Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en el Milken Center en Washington D.C.

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Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en el Milken Center en Washington D.C.

Buenos días a todos. Quiero comenzar agradeciendo al Milken Institute y a todos los involucrados en la organización de este evento, y personalmente a Michael Milken por hacer este encuentro posible. Es un placer para mí estar aquí, rodeado de gente con afinidad de pensamiento que me hace sentir verdaderamente como en casa.

Quiero iniciar reflexionando sobre la parashá de esta semana, cuyo tópico es muy interesante. La Torá nos cuenta que, antes de ser esclavos de los egipcios, los hebreos fueron hombres libres empleados para realizar trabajos. Luego, fueron súbditos a los que se les hacía pagar impuestos, y únicamente después fueron finalmente obligados a hacer trabajos forzosos, sin libertad ni ganancia personal alguna. Lo que comenzó como una relación libre y voluntaria terminó como un régimen de 400 años de la más abyecta esclavitud, que llegaría a su fin recién con la rebelión iniciada por Moisés. El punto de esta historia es que nos recuerda lo seductor que puede ser para el Estado avanzar sobre la libertad individual y que la opresión puede empezar de manera sutil y concluir en esclavitud antes de que no nos demos cuenta. Por eso, es fundamental tener la guardia alta, identificar y abortar las extralimitaciones del Estado antes de que se desarrollen en un punto irreversible.

Hace poco menos de un año, en mayo, expuse en Los Ángeles, en otra sede de esta casa, lo que llamé “Mi oda al capitalismo”. Seguramente algunos de ustedes estuvieron presentes y lo recuerden. Allí expresé mi preocupación por cómo Occidente estaba abandonando su espíritu aventurero y empresarial para dejarse seducir por los cantos de sirena de la burocracia, la regulación y el gasto público desenfrenado, que no hacen más que diezmar la inventiva, avasallar la libertad y la propiedad de los hombres. Veía, y cada vez veo de forma más nítida, expresiones de estas extralimitaciones, sutiles y no tanto, de las que advierte la Torá.

Todo esto lo sabía por experiencia propia, dado que en Argentina esa senda destructiva había comenzado hace ya 100 años, y conocíamos de primera mano sus resultados. Por eso, dije ante ustedes que los argentinos éramos una suerte de profetas de un futuro apocalíptico y que tanto Argentina como el resto de las naciones que estaban torciendo su rumbo hacia el precipicio debían rectificar su sendero de manera drástica para reencontrarse con las ideas de la libertad, que no son más que el alma civilizadora que trae prosperidad y progreso.

Hoy vivimos innegables tiempos de cambio. Literalmente, estamos aquí reunidos en Washington para atestiguar la toma de posesión del presidente Trump, en lo que representa un hito en nuestra cruzada global por la libertad y la evidencia más clara de que comienza una nueva época. Nosotros queremos ser protagonistas de este cambio de época. Por eso, quiero comentarles de manera humilde nuestra experiencia a la hora de plasmar estas ideas en nuestro primer año de gobierno.

La última vez que conversamos, allá por mayo, nuestro programa económico atravesaba su momento más difícil. La breve pero dura caída de la actividad a la que fue expuesta la población argentina, producto del sinceramiento de la economía, estaba en su punto más bajo. Tanto los ciudadanos como nuestro gobierno atravesaban una prueba de fuego. Por más que habíamos ganado las elecciones de 2023 prometiendo un ajuste económico y aclarando que habría una recesión en el proceso, escucharlo y vivirlo son situaciones diametralmente diferentes. La población atravesó dicha situación con coraje y determinación, dando un espaldarazo de confianza a nuestra gestión. En definitiva, decir la verdad paga. Pero, como dice el refrán: siempre el momento más oscuro de la noche antecede al amanecer. Y, tal como lo anticipamos desde mayo, la economía repuntó en forma de "V", probando que nuestras tesis y nuestro pronóstico estaban acertados.

Hoy, ocho meses después, el sol brilla fuerte en Argentina. Cincuenta millones de argentinos llevan adelante sus vidas con la confianza de que el futuro será mejor que el pasado. Para cuantificarlo en números concretos, en mayo pasado la actividad había caído cerca de 4,5 puntos del PBI con respecto a cuando asumimos. Ahora, ya se encuentra nuevamente en su valor inicial y creciendo. Todo esto se dio gracias a que, durante el año pasado, tomamos un sinfín de medidas para mejorar la economía y el poder adquisitivo de nuestros ciudadanos. Al inicio de nuestra gestión, teníamos 15 puntos de déficit fiscal consolidado, de los cuales cinco pertenecían al Tesoro y diez estaban barridos debajo de la alfombra del Banco Central. Dicho déficit era el caldo de cultivo de todos nuestros males, ya que sin déficit, no hay deuda, ni emisión, ni inflación. Hoy nos encontramos con superávit fiscal sostenido y libre de default por primera vez en los últimos 123 años. Esto fue gracias al ajuste más grande de la historia de la humanidad: aplicar un torniquete en la emisión monetaria hasta llevarla a cero. ¿Y dónde está aquí el gran arquitecto de esa obra? Es mi gran ministro, el mejor ministro de Economía del mundo: Luis "Toto" Caputo. En esa misma línea, al inicio de nuestra gestión, la tasa de inflación viajaba a un ritmo del 17.000% anualizado en el índice mayorista. Hoy, ese mismo índice dio 0,8% para el mes de diciembre, lo que anualizado da un 10% y sigue bajando. Es decir, redujimos la inflación 1.700 veces la inflación, y estamos cada día más cerca de que sea solo un mal recuerdo. En definitiva, probamos que la inflación es siempre, y en todo lugar, un fenómeno monetario. Como consecuencia directa, bajamos la pobreza del 54% en el primer trimestre de 2024 al 38% en el tercero, y esperamos que siga cayendo de forma sostenida. En definitiva, sacamos de la pobreza a más de 9 millones de argentinos en menos de un año. Al inicio de nuestra gestión, la brecha cambiaria era de 180%. Hoy, la brecha cambiaria está prácticamente muerta, y trabajamos día y noche para terminar de sanear el balance del Banco Central y poder levantar el cepo cambiario de una vez y para siempre.

Durante 2024, vimos una fuerte depreciación de nuestra moneda, algo sin precedentes para nuestro país, lo que provocó que el salario básico promedio crezca de 300 dólares a 1.100 dólares. Al inicio de nuestra gestión, teníamos un riesgo país de 1.900 puntos, que incluso había sido más alto. Los bonos cotizaban a 35 dólares. Hoy, el riesgo país rondando los 600 puntos y nuestros bonos se encuentran rondando los 70 dólares, con dos amortizaciones de capital en el camino. Quien haya seguido mi consejo de apostar por la Argentina, el pasado 6 de mayo, habrá visto sus activos revalorizarse en más de un 100%.

Sé que el famoso Stanley Druckenmiller hizo una apuesta por la Argentina luego de aquel famoso discurso de Davos. Entiendo que le debe haber ido muy bien. Bajar el riesgo país al ritmo que estamos haciendo nos permite reducir la tasa de interés de nuestra economía, mejorando así la capacidad de los argentinos para acceder al crédito, facilitando la inversión y generando puestos de trabajo. Es por esto que logramos bajar nuestra tasa de interés del 133% al inicio de nuestra gestión al 32%. Hoy, los bancos prefieren trabajar como bancos en el sector privado, en lugar de colocar sus pesos en el Banco Central. Por esta misma razón, durante 2024 vimos un boom de créditos hipotecarios sin precedentes en nuestro país. Al inicio de nuestra gestión, la economía estaba completamente desconcertada por regulaciones que dificultaban la vida de todos y ahuyentaban cualquier tipo de inversión. Al día de hoy, ya eliminamos más de 900 normativas, a razón de más de tres por día. En esta línea, nos hemos puesto a disposición del presidente Trump y de mi amigo Elon Musk para compartirles lo que hemos aprendido en el Ministerio de Desregulación para ayudarlos a comenzar el proceso de desregulación aquí también. Si a esto le sumamos la Ley BASE y el DNU en su conjunto, hemos llevado a cabo la reforma estructural más grande de la Argentina, ocho veces más grande que la del presidente Menem a principios de los años 90. Y aún nos quedan 3.200 más por hacer.

Al inicio de nuestra gestión, la calle era tierra de nadie, cortada por piqueteros. No exagero: en el año 2023 tuvimos cerca de 32 piquetes por día hábil. Esto provocaba incluso que el FMI dudara de nuestra capacidad de llevar adelante el ajuste que hicimos sin un estallido social. Sin embargo, gracias al coraje y la determinación de nuestro equipo, hoy los piqueteros tienen miedo de tomar la calle y los ciudadanos de bien pueden circular tranquilos. Tal como dije antes, Argentina pasó de ser utilizada como ejemplo a nivel global de todo lo que no debía hacerse, tanto puertas para adentro como para afuera, a ser vista con buenos ojos por inversores y ciudadanos de todo el mundo. En términos objetivos, pasamos de ser uno de los países con peores resultados económicos en los últimos 40 años a ser uno de los que mejores se proyectan para los próximos 40.

En mayo pasado, los invité a juzgarnos por nuestras intenciones. Propuse un modelo de país anclado en tres valores intocables: la defensa de la vida, la defensa de la propiedad y la defensa de la libertad, es decir, el modelo del liberalismo. Hoy, los invito a juzgarnos por nuestros primeros resultados, que son incluso superiores a cualquier pronóstico que se hubiera hecho en  cualquier momento. Incluso el FMI dijo que la recesión en nuestro país fue más leve de lo que hubiera imaginado a priori, concluyendo aquel discurso con el argumento de que Argentina tenía todo el potencial para convertirse en la nueva Roma del siglo XXI: una meca occidental en materia de oportunidades comerciales y crecimiento para sus habitantes, con la libertad como principal motor. Hoy, aquella invitación, que podía parecer abstracta, se materializó en un proceso de transformación que ya avanza a toda marcha, como un tren de alta velocidad en el que se puede elegir subirse y ser partícipes presenciales de esta gesta o elegir ser testigos meramente y perderse el viaje. 

Este crecimiento del que les hablo cuenta con múltiples factores que lo vuelven sostenible en el tiempo. En primer lugar, como ya podemos ver, la economía ha entrado en una recuperación cíclica que nos está sacando del infierno en el que nos dejaron. Esa recuperación cíclica se basa en dos factores: por un lado, la recuperación de los salarios reales y las jubilaciones por el derrumbe de la inflación; por otro lado, la recomposición de stock de las empresas luego de la liquidación de los inventarios durante el primer semestre de 2024. Esto va a acelerar la dinamización de la economía, y estas cuestiones coyunturales son parte de lo que estamos viendo hoy, lo que explica el fenomenal crecimiento de la economía en el último trimestre del año pasado. Además, está la cuestión estructural. Cada uno de los 15 puntos del PBI que la política dilapidaba y nosotros ajustamos significa, por definición, una devolución al sector privado en forma de ahorro, lo que generará un aumento tanto en la inversión como en el consumo. Por otro lado, la baja del riesgo país, que nos ayuda a reducir la tasa de interés y abaratar el costo transaccional intrínseco, también va a producir un aumento directo de la inversión. Además, se suma un tercer factor, que es la baja de la carga impositiva, ya sea por la eliminación del impuesto inflacionario, como ya mencioné, o por la reducción de impuestos que ya hemos comenzado y profundizaremos durante este 2025. Sin ir más lejos, estamos trabajando en una reforma impositiva estructural que reducirá en un 90% la cantidad de impuestos nacionales y le devolverá a las provincias la autonomía impositiva que nunca debieron haber perdido. Así, apuntamos a lograr un federalismo marcado por la competencia fiscal entre las provincias argentinas, para ver quién atrae más inversiones. La cuarta fase sobre la que se sostiene el proceso de crecimiento que veremos este año tiene que ver con la cuestión monetaria: la convergencia del tipo de cambio paralelo al tipo de cambio oficial, que estamos viendo hace meses, es un hecho completamente inédito en la historia, porque estamos acostumbrados a ver cómo el tipo de cambio oficial sube para alcanzar el valor del paralelo, y no viceversa. Nos acerca cada día un centímetro más a la salida definitiva del cepo cambiario. Un adefesio que nunca debió haber existido y que este año terminaremos de una vez y para siempre.

Para ello, estamos trabajando en diferentes alternativas para darle la solución definitiva a los problemas de stock del Banco Central, ya sea a través de un nuevo programa con el Fondo Monetario o a través de acuerdos con inversores privados. Encima de todo esto, para poder dar por terminado el proceso de cierre del Banco Central, que hemos prometido y que acabará con la inflación para siempre en nuestro país, estamos anunciando todas las semanas avances hacia un esquema de competencias de monedas, para que todos los argentinos puedan utilizar las monedas que deseen en sus transacciones cotidianas. Ya le dimos margen a las diferentes entidades para que tengan este esquema funcionando a partir de marzo. Esto quiere decir que, desde ahora, cada argentino podrá comprar, vender y facturar en dólares o en la moneda que considere, exceptuando el pago de impuestos, que por ahora, seguirá siendo en pesos.

Es por esto que digo que este proceso de crecimiento será sostenido en el tiempo, es decir, que estamos abandonando esta espiral que era nuestra economía, en la cual un año avanzábamos y al año siguiente retrocedíamos dos casilleros, y así sucesivamente, sin ver un crecimiento real del PBI per cápita desde el año 2011. Esta vez, el crecimiento llegó para quedarse, acompañado por el superávit fiscal. Pero para profundizar la recuperación, también es necesario una condición sine qua non: liberarnos del yugo de las cadenas del comercio exterior que hoy nos sofocan, para poder importar y exportar más bienes, servicios y de calidad, con mejores precios. Poder explotar nuestras ventajas comparativas, abriéndonos a casi 200 potenciales nuevos países que demandan todo el trabajo que los argentinos tienen para ofrecer, emprendiendo un proceso de convergencia económica que nos vuelva a situar a la par de las grandes potencias del mundo.

Por eso, estamos buscando impulsar, durante este año, un tratado de libre comercio con Estados Unidos, un tratado que debería haber sucedido hace dos décadas. Poder reanudar el proceso de descubrimiento hayekiano, que fue cortado de cuajo por exceso de burocracia, regulaciones e impuestos, nos permitirá generar un salto exponencial de crecimiento, ampliando por todas nuestras capacidades que hoy están siendo aprovechadas de manera subóptima. En términos físicos, Argentina hoy cuenta con una gran cantidad de energía potencial que podemos convertir en energía cinética al servicio de todos, catapultando al país a los más altos en términos de calidad de vida. En cuanto a bioenergía potencial, hoy contamos con una cordillera rica en litio, plata, oro, cobre y uranio, minerales que la economía global necesita y que, por desidia, expulsión de inversiones y falta de inversiones a largo plazo, nos hemos resistido a explotar. Contamos con una diversidad de ecosistemas envidiada por prácticamente cualquier nación del mundo, dado que poseemos montañas, bosques, glaciares, desiertos, selvas, playas, altiplanos, lagos, esteros, estepas y extensas llanuras. Cada uno de estos biomas representa diferentes oportunidades potenciales: desde el cultivo de soja en la llanura y la extracción de petróleo en el desierto, hasta el turismo en los lagos o el vino en la montaña.

Gracias al régimen de incentivos a las grandes inversiones que aprobamos en junio, estamos empezando a mojar los pies en este océano de crecimiento, dando lugar a jugadores que nunca existieron en nuestro país, a base de darle un marco legal lógico a las inversiones. Más de 200 millones de dólares ya tenemos en solicitudes de aprobación de inversiones por más de 12.000 millones de dólares, y hay anuncios por miles de millones más en sectores como infraestructura, minería, siderurgia, energía, automotriz, tecnología, petróleo y gas. Es decir, ya tenemos un adelanto de cómo funcionará nuestro régimen de bajos impuestos.

Todas estas grandes inversiones desatarán un boom comercial inaudito, porque, así como generan nuevos empleos directos, demandan bienes y servicios de empresas que ya existen en nuestro país, generando miles de puestos de trabajo indirectos y mejorando la productividad de todas ellas. Además, las inversiones no solo mejorarán la matriz productiva del conjunto, dado que trabajan sobre sectores clave y a gran escala, sino que funcionan como una inyección de esteroides en nuestra economía, devolviéndonos al lugar que nunca debimos haber abandonado. Y como si todo esto fuera poco, Argentina también cuenta con capital humano del más alto nivel. Llevar casi un siglo viviendo en un infierno tributario nos hizo aprender a sacarle agua hasta a las piedras, lo que nos llevó a tener la mayor cantidad de unicornios tecnológicos per cápita en la región. Además, tenemos cientos de miles de argentinos distribuidos por el planeta, trabajando en cargos jerárquicos de empresas líderes, ya sea en Europa, Silicon Valley o Medio Oriente, deseosos de volver a reconstruir el país que los vio nacer.

También estamos apostando por ser pioneros en nuevas industrias, como la inteligencia artificial, dado que contamos con vastas extensiones de tierras desérticas a bajas temperaturas, condiciones ventajosas para montar servidores de gran capacidad de cómputo y gran tamaño. No solo eso, sino que, como creemos que la actual capacidad productiva de energía probablemente no sea suficiente, estamos adelantándonos en el desarrollo de reactores nucleares modulares medianos, lo que nos permitirá generar energía eficiente, segura y limpia de forma escalable, permitiéndonos exportar estos conocimientos a todo el mundo con el auge de estas tecnologías. Así, Argentina estará a la vanguardia del retorno al optimismo nuclear. Cada una de estas perspectivas funciona como un pequeño soplido que alimenta una llama de crecimiento que empezó a arder y seguirá creciendo con la baja de impuestos, como fuelle multiplicador. Y si supimos lograr todo esto en un solo año, con todo el aparato político y los medios tradicionales en contra, y a pesar de contar con solo el 15% de los diputados y el 10% de senadores, imaginen lo que somos capaces de hacer con viento a favor, una vez que las ideas de la libertad empiecen a surtir verdaderos efectos tangibles en la sociedad. Es más, imaginen lo que somos capaces de lograr todos si este germen de libertad, en innegable crecimiento, empieza a contagiarse, con nuestro caso de estudio como ejemplo. Los agoreros de turno ya no tendrán argumentos para oponerse a los resultados avasallantes de la realidad. Que a Argentina le vaya bien es beneficioso para todos: por un lado, porque el entramado comercial global se complejizará aún más, potenciando a todos los actores involucrados en el proceso; por otro lado, porque las naciones empezarán a perderle miedo al "Cuco" que nos impusieron desde pequeños, que la desregulación solo trae barbarie y miseria, siendo esta la principal motivo del progreso con el que contamos como especie.

Tal como hice casi un año atrás, quiero invitarles una vez más a todos ustedes, fervientes defensores del capitalismo de libre empresa, que si creen como yo que el mérito, la ambición, la libertad, la innovación y el optimismo son valores esenciales de la especie humana que deben ser premiados, apuesten por Argentina. Ni siquiera tienen que hacerlo por Argentina, háganlo por ustedes y por sus propios países, que Argentina les sirva de ejemplo irrebatible de que la única forma de erradicar la pobreza del bolsillo y del alma es con más capitalismo y menos Estado.

Y si sus compatriotas deciden tapar el sol con la mano, sepan que siempre podrán encontrar en Argentina un hogar para todos aquellos que estén dispuestos a habitar nuestro suelo y escribir un nuevo capítulo en la historia del progreso que representa Occidente. 

¡Tengan todos muy buenos días! Que Dios los bendiga y que las fuerzas del cielo los acompañen.

¡Viva la libertad, carajo!

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