Las raíces profundas del cambio
Por Marcos Peña
Hace un año, cuando hablábamos sobre el cambio político puesto en marcha en nuestro país, decíamos que ese cambio había surgido de una acción de confianza mutua, de abajo hacia arriba, de una cantidad enorme de argentinos rebelados ante la idea de seguir viviendo fracasos y frustraciones. Con esos argentinos empezamos entonces el camino difícil y desafiante de demostrar que se puede convivir de otra manera: que se puede ejercer el poder como un servicio.
Hoy, un año más tarde, podemos decir que las raíces del cambio son mucho más profundas de lo que parecían. Y son profundas justamente porque se basan en la esperanza de saber que somos mejores que esa vida que hemos llevado hasta ahora como país. Una mayoría de los argentinos cree que somos capaces de dar vuelta el deterioro institucional y democrático de tanto tiempo y realmente construir una convivencia en paz y republicana, en la cual las instituciones no sean instrumentos del poder sino de los ciudadanos, para garantizar un mejor porvenir para ellos, sus hijos y sus nietos.
Estamos convencidos, como demostró la elección de agosto y creemos que se va a confirmar en octubre, que juntos estamos cambiando la cultura democrática de nuestro país. Queremos ser muy claros: nosotros no tenemos dudas de nuestros valores en este punto. Creemos en las instituciones democráticas, creemos en la República y creemos que estamos de paso en el poder, asumiendo una gran responsabilidad y un gran desafío con el que nos honran los ciudadanos. Si seguimos ejerciendo estos principios, confiamos en que este cambio se va a fortalecer en cada provincia, cada municipio y cada poder institucional de la Argentina.
Hace un año también decíamos que nuestro gran desafío económico era crecer, mostrar que no sólo habíamos evitado una crisis y salido de la recesión. Y desde entonces empezamos a crecer, con un gran esfuerzo de los argentinos, que valoramos enormemente. Ese crecimiento arrancó primero con algunos sectores como el agro, que fue el primero en confiar y en apostar, pero hoy ya está diseminado en casi todos los sectores de la economía y las provincias. Estamos viendo también cómo el crecimiento fue acompañado por el plan de infraestructura más ambicioso –y más transparente– de la historia argentina y cómo esa reactivación logró contagiar a la construcción, que, gracias al impulso al crédito hipotecario, también está creciendo muy saludablemente.
El desarrollo y el crecimiento que estamos viendo en estos sectores empieza a notarse también en el consumo, una de las variables que más afectó este año al bolsillo de los argentinos. El salario real se está recuperando todos los meses gracias a la baja de la inflación, a partir de paritarias libres y de entender que nuestro crecimiento no se va resolver con atajos –devaluaciones salvadoras, tipos de cambio artificiales, bombeos inflacionarios– sino con un camino gradual pero sostenido donde estén incluidos todos los argentinos. Para eso necesitamos recordar que este cambio económico, como el cambio político, también tiene sus tiempos, su proceso pedagógico y de construcción de confianza.
Lo que llevamos adelante no es un cambio de un día para el otro, porque estamos viviendo en uno de los tiempos de mayores desafíos de transformación de la humanidad, y esos desafíos se suman a los desafíos de un país que viene de mucho tiempo de mirarse para adentro.
Creemos que para nosotros, como país, es muy importante salir y cambiar nuestra mentalidad en relación con el mundo. Estamos avanzando fuertemente en el proceso de ingreso a la OCDE, que creemos clave para demostrarle al mundo que el cambio en la Argentina va en serio y es profundo. Y toca un punto muy sensible para nuestro país: durante muchos años en la Argentina se enseñó que teníamos que vivir de lo nuestro, que esa falsa idea nacionalista de encerrarnos era el camino para lograr un mejor bienestar. No sólo creemos que esa idea es falsa. También nos parece suicida: la Argentina sólo tiene futuro integrándose activamente al mundo, exportando orgullosamente lo nuestro, con más turismo e inversiones y sintiéndonos protagonistas en este siglo XXI.
Estamos abiertos para que vengan de todo el mundo y al mismo tiempo estamos abiertos para demostrar que no tenemos nada que envidiarles a otros países y que estamos en condiciones de competir de igual a igual.
Esto también será gradual, no es de un día para el otro. Pero es muy importante plantear una postura de valores y de identidad. No sólo para que nuestra sociedad, nuestra ciudadanía, entienda hacia dónde vamos, sino también para que, no sólo en el mundo sino particularmente en la región, nos unamos para plantear la idea de un mundo con más integración y apertura, con más democracia y sociedades más abiertas, integradas a partir del intercambio para lograr, como es nuestro lema en el G-20, un desarrollo equitativo y sostenible.