Palabras del Presidente Javier Milei en la Gala 1775 en Washington D.C., donde recibió el premio “Campeón de la Libertad Económica”

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Palabras del Presidente Javier Milei en la Gala 1775 en Washington D.C., donde recibió el premio “Campeón de la Libertad Económica”

Buenas noches a todos. Quiero agradecer a las autoridades de Latino Wall Street y a Tony Delgado, CEO de la organización, por haberme honrado con esta distinción.

Para nosotros, la libertad es el valor supremo y, por eso, siento un especial agradecimiento frente a esta enorme distinción. A cuenta del concepto de este galardón, quiero aprovechar esta oportunidad para reflexionar brevemente acerca de la libertad y los esfuerzos de nuestro Gobierno para recuperarla. En nuestra visión, la libertad no es otra cosa que la autodeterminación, es decir, la capacidad de actuar conforme a la propia voluntad, con autonomía de la voluntad o el arbitrio de otros.

Lo opuesto a esto es la imposición por la fuerza, y, en algún sentido, la presencia misma del Estado en el plano económico. La intervención estatal se manifiesta en forma de impuestos o de regulaciones que entorpecen el funcionamiento del sistema de precios y, en consecuencia, el correcto proceso de descubrimiento del que habla Hayek que, en un modelo libre, redunda en más competencia y beneficios para los consumidores.

Dicho en pocas palabras, la libertad económica, a la larga, redunda en mejores precios, fomenta la competencia y genera mayor prosperidad, mientras que la acción coercitiva del Estado, a la larga, siempre produce lo contrario.

En el caso de los impuestos, el ejemplo más obvio: los impuestos nos quitan la libertad de hacer con ese dinero lo que nos plazca. En principio, según los defensores de los impuestos, esa libertad nos es devuelta en forma de bienes públicos, como rutas, hospitales o policías.

Si bien esa idea tiene problemas desde lo teórico y puede ser debatida, lo que seguro todos aquí sabemos es que el argumento se utiliza en la práctica para expandir el Estado y entrometerse en la vida de los ciudadanos, sin límite, con el solo fin de maximizar los beneficios para la clase política, en detrimento de los ciudadanos.

Yo vengo de Argentina, un país que está lejos de ser considerado libre, de acuerdo a mi visión. Alguna vez, hace más de 100 años, supo serlo, y conforme a esa libertad fue uno de los países más ricos del mundo.

Pero el avance paulatino del Estado sobre la libertad de los argentinos nos llevó, de ocupar el podio global del PBI per cápita, junto a gigantes como Estados Unidos y Francia, a ser un país mediocre. Nosotros asumimos con el mandato social de hacer la Argentina grande de nuevo, y tenemos bien claro que hay una relación natural y directa entre libertad y prosperidad. Por eso, desde el primer día en que nos hicimos cargo del Gobierno, comenzamos una cruzada que hemos denominado la guerra contra el monstruo del costo argentino, porque la Argentina se volvió, a lo largo de estos últimos 100 años, un infierno de trabas y regulaciones que han hecho imposible no solo la acumulación de capital, el cálculo económico y el progreso, sino la vida misma.

¿Y qué es el costo argentino? Es una hidra mitológica de muchas cabezas nacida al calor de las regulaciones que generan costos que hacen imposible la generación de riqueza y la acumulación de capital. Estos son el costo financiero, el costo burocrático, el costo laboral, el costo tributario y el costo de mantener mercados cerrados para amigos del poder, a fuerza de barreras arancelarias. Una maraña de obstáculos que explican, en buena medida, que el PBI argentino se haya mantenido en los mismos valores de los últimos 18 años.

Nuestra prioridad, cuando asumimos, fue sanear una macroeconomía castigada por una larga historia de déficit crónico, deudas impagas y emisión monetaria desenfrenada que nos había dejado en un infierno inflacionario. Contra todo pronóstico, logramos, por primera vez en 123 años, tener superávit fiscal sostenido, libre de default, gracias a la disciplina fiscal que redundó en terminar con la emisión monetaria. Logramos reducir la inflación mensual a valores que no se veían desde hace al menos 16 años, y, sumado a nuestra vocación comprobada por pagar nuestras deudas, hemos bajado el riesgo país de 3000 puntos al orden de los 600 puntos básicos. Eso implicó no solo una mejora inmediata en el poder adquisitivo de los argentinos, sino que abarató profundamente el costo financiero de la Argentina, y hoy tanto empresas como individuos tienen la previsibilidad para poder proyectar hacia el futuro.

Además, estamos llevando adelante el plan de reformas estructurales más ambicioso de la historia. En este sentido, además de nuestra materia legislativa, todos los días nuestro ministro de Desregulación elimina alguna traba o regulación inútil, y al día de hoy ya eliminamos más de 900 normativas, a razón de más de tres por día. Quizás el ejemplo más cabal sea la desregulación del mercado inmobiliario, que aumentó drásticamente la oferta de inmuebles en alquiler. En consecuencia, redujo el valor promedio de los alquileres más de un 30% en términos reales. En materia comercial, todos los días reducimos aranceles para más bienes, haciendo bajar los precios y beneficiando a toda nuestra sociedad mediante la sana competencia. Además, estamos buscando flexibilizar los términos de asociación del Mercosur para ganar autonomía y tener relaciones comerciales más libres con el resto del mundo. Respecto al costo laboral, hemos implementado un régimen de contrataciones más dinámico que reducirá la litigiosidad laboral y generará más trabajo formal.

Estas cuestiones que les comento aquí, en su país, son en buena parte debates saldados, porque forma parte de una misma idiosincrasia. Con más o menos peso de intervención del Gobierno Federal a lo largo de las décadas, los norteamericanos siempre han sabido conservar una base amplia e inquebrantable de libertad para el sector privado. Esto se debe, en buena parte, al diseño federal de su sistema político, al ser una confederación de estados, donde cada uno goza de relativa autonomía e independencia respecto al Gobierno Federal. La competencia fiscal constante entre los estados es la regla, como hoy ocurre con el éxodo de empresas que hay de California a Texas y Florida. Bueno, hacia ahí es donde nosotros queremos ir: a un sistema de competencia fiscal entre nuestras provincias, para que cada una pueda decidir qué carga fiscal imponerle a los ciudadanos y qué servicio ofrecer a cambio.

De esta manera, con un programa económico enfocado a enseñar la manera, con un Estado responsable que no gasta más de lo que recauda, con la baja de tasas de interés que redunda en mejor acceso al crédito, con un programa de reformas estructurales que desregula la economía, con reformas laborales que abaratan el costo laboral, con un programa paulatino de apertura comercial y con una reforma impositiva que incentive la competencia fiscal, estamos destruyendo esa hidra de muchas cabezas que ha sido el Estado argentino.

Para finalizar, y como dijimos al principio, para nosotros la libertad es el valor supremo y, como tal, queremos hacer de la Argentina el país más libre del mundo.

¿Qué implica esta definición? Implica que no puede haber libertad si el Estado tiene un gasto primario de 40 puntos sobre el PBI. Implica que no puede haber libertad mientras haya señoriaje y la consecuencia de inflación galopante. Implica que no puede haber libertad si cada decisión económica tiene que medir el visto bueno de la burocracia. Nosotros estamos achicando el Estado para engrandecer a la sociedad. Estamos vapuleando la inflación para devolverle la previsibilidad a los argentinos.

Estamos cortando una por una las cabezas de esta hidra monstruosa que es el costo argentino.

No nos metimos en esto imaginando que cambiar el país sería un camino de rosas. Nos metimos a sabiendas de que era un largo sendero de espinas y serpientes, y con la certeza de que los beneficiarios del antiguo régimen no entregarán sus privilegios con alegría.

Nuevamente, les agradezco por este galardón, es un honor por el que trabajamos todos los días.

Que Dios bendiga a cada uno de ustedes y a los argentinos, y que las fuerzas del cielo nos acompañen para hacer a Argentina y América grande nuevamente.

Muchísimas gracias.

¡Viva la libertad, carajo!