Resumen
Roberto Marcelino Ortiz fue un político argentino que se desempeñó como presidente de la Nación entre 1938 y 1942, durante la "década infame". Nació el 24 de septiembre de 1886 en Buenos Aires y se destacó como abogado y dirigente de la Unión Cívica Radical Antipersonalista. Su gobierno intentó marcar un cambio dentro del régimen fraudulento de la época, promoviendo elecciones más limpias y mayor transparencia en la administración pública. Sin embargo, su gestión se vio interrumpida por problemas de salud, que lo obligaron a delegar el mando en su vicepresidente, Ramón Castillo, en 1940, y a renunciar en 1942. Su presidencia quedó marcada por un intento fallido de restaurar la democracia en un contexto de fraude estructural, además de la tensión internacional provocada por la Segunda Guerra Mundial. Ortiz falleció poco después de su renuncia, en 1942, dejando un legado ambiguo dentro de la historia política argentina.
Biografía
Roberto M. Ortiz nació el 24 de septiembre de 1886 en Buenos Aires. Estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires y, desde joven, se vinculó a la política dentro de la Unión Cívica Radical (UCR). Durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear (1922-1928), Ortiz ocupó el cargo de ministro de Obras Públicas, desde donde impulsó un ambicioso plan de infraestructura que incluyó la modernización del transporte y la expansión de la red vial y ferroviaria. Tras el golpe de Estado de 1930 que derrocó a Hipólito Yrigoyen, Ortiz se alejó del radicalismo tradicional y se acercó a los sectores antipersonalistas y conservadores. En 1937, fue elegido presidente de la Nación en unas elecciones fraudulentas organizadas bajo el sistema del "fraude patriótico". A pesar de haber llegado al poder en un contexto viciado, Ortiz intentó modificar el sistema y devolverle mayor legitimidad a la democracia argentina.
Presidencia
Roberto Ortiz asumió la presidencia el 20 de febrero de 1938 con el respaldo de la Concordancia, una coalición de conservadores y radicales antipersonalistas. A diferencia de su predecesor, Agustín P. Justo, Ortiz intentó limitar el fraude electoral y promover una mayor transparencia en la administración pública. En 1940, organizó elecciones en la provincia de Buenos Aires sin intervención estatal, lo que permitió la victoria del radicalismo y representó un intento de transición hacia una democracia más legítima. En el plano económico, su gobierno continuó las políticas de modernización iniciadas en la década del 30, con especial énfasis en la expansión de la infraestructura y la estabilidad financiera. En política exterior, su gestión estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial. Ortiz adoptó una postura neutral, en línea con la tradición argentina, pero su administración comenzó a mostrar cierta inclinación hacia los Aliados. Sin embargo, su presidencia quedó trunca cuando, en 1940, una grave enfermedad le impidió continuar en el ejercicio pleno del poder, delegándolo en su vicepresidente, Ramón Castillo, quien luego asumió de facto el control del gobierno.
Post Presidencia y fallecimiento
A medida que su salud empeoraba debido a una avanzada diabetes que le causó ceguera, Ortiz dejó de participar activamente en la gestión y en 1942 presentó formalmente su renuncia a la presidencia, dejando el poder en manos de Ramón Castillo. Su retiro marcó el fin de su intento por restaurar la democracia dentro del régimen fraudulento de la "década infame". Luego de su renuncia, Ortiz se mantuvo alejado de la vida pública, dedicándose exclusivamente a su tratamiento médico. Falleció el 15 de julio de 1942 en Buenos Aires, pocos meses después de su salida del gobierno. Su legado es complejo: aunque intentó poner fin al fraude electoral, no logró consolidar una democracia real antes de su retiro. Sin embargo, su voluntad de cambio lo diferencia de otros presidentes de la época, y es recordado como un político honesto dentro de un sistema viciado por la corrupción y la manipulación electoral.