Palabras del Presidente Javier Milei en la Gala Inaugural Hispánica, tras recibir el premio LWS 2025 Titán de la Reforma Económica, Washington DC

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Palabras del Presidente Javier Milei en la Gala Inaugural Hispánica, tras recibir el premio LWS 2025 Titán de la Reforma Económica, en el OMNI Hotel, Washington DC

Hola a todos. Nunca creí que me iba a sentir tan en mi casa como me siento ahora. Buenas noches a todos. Quiero agradecer a los presentes y a los organizadores que han hecho posible esta velada. Es un honor para mí estar aquí y recibir el premio Titán de la Reforma Económica en este día.

Para quienes no me conocen, yo soy un economista que ha sido honrado con la tarea de conducir los destinos de mi país. Durante toda mi vida he sido un amante de la teoría económica. Y los hechos, la teoría y mi propia historia me han llevado a abrazar las ideas de la Escuela Austríaca de Economía y, en especial, las ideas de la libertad. Como tal, mi compromiso con las ideas de la libertad, es decir, con la defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, es inclaudicable. Y producto de haber vivido la mayor parte de mi vida adulta en un país consumido por el socialismo, ser honrado con esta distinción me llena de orgullo. He dicho ya, en otras oportunidades, que el socialismo es una enfermedad del alma, que ataca y corroe al ser humano en sus valores fundamentales y si no se enfrenta a tiempo puede llevar a la miseria como ha ocurrido en mi país. Sin embargo, las mayorías silenciosas están despertando, y producto de ello el curso de la historia está cambiando.

Hoy me honra con la distinción de Titán de la Reforma Económica, y debo decir que el título es realmente acertado, ya que la tarea que estamos llevando adelante en Argentina hace un año es verdaderamente titánica. No solo por la dimensión, la complejidad y profundidad de las reformas que estamos llevando a cabo, sino también porque debemos luchar contra la extorsión y el sabotaje de los intereses corporativos enquistados en el poder del antiguo régimen. Por eso, quiero aprovechar para compartir con ustedes algunas ideas sobre lo que estamos haciendo, que algunos ya están llamando el milagro argentino. Pero también algunas falacias de la política tradicional, porque la batalla es larga y necesitamos las herramientas intelectuales adecuadas para ganarla.

En primer lugar, nuestra batalla es contra las ideas del gradualismo. Los argentinos estamos acostumbrados a la desilusión, producto de haber vivido en un país infectado por el socialismo durante cien años. Ha habido dictaduras y gobiernos democráticos, pero la única constante ha sido el colectivismo en alguna de sus formas. También ha habido, es cierto, experiencias reformistas, pero hasta ahora todas habían fracasado. Ninguna había podido hacer la transición del socialismo empobrecedor al capitalismo redentor de los pobres. Este ciclo de ilusiones y fracasos durante décadas ha provocado que muchos argentinos opten por emigrar si tenían la posibilidad. O se contenten con sobrevivir si no la tenían. Esto se ha repetido a lo largo de todo el siglo XX, con la consecuencia de destrucción de riqueza y capital que implicaba, caracterizando lo que hemos llamado el siglo de la humillación argentina. Coaliciones de gobierno elegidas para implementar reformas, rápidamente fracasaban y el círculo vicioso volvía a empezar. La pregunta que muchos se hicieron durante décadas era: ¿Por qué? ¿Por qué las coaliciones reformistas han fracasado en la historia argentina? La razón es simple, hasta ahora ningún gobierno, con excepción del de Carlos Saúl Menem, si uno quiere, se había animado a aplicar las recetas del liberalismo de cuajo y sin temor. Esto sucede por miedo. Miedo a perder apoyo, a romper acuerdos, a la protesta social o perder las próximas elecciones. Esto es porque los políticos, sin importar su partido, tienen como primer mandato mantenerse en el poder a cualquier costo. Recién después piensan en hacer los cambios que habían prometido. De la misma manera que un empresario busca la maximización de las acciones de su empresa, un político tiene un driver principal ante cualquier otra cosa: maximizar el tiempo que está en el poder y el tamaño del presupuesto que maneja. Es por ese miedo a perder apoyo que acomodan sus ideas a mantenerlas tal que les brinden la tranquilidad, equivocadamente, que así se quedarán más tiempo en el poder. Como tal, bajo la excusa que sea, aún los que quieren realizar cambios o reformas optan por reformas de tinte gradualista, que inexorablemente terminan fracasando. Es interesante esta paradoja. Podríamos llamarle la paradoja del político reformista: convencido que lo más importante para que un país cambie es su permanencia en el poder, producen su propio fracaso. Pues bien, nosotros somos reformistas, pero no políticos. No operamos bajo la premisa de que lo más importante es nuestra permanencia en el poder, sino que para nosotros lo más importante es implementar nuestras reformas. Gobernamos sin miedo, aplicando medidas de shock para generar confianza en la sociedad y el mercado. No solo porque son nuestras convicciones, sino porque además la evidencia empírica nos acompaña. Desde 1952 en adelante, todos los programas de shock, sacando el del 59, fueron expansivos de la actividad y el empleo; y todos los programas gradualistas terminaron mal.

Segundo: no consensuamos con el enemigo. La otra falacia que suelen aplicar los políticos reformistas es la del consenso. La mayoría de las experiencias reformistas se chocan contra una clase política que les dice que deberían consensuar sus reformas con ellos. Sin embargo, si los políticos a los que uno enfrenta representan una ideología opuesta a la propia, que ha sido la causante de todos los males, no hay ni puede haber nunca posibilidad de acuerdo. No puede haber acuerdo entre el bien y el mal, porque trabajamos para intereses antagónicos. No se pueden negociar los términos de una reforma con quienes viven de conservar sus privilegios.

Por otra parte, en tercer lugar, hay que ocuparse simultáneamente, tanto de lo urgente, como de lo importante. Nosotros asumimos en un contexto absolutamente crítico, sabiendo que lo urgente era estabilizar la economía, pero que lo importante era desarmar el Leviatán colectivista que había sido montado en Argentina durante los últimos cien años. Por eso, nuestra segunda medida en materia económica tuvo que ver no con lo urgente, sino con lo importante. El decreto 70/23 fue el inicio de un conjunto de reformas estructurales que abrirán nuestros mercados, nos acercarán al resto del mundo, y vaya que ya lo está haciendo. Al poco tiempo de dicho decreto, enviamos el proyecto de Ley Bases al Congreso, que en conjunto representa una reforma del Estado ocho veces más grande que la llevada a cabo por el gobierno de Carlos Saúl Menem. Es decir, hicimos la reforma estructural más grande de toda la historia argentina, revirtiendo 123 años de decadencia. Es decir, que nosotros no solo nos preocupamos por lo urgente, que era estabilizar la economía, sino que también encarnamos el proyecto de reforma más ambicioso de la historia de nuestro país. Lo hicimos todo en simultáneo, porque lo urgente no es justificativo para postergar lo importante.

Cuarto punto. Y sobre todo, muy importante a nivel global: achicar el Estado. La idea que les quiero dejar es que reformar el Estado implica devolverle el poder que le fue quitado a la ciudadanía. Y la única forma de hacerlo es achicando el Estado. No hay otra. Lo digo en respuesta a quienes abogan por un Estado grande pero eficiente. Sé que puede sonar lindo o bienintencionado, pero créanme que cuando un político les dice que quiere un Estado eficiente, está abogando por mejores mecanismos para robarles la riqueza a los ciudadanos. El único Estado aceptable es el más chico posible, para devolverle al pagador de impuestos lo que es suyo y terminar con la venta de favores. No hay mejor método que eliminar la burocracia estatal para que no exista la posibilidad de vender esos favores. La vida de la gente no puede estar sometida al criterio de un burócrata detrás de un mostrador. La desregulación es el único camino exitoso, es el camino de la motosierra. Porque un Estado que se arroga tareas que no le competen termina por incumplir sus responsabilidades básicas. Como decía Murray Newton Rothbard, el inventor del anarcocapitalismo: “Cuanto mayor sea el tamaño del Estado, menos recursos se utilizarán para satisfacer los deseos de los consumidores que han contribuido a la producción, y más recursos se utilizaran para satisfacer los deseos de los consumidores que no producen”. O sea, los parásitos. Los amigos de los políticos.

Finalmente, aún habiendo realizado todos los cambios que hemos hecho en este primer año de gobierno, que además ha sido catalogado casi unívocamente como un éxito absoluto, ya que hemos logrado en el primer año el superávit fiscal en 123 años, hemos bajado la inflación mayorista del 54% al 0,8%, hemos reducido la pobreza del 55% al 38% en un año, ya tenemos mejores niveles de actividad y crecimiento que cuando asumimos. Y recién llevamos un año de gobierno. Además, el Decreto 70/2023 y la Ley Bases han sido solamente la punta del iceberg. Aún nos quedan 3.200 reformas estructurales por delante. Porque nuestra meta es ardua, pero simple: queremos hacer de la Argentina el país más libre del mundo. Porque sabemos que la libertad genera prosperidad. Porque sabemos que nuestras ideas funcionan. Porque lo hemos comprobado durante todo este año. Este ha sido solo el comienzo, lo mejor está por venir.

Y además, quiero dar las gracias por este reconocimiento. Que Dios bendiga a cada uno de ustedes y a los argentinos. Hagamos nuevamente grande a la Argentina y a Estados Unidos. Y que las fuerzas del cielo los acompañen. ¡Viva la libertad, carajo! Muchísimas gracias.