en nuestra historia. La historia transcurre en fases o etapas, momentos en donde el espíritu y la idea se materializan en una persona o en un grupo de personas, a veces cercanas, a veces con kilómetros de distancia entre ellos, pero con un hilo conductor invisible que, si se pudiera observar, presumo sería muy similar a las imágenes que observamos en redes neuronales del cerebro humano.

Hoy estamos, precisamente, en uno de esos momentos en los que la Historia, con H mayúscula, está cambiando su curso. Estamos viendo en tiempo real el destino del mundo bifurcarse hacia un nuevo camino, distinto del lugar al que nos estaban llevando las élites, el establishment político de nuestros países.

De la misma manera que en la década del 30 se podía vislumbrar que la llama de la libertad se estaba apagando y que comenzaba un nuevo cambio de servidumbre para la humanidad, hoy, finalmente, podemos decir que la era del Estado omnipresente ha terminado.

Hoy somos testigos de un momento en que la larga marcha del Estado sobre el individuo está llegando a su fin. Me refiero, por supuesto, al colapso del modelo colectivista y al amanecer de una nueva era de libertad. Nos hemos preparado para este momento y creo que, genuinamente, estamos dando una batalla crucial para el futuro de la humanidad. Como siempre digo, solo se puede obrar de forma eficaz si el diagnóstico desde el que uno parte es el correcto. Hay que entender dónde estamos parados y a qué nos enfrentamos para poder saber cómo llegar a dónde queremos.

A lo largo de todo el mundo las sociedades occidentales enfrentan un mismo problema y un mismo enemigo: una clase política que extrae cada vez más recursos de los ciudadanos a través de impuestos, con el fin de implementar un modelo de expansión estatal ilimitada. Una clase política con complejo de Dios que pretende regular cada aspecto de la vida de la gente, haciendo honor a una de las máximas del fascismo de Benito Mussolini: “Dentro del Estado, todo; fuera del Estado, nada; y nada contra el Estado”.

Hemos llamado a esta clase política el "partido del Estado", una casta extendida cuyos miembros, más allá de diferencias superficiales, comparten la idea fundamental del avance del Estado sobre la sociedad. Son todos aquellos que, por interés económico, convicción ideológica o cierto individualismo ingenuo, trabajan para los intereses del Estado: los medios de comunicación tradicionales, la oligarquía sindical, los empresarios prebendarios, los burócratas permanentes no electos y, en consecuencia, intrínsecamente irresponsables; las organizaciones mal llamadas no gubernamentales, que hacen el trabajo sucio de los políticos; las instituciones académicas que proveen el marco teórico para la expansión estatal; los organismos supranacionales y todos los que, de alguna manera, pertenecen a la gran secta del colectivismo mundial.

Y, por supuesto, esto incluye a los partidos políticos tradicionales que, sin importar su color, coinciden en la tesis fundamental de que más Estado siempre es mejor. En Argentina, por ejemplo, teníamos un sistema político compuesto por unas "50 sombras de socialismo". En Estados Unidos, existía la ilusión del bipartidismo, con un Partido Demócrata que marcaba la agenda y un Partido Republicano incapaz de enfrentarlo… hasta la llegada del Presidente Donald Trump.

Viva… Curiosamente, el mío lo van a tener que esperar hasta el final.

Curiosamente, el Presidente Trump es un outsider, igual que yo, porque la tarea que tenemos por delante, el desafío que tenemos por delante, no es para políticos tradicionales que han vivido toda su vida del sistema. Es para gente que no le debe nada a nadie, que no está comprometida por los vicios del sistema y que sabe que es más importante el cambio que el poder por el poder mismo.

En el establishment político nuestras donaciones, existía una mentalidad, más o menos explícita, de que el avance del Estado equivalía al avance de la democracia; que cada conquista del Estado implicaba un acto de "justicia social" ante las supuestas injusticias de la libertad; que el rol del Estado era llevarnos a una utopía igualitaria mediante la creación sistemática de nuevos derechos, que obviamente debían ser financiados por los pagadores de impuestos. Es justamente en el centro de este esquema donde se encuentran los políticos, los principales beneficiarios de este modelo de expansión ilimitada del Estado. Esos que han hecho de vivir de otros por la fuerza un estilo de vida, depositarios de poderes y privilegios que serían la envidia de cualquier monarca de la historia.

No importan las peleas televisivas ni las supuestas diferencias partidarias: todos trabajan para el mismo Dios, el siniestro, y su manifestación en la Tierra, el Leviatán del que hablaba Hobbes.

Por eso, salvando algunas particularidades propias de cada nación, todos los que estamos aquí tenemos una misma misión: quitarle el poder al partido del Estado y devolvérselo a la sociedad. Es decir, como decía Albert Nock en su libro Nuestro enemigo el Estado, el poder social fue progresivamente arrebatado y trasladado al Estado por la fuerza. Nuestro objetivo es hacer el camino inverso: aumentar el poder del ciudadano y quitarle el poder al Estado.

Por supuesto, esto no puede lograrse simplemente gestionando mejor el Estado tal como existe o administrando correctamente sus recursos. El único camino racional es achicar el Estado a la mínima expresión posible. Reducir el tamaño del Estado es, en sí mismo, un acto de justicia, porque cada reducción del Estado es una sustracción al pagador de impuestos. Desde nuestro punto de vista, el único Estado aceptable es el más chico posible, para devolverle al ciudadano lo que es suyo.

Por eso, todas las atribuciones que no tengan que ver directamente con la protección de los tres derechos fundamentales —el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada— deben volver a su origen: los individuos, asociados de forma voluntaria y sin intromisión del Estado. Esto debe ser así porque, a diferencia de la economía, el poder es un juego de suma cero. Todo el poder que tenga el Estado necesariamente no puede obtenerlo al mismo tiempo la sociedad. Por eso, no creemos en soluciones parciales ni en compromisos de centro. Sabemos que hacer las cosas a medias es una invitación al regreso del Estado, que, como un cáncer metastásico, solo sabe expandirse y debe ser obligado activamente a retroceder. No sirve intentar alcanzar un punto medio: todo lo que exceda su función esencial debe ser definitivamente quitado de su órbita, o más temprano que tarde volverá a usurpar lo que no le pertenece.

Sabemos que no es una tarea fácil. El Estado moderno tiene herramientas de sobra, que han crecido en sofisticación con el paso del tiempo. No estamos hablando de un Estado obvio, como el neofascista o el comunista, sino de un Estado sutil e insidioso, que avanza sobre el individuo a través del arte, de la propaganda y la infiltración cultural. O al menos así era hasta hace poco, ya que le resulta cada vez más difícil disimular su carácter totalitario. Hemos visto, por citar solo un ejemplo, que en ciertos países de Europa ciudadanos están siendo arrestados por expresarse en redes sociales. Pero, en términos más generales, hablo de la financiación de la academia, incentivando la elaboración de estudios que justifiquen la implementación de políticas públicas intervencionistas, y de la compra encubierta de medios de comunicación mediante la pauta pública. Hablo de las múltiples ONG que viven de nuestros impuestos, de los subsidios a la cultura para producir propaganda y, aquí en Estados Unidos, por supuesto, del escándalo de USAID, que destinaba millones de dólares de los pagadores de impuestos a financiar desde revistas y canales de televisión hasta fraudes electorales, como en Brasil, o gobiernos con aspiraciones discriminatorias, como el de Sudáfrica.

Y, como decía, gobiernos con aspiraciones discriminatorias, como el sudafricano, entre tantas otras aberraciones, incluyendo la agenda de la paranoia climática, los excesos de la ideología de género y la investigación que derivó en la creación del virus COVID-19.

Sin embargo, lo único que realmente logra este mecanismo de bajada de línea globalista es transferir riqueza de la clase baja de un país rico a la clase alta de un país pobre. En pocas palabras, hablo de una red global de influencia, información y opinión pagada con los impuestos de los ciudadanos, un aparato de propaganda sin precedentes en la historia humana, quizás el escándalo político más grande que hayamos visto. Y luego, esos mismos hipócritas acusan a Elon Musk de intervenir en las elecciones de otros países. Claramente, su descaro es tan grande como sus aspiraciones totalitarias.

Y si ese nivel de colectivismo en sangre hubiera tenido soluciones, sus apologistas tendrían al menos algo a lo cual aferrarse, pero ni eso. Esa fue históricamente la excusa de los estatistas del pasado, que la prosperidad llegaría mediante la administración racional de recursos por parte del Estado, recursos que el sector privado era incapaz de aprovechar. Y acaso, ¿quién maneja el sector público? ¿No son humanos?

Sin embargo, hemos sido testigos de que, a mayor expansión estatal, peor es la calidad de vida de la gente. No por nada, Hayek dedicó su último libro a explicar este fenómeno, al cual llamó "La fatal arrogancia".

Pero esto no es accidental. Más allá de su evidente incompetencia, la clase política no se dedica a solucionar problemas. Al fin y al cabo, un problema solucionado es un área de la que el Estado debe retirarse. Al contrario, la clase política se dedica a perpetuar los problemas y así vivir de ellos para siempre. Por eso viven creando problemas nuevos, instalándolos desde sus aparatos de propaganda para luego ofrecer a sí mismos como solución. ¿Y en qué consiste esa solución? En la implementación de regulaciones que causan todavía más problemas, a ser solucionados por más regulaciones.

En medicina se usa el término "iatrogenia" para referirse al daño que sufre un paciente como consecuencia de la atención médica. Podría decirse entonces que el régimen estatista consiste en la iatrogenia como política de Estado. O sea, es el médico que se enriquece a base del deterioro progresivo e intencional de sus pacientes. Con el modelo del Estado presente, el Estado te quiebra las piernas para luego venderte las muletas con sobreprecio y obligarte a agradecerle, y te persigue si no lo haces. Como contrapunto, dicen algunos testimonios que en la medicina tradicional china, el médico familiar cobraba honorarios de forma constante por mantener a la familia sana. O sea, según la leyenda, cuando un miembro enfermaba, el médico dejaba de percibir los honorarios, viéndose incentivado a resolver la enfermedad de una forma eficiente y rápida. Imagínese, si tan solo pudiera funcionar así el Estado... ¿Cuánta miseria nos hubiéramos ahorrado?

Hoy, a quienes queremos desmantelar este sistema demencial, nos llaman antidemocráticos. Pero, nuevamente, esta es una tergiversación de las palabras, algo muy propio de la izquierda, para variar. Ellos no le llaman democracia al gobierno del pueblo, sino al paradigma de expansión total y estatal ilimitada que ellos mismos administran. Para ello, la democracia existe únicamente si ganan lo que ellos quieren, para poder someter a la gente a sus caprichos. Pero cuando la minoría electoral son ellos, la elección de la mayoría pasa a ser autoritarismo.

De hecho, muchos de los que nos acusan de antidemocráticos ni siquiera fueron electos. Toman decisiones que afectan a miles de millones de personas alrededor del mundo y, sin embargo, nadie los conoce. No son responsables ante nadie más que ante sí mismos, y no pueden ser echados por el voto popular. Y así todo, vienen a hablarnos de democracia.

En fin, dicen que Trump y yo somos un peligro para la democracia, pero en realidad están diciendo que somos un peligro para ellos. Somos un peligro para el partido del Estado, para quienes viven de su expansión ilimitada, para quienes quieren un individuo dependiente y sometido a sus caprichos regulatorios. Y saben que tienen razón: somos su peor pesadilla. Venimos por sus privilegios, habiendo sido elegidos por la mayoría de cada uno de nuestros pueblos, con el mandato claro de quitarles un poder que no les pertenece. Hoy, nuestros países, Argentina y Estados Unidos, necesitan pasar por una segunda Independencia. La primera nos liberó del poder de las monarquías europeas; la segunda nos liberará de la tiranía del partido del Estado.

Por eso hemos puesto tanto esfuerzo en identificarlo, porque no se puede luchar contra lo que no se conoce. Tener un enemigo bien definido es un aspecto fundamental de nuestra batalla cultural. Ahora ya lo conocemos, le hemos ganado las elecciones y estamos en proceso de desarmar su Leviatán, que es una herramienta de opresión perpetua. No tenemos ninguna fórmula secreta, solo conocer la historia humana y saber lo que ha funcionado y lo que no. Por eso, con humildad, quiero reflexionar un poco sobre cómo venimos llevando adelante esta batalla.

Nosotros trabajamos con firmeza y de frente, sin dar lugar a compromisos. Defendemos un conjunto de valores que no estamos dispuestos a negociar, así como ellos no han estado dispuestos a negociar a la hora de quitarnos nuestra libertad. Lo que ellos impusieron sin nuestro consentimiento está siendo eliminado sin el consentimiento de ellos.

Por eso, hemos pasado la motosierra por los sectores y atribuciones del Estado que consideramos superfluos, redundantes, innecesarios o directamente perniciosos para la sociedad. Y, más aún, este año pretendemos poner en proceso la fase 2, que hemos bautizado como "La motosierra profunda", para continuar achicando el Estado, devolviéndole a la gente la riqueza que jamás debió habérsele arrebatado.

Lo interesante es que este proceso de justicia tiene un correlato político porque, por su naturaleza, el partido del Estado se financió históricamente con gasto público mal asignado y negocios turbios con el Estado. Por eso, achicar el Estado es cortarle la manguera a los clientes del Estado enquistados en él, que ejercían una feroz resistencia al cambio, valiéndose del dinero de los pagadores de impuestos para mantenerlos subyugados.

Nuestro método es similar al de nuestro querido amigo Elon Musk: revisar oficina por oficina, conservar lo que sirve y funciona, y descartar el resto. Por eso, le obsequié una motosierra. Con nosotros, nadie que no pueda justificar el costo de su salario en impuestos está a salvo. Muchos de ellos tendrán que volver al sector privado y ganarse la vida ofreciendo sus bienes y servicios en el mercado, tal como los pagadores de impuestos de los que han vivido tantos años.

Mi más sentido pésame a los políticos que creyeron que este momento nunca llegaría y no están preparados, porque se van a llevar un baldazo de agua fría.

Por suerte para ellos, en toda desgracia hay una oportunidad, y debido a nuestro avance desregulador, los salarios del sector privado seguirán subiendo. Por lo que, si hacen las cosas bien, podrán ser parte del progreso, pero lejos de la casta estatal.

Como ya he dicho, esto no es una tarea sencilla. Aquí, en Estados Unidos, burócratas rebeldes han intentado sabotear el trabajo del Departamento de Eficiencia Gubernamental y están recurriendo a mecanismos burocráticos y legales para intentar bloquear cualquier reforma, lo cual también sucede en nuestro país, y es algo con lo que debemos luchar día a día. Pero nada de eso nos ha tomado por sorpresa. Somos conscientes de que van a hacer lo posible por detener este cambio, sin importar el daño resultante. Si tienen que destruir el mundo para conservar sus privilegios, lo van a hacer, y nosotros vamos a seguir luchando.

Pero hoy, el problema se extiende más allá de las penurias a las cuales el modelo del Estado presente ha sometido a cada una de nuestras naciones individualmente, porque la decadencia de nuestros gobiernos durante la historia reciente, a lo largo y ancho de Occidente, no solo empobreció material y espiritualmente a nuestros ciudadanos, también nos debilitó política, económica, cultural y socialmente ante el enemigo externo. Nos volvió moralmente débiles y nos hizo vulnerables ante las peores expresiones de la barbarie, los peores enemigos de la libertad, y a ellos no se les puede dar un centímetro, porque cuando huelen sangre, avanzan envalentonados y sin piedad. Esto quedó demostrado durante los cobardes ataques perpetrados el 7 de octubre de 2023 en Israel, que costaron más de mil vidas inocentes y la captura de 251 personas.

Esta semana, Israel recibió los cuerpos sin vida de la familia Bibas, que permanecían secuestrados por el régimen terrorista y asesino de Hamás, entre los cuales se encuentran una madre y sus dos hijos: un niño de 4 años y un bebé de tan solo 9 meses. Es tan inescrupuloso y sanguinario este régimen que, en el último gesto canallesco, no tuvieron mejor idea que exhibir vulgarmente sus ataúdes ante el vitoreo de una multitud, sin el más mínimo respeto. Esto es lo que está en juego, y no podemos darnos el lujo de fallar. Por eso, es fundamental que las naciones que hemos abrazado las ideas de la libertad permanezcamos unidas y colaboremos unas con otras.

Debemos formar una alianza de naciones libres, porque, como ya he dicho en otra ocasión, el mal organizado solo puede ser vencido por el bien organizado. Solo mediante esta internacional de derecha podremos poner fin a la casta política con la que nos enfrentamos, que está hundiendo a Occidente en la más oscura profundidad, y recuperar el ímpetu para protegernos de las fuerzas despóticas que nos quieren subyugados.

Por eso, quiero también aprovechar para anunciar que Argentina quiere ser el primer país del mundo en sumarse a este acuerdo de reciprocidad que pide la administración Trump en materia comercial. De hecho, si no estuviéramos restringidos por el Mercosur, la Argentina ya estaría trabajando en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, que sea mutuamente beneficioso y que no cargue injustamente sobre las espaldas de los productores argentinos, pero tampoco sobre los americanos.

Esto es así porque, solo trabajando juntos, aquellos que queremos construir un mundo libre, podremos salir adelante. Solo así podremos salir de la pesadilla del Estado omnipresente y seguir haciendo lo que sabemos hacer como Occidente: poner a prueba los límites de lo posible, confiando en la creatividad de la sociedad y no en la discrecionalidad estéril de los burócratas.

Solo así podremos retornar a nuestro camino de grandeza como civilización, haciendo honor a nuestros antepasados, que dieron la vida por ver un mundo libre y una humanidad próspera.

Solo así, finalmente, podremos reencontrarnos con nosotros mismos y volver a creer en aquello que nos hizo grandes como civilización.
Que Dios bendiga a la República Argentina, que Dios bendiga a los Estados Unidos, y que las fuerzas del cielo nos acompañen. ¡Viva la libertad, carajo!

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