Palabras del Presidente de la Nación Javier Milei, en el debate general, del 79 Período de Sesiones, de la Asamblea General de Naciones Unidas, Nueva York, Estados Unidos
A las autoridades de la Naciones Unidas, a los representantes de los distintos países que le integran y a todos los ciudadanos del mundo que nos estén mirando, buenas tardes: para aquellos que no lo saben, yo no soy político, soy un economista, un economista liberal libertario, que jamás tuvo la ambición de hacer política y que fue honrado, con el cargo de presidente de la República Argentina, frente al fracaso estrepitoso, de más de un siglo de políticas colectivistas, que destruyeron nuestro país.
Este es mi primer discurso - frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas - y quiero aprovechar para - con humildad - alertar a las distintas naciones del mundo sobre el camino que están transitando, hace décadas, y sobre el peligro que implica que esta organización fracase en cumplir su misión original.
No vengo aquí a decirle al mundo lo que tiene que hacer; vengo aquí a decirle al mundo, por un lado, lo que va a ocurrir si las Naciones Unidas continúan promoviendo las políticas colectivistas, que vienen promoviendo bajo el mandato de la agenda 2030, y, por el otro, cuáles son los valores que la nueva Argentina defiende. Quiero sí comenzar dando crédito, cuando el crédito corresponde. La organización de Naciones Unidas nace del horror de la guerra más cruenta de la historia global con el objetivo principal de que nunca volviera a ocurrir. Para eso la organización grabó en piedra sus principios fundamentales, en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ahí se consignó un acuerdo básico, en torno a una máxima: que todos los seres humanos nacen libres e iguales, en dignidad y derechos.
Bajo la tutela de esta organización y la adopción de estas ideas - durante los últimos 70 años - la humanidad vivió el período de paz global, más largo de la historia, que coincidió – también - con el período de mayor crecimiento económico de la historia. Se creó un foro internacional, donde las naciones pudieran dirimir sus conflictos, a través de la cooperación, en vez de recurrir – instantáneamente - a las armas y se logró algo impensado: sentar de manera permanente a las cinco potencias más grandes del mundo, en una misma mesa; cada una con el mismo poder de veto, a pesar de tener intereses totalmente contrapuestos.
Todo esto no hizo que el flagelo de la guerra desapareciera, pero se logró - por ahora - que ningún conflicto escalara a proporciones mundiales. El resultado fue que pasamos de tener dos guerras mundiales, en menos de 40 años, que - en conjunto - se cobraron más de 120 millones de vidas, a tener 70 años consecutivos de relativa paz y estabilidad global, bajo el manto de un orden que permitió al mundo entero integrarse comercialmente, competir y prosperar. Porque donde entra el comercio, no entran las balas - decía Bastiat - porque el comercio garantiza la paz, la libertad garantiza el comercio y la igualdad ante la ley garantiza la libertad.
Se cumplió, en definitiva, lo que consignó el Profeta Isaías y se lee en el parque, cruzando la calle: "Dios juzgará entre las naciones y arbitrará por los muchos pueblos; forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podadoras. Nación no tomará espada contra Nación; nunca más conocerán la guerra".
Esto es lo que ha ocurrido – mayormente - bajo la tutela de las Naciones Unidas, en sus primeras décadas, y por eso, desde esta perspectiva, estamos hablando de un éxito destacable, en la historia de las naciones que no puede ser soslayado. Ahora bien - en algún momento - y como suele ocurrir con la mayoría de las estructuras burocráticas que los hombres creamos, esta organización dejó de velar por los principios esbozados en su declaración fundante y comenzó a mutar. Una organización que había sido pensada – esencialmente - como un escudo para proteger el Reino de los Hombres se transformó en un Leviatán de múltiples tentáculos, que pretende decidir no sólo qué debe hacer cada Estado-Nación, sino también cómo deben vivir todos los ciudadanos del mundo. Así es como pasamos de una organización que perseguía la paz; a una organización que le impone una agenda ideológica a sus miembros, sobre un sinfín de temas, que hacen a la vida del hombre en sociedad.
El modelo de Naciones Unidas, que había sido exitoso, cuyo origen podemos rastrear, en las ideas del presidente Wilson, que hablaba de la "sociedad de paz sin victoria" y que se fundaba en la cooperación de los Estados nación, ha sido abandonado; ha sido reemplazado por un modelo de gobierno supranacional de burócratas internacionales, que pretenden imponerles a los ciudadanos del mundo un modo de vida determinado. Lo que se está discutiendo - esta semana, aquí, en Nueva York, en la Cumbre del Futuro - no es otra cosa que la profundización de ese rumbo trágico que esta institución ha adoptado. Así, la profundización de un modelo que - en palabras del propio secretario de las Naciones Unidas - exige definir un nuevo contrato social a escala global, redoblando los compromisos, de la Agenda 2030.
Quiero ser claro en la posición de la agenda argentina: la Agenda 2030, aunque bien intencionada en sus metas, no es otra cosa que un programa de gobierno supranacional, de corte socialista, que pretende resolver los problemas de la modernidad con soluciones que atentan contra la soberanía de los Estados Nación y violentan el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Es una agenda, que pretende solucionar la pobreza, la desigualdad y la discriminación con legislación que lo único que hace es profundizarlas. Porque la historia del mundo demuestra que la única manera de garantizar la prosperidad es limitando el poder del monarca, garantizando la igualdad ante la ley y defendiendo el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de los individuos.
Ha sido precisamente la adopción de esa agenda, que obedece a intereses privilegiados; el abandono de los principios - esbozados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas - lo que tergiversó el rol de esta institución y la puso en una senda equivocada. Así, hemos visto cómo una organización, que nació para defender los derechos del hombre, ha sido una de las principales propulsoras de la violación sistemática de la libertad, como - por ejemplo - con las cuarentenas a nivel global durante el año 2020, que deberían ser consideradas un delito de lesa humanidad.
En esta misma casa que dice defender los derechos humanos, han permitido el ingreso, al Consejo de Derechos Humanos, a dictaduras sangrientas como la de Cuba y Venezuela, sin el más mínimo reproche. En esta misma casa que dice defender los derechos de las mujeres, permiten el ingreso, al Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, a países que castigan a sus mujeres por mostrar la piel. En esta misma casa – sistemáticamente - se ha votado en contra del Estado de Israel, que es el único país de Medio Oriente, que defiende la democracia liberal, mientras se ha demostrado - en simultáneo - una incapacidad total de responder al flagelo del terrorismo. En el plano económico, se han promovido políticas colectivistas que atentan contra el crecimiento económico; violentan los derechos de propiedad y entorpecen el proceso económico natural, llegando a impedirle a los países más postergados del mundo gozar libremente de sus propios recursos para salir adelante. Regulaciones y prohibiciones impulsadas precisamente por los países que se desarrollaron, gracias a hacer lo mismo que hoy condenan. Se ha promovido, además, una relación tóxica entre las políticas de gobernanza global y los organismos de crédito internacional, exigiéndole a los países más relegados que comprometan recursos que no tienen en programas que no necesitan, convirtiéndolos en deudores perpetuos para promover la agenda de las elites globales.
Tampoco ha ayudado el tutelaje del Foro Económico Mundial, donde se promueven políticas ridículas con anteojeras maltusianas - como las políticas de "Emisión Cero" - que dañan, sobre todo, a los países pobres. A las políticas vinculadas a los derechos sexuales y reproductivos, cuando la tasa de natalidad de los países occidentales se está desplomando, anunciando un futuro sombrío para todos. Tampoco la organización ha cumplido satisfactoriamente su misión de defender la soberanía territorial de sus integrantes, como sabemos los argentinos de primera mano, en la relación con las Islas Malvinas. Y llegamos, incluso, a una situación en la que - el Consejo de Seguridad - que es el órgano más importante de esta casa, se ha desnaturalizado, porque el veto de sus integrantes permanentes se ha empezado a utilizar, en defensa de los intereses particulares de algunos.
Así estamos hoy, con una organización impotente en brindar soluciones a los verdaderos conflictos globales, como ha sido la aberrante invasión rusa a Ucrania, que ya le ha costado la vida a más de 300.000 personas, dejando un tendal de más de un millón de heridos en el proceso. Una organización que, en vez de enfrentar estos conflictos, invierte tiempo y esfuerzo en imponerle a los países pobres qué, cómo y deben producir, con quién vincularse, qué deben comer y en qué creer, como pretende dictar el presente Pacto del Futuro. Toda esta larga lista de errores y contradicciones no ha sido gratuita, sino que ha redundado en la pérdida de credibilidad, de las Naciones Unidas, ante los ciudadanos del mundo libre y en la desnaturalización de sus funciones.
Por eso, quiero hacer una advertencia: estamos ante un fin de ciclo. El colectivismo y el postureo moral, de la agenda woke, se han chocado con la realidad y ya no tienen soluciones creíbles para ofrecer a los problemas reales del mundo. De hecho, nunca las tuvieron. Si la Agenda 2030 fracasó - como reconocen sus propios promotores - la respuesta debería ser preguntarnos si no fue un programa mal concebido de inicio, aceptar esa realidad y cambiar el rumbo. No se puede pretender persistir en el error redoblando la apuesta de una agenda que ha fracasado. Siempre ocurre lo mismo con las ideas que vienen de la izquierda: diseñan un modelo acorde a lo que el ser humano debería ser - según ellos - y cuando los individuos – libremente - actúan de otra manera, no tienen mejor solución que restringir, reprimir y coartar su libertad.
Nosotros - en Argentina - ya hemos visto con nuestros propios ojos lo que hay al final de este camino de envidia y pasiones tristes: pobreza, embrutecimiento, anarquía y una ausencia fatal de libertad. Todavía estamos a tiempo de apartarnos de ese rumbo.
Quiero ser claro con algo para que no haya malas interpretaciones: la Argentina, que está viviendo un proceso profundo de cambio, en la actualidad, ha decidido abrazar las ideas de la libertad; esas ideas que dicen que todos los ciudadanos nacemos libres e iguales ante la ley, que tenemos derechos inalienables otorgados por el Creador, entre los que se encuentran el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Esos principios, que ordenan el proceso de cambio, que estamos llevando adelante, en la Argentina, son también los principios que guiarán nuestra conducta internacional, a partir de ahora.
Creemos en la defensa de la vida de todos; creemos en la defensa de la propiedad de todos; creemos en la libertad de expresión para todos; creemos en la libertad de culto para todos; creemos en la libertad de comercio para todos y creemos en los gobiernos limitados, todos ellos.
Y como en estos tiempos lo que sucede en un país impacta rápidamente en otros, creemos que todos los pueblos deben vivir libres de la tiranía y la opresión, ya sea que tome forma de opresión política, de esclavitud económica o de fanatismo religioso. Esa idea fundamental no debe quedarse en meras palabras; tiene que ser apoyada en los hechos, diplomáticamente, económicamente y materialmente, a través de la fuerza conjunta de todos los países, que defendemos la libertad.
Esta doctrina de la nueva Argentina no es - más ni menos - que la verdadera esencia de la Organización de las Naciones Unidas, es decir, la cooperación de Naciones Unidas en defensa de la libertad. Si las Naciones Unidas deciden retomar los principios que le dieron vida y volver a adaptar el rol para el que fue concebida, cuenten con el apoyo – inclaudicable - de la Argentina, en la lucha por la libertad.
Sepan, también, que la Argentina no acompañará ninguna política que implique la restricción de las libertades individuales, del comercio, ni la violación de los derechos naturales de los individuos, no importa quién la promueva ni cuánto consenso tenga esa institución. Por esta razón, queremos expresar – oficialmente - nuestro disenso sobre el Pacto del Futuro, firmado el día domingo, e invitamos a todas las naciones del mundo libre a que nos acompañen, no sólo en el disenso de este pacto, sino en la creación de una nueva agenda para esta noble institución: la agenda de la libertad.
A partir de este día, sepan que, la República Argentina, va a abandonar la posición de neutralidad histórica que nos caracterizó y va a estar a la vanguardia de la lucha en defensa de la libertad. Porque - como decía Thomas Paine - "aquellos que desean cosechar las bendiciones de la libertad deben - como hombres - soportar la fatiga de defenderla".
Que Dios bendiga a los argentinos y a todos los ciudadanos del mundo, y que las fuerzas del cielo nos acompañen.
¡Viva la libertad, carajo!. Muchas gracias.