Palabras del Presidente de la Nación Javier Milei en la LXV Cumbre del Mercosur, en Montevideo, Uruguay
Buenos días a todos, a mis colegas presidentes, a los cancilleres de nuestros países hermanos y a todas las autoridades de los países integrantes del Mercosur. Espero que podamos tener una conversación fructífera, acerca de nuestro bloque común, y avanzar en el camino correcto, que no es otro que profundizar nuestros lazos para promover el comercio y - con ello - traerles prosperidad, a nuestros pueblos.
Si bien vengo hoy, aquí, en carácter de presidente, quisiera hablar principalmente como economista y aprovechar - el día de la fecha - habiéndose cumplido ya más de 30 años, desde su fundación, para recordar la misión de origen del Mercosur y evaluar en conjunto si el mismo ha estado o no a la altura de su pronóstico originario. Porque a las instituciones no hay que evaluarlas por sus intenciones, sino por sus resultados.
A fines de los 80, con un mundo completamente fracturado, tras décadas de Guerra Fría y politización ideológica, el Mercosur surgió como una forma de buscar integrar los mercados, de nuestros países, eliminando aranceles, burocracias y dobles imposiciones fiscales y con el fin último de establecer una zona común de libre comercio. Lamentablemente - en simultáneo y producto de las ideas imperantes en la época, a nuestro juicio equivocadas, se propuso un sistema, de arancel externo común, para intentar proteger la industria de nuestros países, creyendo que eso traería un beneficio para nuestros ciudadanos. Lamentablemente, el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones y - como alguna vez ha señalado el profesor Huerta de Soto – “siempre que el Estado interviene, genera un resultado peor al que había, antes de que se entrometiera”. Por lo cual no es una sorpresa para un liberal - como yo - que el resultado de estas medidas haya sido el contrario al pretendido. El arancel externo común no sólo encareció la importación de bienes productivos, volviendo a nuestras industrias locales más caras y - en consecuencia - menos competitivas, sino que nos cerró innumerables vías comerciales. Por lo que sucede con el comercio es que funciona como una autopista de doble vía, para uno poder vender libremente debe estar dispuesto a comprar libremente también.
Sin embargo, tanto por la rigidez del arancel externo común, como por las innumerables barreras para-arancelarias, que hemos inventado a lo largo de los años - tanto el comercio del Mercosur con el mundo, como el comercio inter-Mercosur - se han visto deteriorados. Desde 1995, hasta el presente, la participación en el comercio intrazona de todos los países, exceptuando Paraguay, se redujo significativamente, siendo Argentina y Uruguay los casos más notorios. Tener aranceles tan altos encarece la vida de todos nuestros ciudadanos y les niega la oportunidad de adquirir mejores bienes, a mejores precios, es decir, les niega la posibilidad de mejorar su calidad de vida. No es casualidad que - desde mediados de los 90 hasta el presente - la incidencia del Mercosur, en el comercio mundial, se ha reducido del 1,8% al 1,6%. Consolidarnos en un bloque común no sólo nos hizo crecer, sino que nos ha perjudicado, mientras vecinos - como Chile y Perú - se abrieron al mundo y entablaron acuerdos comerciales con los protagonistas del comercio global, nosotros nos encerramos en nuestra propia pecera tardando - más de 20 años - de cerrar un acuerdo con el que – hoy - festejamos, que aún dista de ser una realidad.
No puede llamar la atención, entonces, que la economía de nuestros vecinos hayan crecido tanto más que las nuestras, mientras que ellos tienen acuerdo de libre comercio, con más de 20 países; nosotros tenemos tratados similares únicamente con el resto de Sudamérica, Egipto e Israel. Si bien la responsabilidad del fracaso argentino cae – mayormente - en décadas de una política económica destructiva, el Mercosur y sus restricciones también han sido un escollo para el progreso de los argentinos. Chile exporta 50 veces más de cereza que lo que exportamos nosotros; exporta 50,000 millones de dólares por año en cobre, mientras nosotros cero. ¿Cuántos mercados nuevos podríamos haber desarrollado, si estuviéramos abiertos al mundo? Mi punto es que - los últimos 20 años de política económica - dejaron a Argentina en un pozo profundo y – hoy - la sociedad entera está haciendo un esfuerzo inmenso para salir adelante. No podemos darnos el lujo de dejar pasar oportunidades comerciales, las necesitamos como agua en el desierto.
Así como hemos aprendido de los errores del pasado - en materia fiscal y monetaria - tenemos que aprender de los errores del pasado en materia comercial también. Durante los últimos 20 años, nos hemos perdido la oportunidad de nuestras vidas, fuimos a contramano del mundo, durante el ciclo de mayor integración comercial de la historia global, que redundó en el mayor desarrollo de países emergentes jamás visto. Mientras el resto de planetas se expandía - gracias al comercio - nosotros le dijimos que no, a Estados Unidos, que ofrecía un acuerdo de libre comercio en todo el continente. Pero esa perorata disfrazada de nacionalismo le costó carísimo a nuestros ciudadanos. ¿Saben cuál es la única manera de defender el interés de nuestras naciones? Promoviendo el libre comercio, porque el libre comercio genera prosperidad. Porque como dijo Julio Argentino Roca, el más grande nacionalista de nuestra historia “el comercio sabe mejor que el Gobierno lo que a él le conviene. La verdadera política consiste, pues, en dejarle a las manos la más amplia libertad”.
En resumen, el Mercosur - que nació con la idea de profundizar nuestros lazos comerciales - terminó convirtiéndose en una prisión que no permite que sus países miembros puedan aprovechar ni sus ventajas comparativas, ni su potencial exportador. Este problema no es nuevo, pero si seguimos pretendiendo tratar de tapar el sol con las manos se volverá cada vez más difícil de solucionar.
Me gustaría invitarlos, como hermanos que somos, a que abramos los ojos y seamos honestos intelectualmente; aceptemos que este modelo está agotado y busquemos una nueva fórmula que nos beneficia a todos, para que todos podamos comercializar más y mejor, porque es el comercio lo que genera prosperidad y lo que va a terminar con el gran flagelo latinoamericano, que es la pobreza abyecta, de nuestros pueblos. Ganemos autonomía, sin dejar de respetar los acuerdos que nos hermanan, y si los que nos hermanan es comercial libremente entre nosotros, propongo que aflojemos las ataduras que – hoy- nos ahogan en vez de fortalecernos.
Este bloque no puede seguir siendo un cepo que limite a nuestros países. Debemos dejar atrás esta etapa, caracterizada por la mera administración de acuerdos; el exceso de regulaciones y la implementación de normas que frenan, tanto el comercio interno, como el resto del mundo. Porque si el bloque no es un motor dinámico que facilite el comercio, que impulse la inversión y mejore la calidad de vida de todos los ciudadanos de nuestra región, ¿cuál es el sentido que tiene? Espero que - sin anteojeras ideológicas - tengamos la honestidad intelectual suficiente para poder hacernos las preguntas difíciles y el coraje para tomar las decisiones necesarias.
Que Dios los bendiga a todos y que las fuerzas del cielo nos acompañen. Muchas gracias.