Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en el acto por el Día de la Industria, en la Unión Industrial Argentina (UIA)

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Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en el acto por el Día de la Industria, en la Unión Industrial Argentina (UIA)

Buenos días a todos. Para comenzar, quiero saludar a todos los empresarios aquí presentes en su día y agradecerles por haber apostado y seguir apostando por el país. Producir, en un país con tantos problemas crónicos - como el nuestro – es, sin duda, una tarea digna de reconocimiento. También agradecerle al presidente de la Unión Industrial Argentina Dr. Daniel Funes de Rioja por invitarme a disertar ante todos ustedes, en esta jornada, tan importante.

Quiero aprovechar esta oportunidad para desmentir dos grandes mitos que - durante décadas - fueron utilizados por la política para meter la mano hasta el codo, en el sector industrial y enriquecerse a costa de todos los que producen; mitos que - para perjuicio de todos los argentinos- fueron tan exitosos que se convirtieron en dogmas, en el debate público: el primero, es el que tacha de incompatible el desarrollo industrial en simultáneo con el de los sectores primarios de la economía. Tal - como ya he dicho en otra oportunidad - durante 100 años, la política nos vendió el cuento de que, para tener una economía pujante, el desarrollo industrial debía darse pisoteando los sectores dinámicos y exportadores, en especial al campo. Pero esto no siempre fue así, y a las pruebas me remito, porque el periodo de mayor expansión industrial, de la historia argentina, fue precisamente, durante el modelo agroexportador, y no - como dicen algunos - con el modelo fracasado de sustitución de importaciones con patrocinio estatal. Fue el desarrollo económico, generado por el sector privado, el origen de nuestra primera industrialización. Lo mismo ocurrió - en la década del 30 - cuando el mercado argentino – naturalmente - desarrolló para abastecer la demanda que no podía abastecer Europa destrozada y descapitalizada, tras el crac del 29, pero - en algún momento - promediando la mitad del siglo pasado, la política decidió que para que el país se desarrollara se tenía que producir todo acá y empezó a arbitrar, con mano férrea, la relación entre los distintos sectores de la economía robándole a uno para darles a otros la justicia social.

La industria quedó subordinada a la sobreprotección, del Estado, en formas de crédito, subsidios, exenciones tributarias, barreras aduaneras y aranceles de todos los colores para competir, en el mercado local. Dijeron que era para industrializar el país, que había que ayudar a los sectores industriales a competir con las manufacturas importadas. Prometieron que, con el tiempo, lograrían competir de forma genuina, de igual a igual, y que así habría más y mejor trabajo. Pero – paradójicamente - se volvieron cada vez más dependientes del Estado, que - a su vez - dependía de las exportaciones agropecuarias para financiar todos esos beneficios. Se generó así, una relación de tutela viciosa, con el Estado, que arrastramos hasta el día de hoy. La consecuencia es que - para proteger a la industria - se le robó al campo, y esa protección lo único que generó es un sector industrial, adicto al Estado. Esta es una de las raíces de las crisis económicas estructurales que padecemos, desde hace tantas décadas.

Cien años de insistir con estas ideas terminaron - en primer lugar - arruinando nuestro potencial exportador; castigando al campo con trabas e impuestos y directamente impidiendo el desarrollo, de otros sectores exportadores, en los que deberíamos ser protagonistas globales, como es la industria del cobre.

En segundo lugar, perjudicaron a todos los argentinos porque nos obligaron a pagar más caro por productos de peor calidad, aumentando el costo de vida y reduciendo la capacidad de ahorro y - en consecuencia- la capacidad de inversión de todos. Y, por último - a pesar de tanto llenarse la boca hablando de política industrial - terminaron perjudicando directamente a gran parte de la propia industria. Porque, detrás de todos esos supuestos buenos deseos que justificaron alquimias y experimentos, que resultaron, en 113 años de déficit fiscal, de los últimos 123, restringieron la compra y venta libre de divisas, pisaron el tipo de cambio, pisaron tarifas y destrozaron los precios relativos de la economía, y en haber sido - junto con la dictadura de Maduro - los únicos países de la región, con más de 20 puntos de inflación interanual, durante los últimos 15 años seguidos.

¿Quién puede ganar en un país así? Nadie. Y los resultados están a la vista: la Argentina tiene – prácticamente - la misma cantidad de empleo formal privado, que hace quince años. En definitiva, a ningún sector le puede ir bien si - al conjunto de la sociedad - le va mal; salvo – quizás - a la casta política. Lo que es peor, tanta miseria le terminó imponiendo un modelo de negocio distinto a muchos sectores, pues ya no se trataba de pensar cómo producir más, mejor y más barato, sino de ver cómo acceder a la mayor cantidad de ventajas y prebendas posibles, de parte del Estado, para poder sobrevivir. Lo que estoy tratando de decir con todo esto es que - las supuestas políticas de desarrollo sectoriales, a costa de una macro destrozada - están condenadas a fracasar, y peor aún, están condenadas a producir aún más el problema de fondo. Este punto es central que se entienda, tanto por ustedes, que están en la trinchera, como por los analistas económicos que viven de opinar o pedir un plan de desarrollo: todo lo que los argentinos estamos acostumbrados a escuchar - en materia económica - es lisa y llanamente una estafa, que sólo sirve para beneficiar a algunos; en detrimento de todos.

Recomiendo - enfáticamente - un comentario, que anda dando vueltas, del brillante Claudio Zuchovicki, sobre "El hombre que calculaba". No se lo pierdan porque les va a aclarar mucho sobre la estafa, que han vendido los políticos. Quitarles a unos para darles a otros no es una política económica, es un robo que, encima, destruye la economía, a largo plazo. Así que sepan que cuando alguien les habla de potenciar la industria, mientras se emite dinero - por 13 puntos del PBI, en un año - mientras pisa el tipo de cambio, hasta un tercio de su valor de mercado; mientras autoriza importaciones, a pesar de que no están los dólares, esa persona no es pro-industria, esa persona es un estafador y punto. Yo se los digo:
¿saben cuál es la mejor política industrial? Tener una buena política fiscal y monetaria; honrar las deudas y recuperar la credibilidad del país para que - desde afuera - confíen en que, si nos venden, les vamos a pagar.
¿Saben cuál es la mejor política industrial? Terminar con la inflación, recuperar el cálculo económico y devolverles a los argentinos los dones de la estabilidad.

Hay que devolverles, el futuro, a los argentinos de a pie; la posibilidad de mirar hacia adelante y de planificar, de ahorrar y ser dueños de sus propias decisiones económicas. Esa es la mejor política industrial. Piensen cómo prefieren que sean sus compradores: ¿familias con capacidad de ahorro, que progresan y que cada vez pueden comprar más y mejor, o familias empobrecidas que tienen que adelantar consumo comprando lo primero que encuentren - en 24 cuotas - porque estoquearse en bienes es más rendidor que ahorrar en moneda? Sólo si al conjunto de la sociedad le va bien, le puede ir bien a la industria, de forma sostenible. Además, ustedes saben que - para quienes llevan adelante una empresa - estabilidad significa libertad, ¿o acaso la contabilidad permanente de un régimen de inflación alta e inestable no es una cárcel? Es un desperdicio de energía infernal, esa energía que hoy gastan en sortear el obstáculo de inestabilidad, mañana lo van a poder invertir en pensar cómo vender un mejor producto a mejor precio. Si el valor de una compañía se mide de acuerdo con el valor presente de los flujos futuros de esa empresa, la estabilidad es condición sine qua non para que su empresa valga algo.

No hay valor sin estabilidad; no hay ganancia sin estabilidad; no hay crecimiento sin estabilidad. Les dije que quería desarmar dos mitos. El segundo es el peor de todos y es adyacente al mito anterior: el mito de que la libertad en la economía es perniciosa para el desarrollo industrial. Ningún país quebró por abrirse al comercio internacional; todos los que lo hicieron progresaron de hecho, ¿a quién se le puede ocurrir semejante disparate? Y lo único que es pernicioso, para el desarrollo industrial, es tener un Estado elefantiásico, montado a sus espaldas. Esta administración está empecinada en reducir el costo argentino en la totalidad de la vida económica nacional para así mejorar la competitividad de todos los sectores productivos. Vinimos a achicar el Estado para agrandar el bolsillo de ustedes. Ya que hablamos de mitos: el costo argentino es como un monstruo mitológico, de muchas cabezas. La primera de ellas es el costo financiero, o sea, la capacidad que tienen los actores de la economía para acceder a crédito barato.

¿Saben cuál es el principal factor de incidencia, en el costo financiero? El Riesgo País, ese Riesgo País, que se ubicaba en el orden, de los 2400 puntos, el día del balotaje, y – hoy - se ubica, en el orden, de los 1400 puntos, gracias al trabajo apoteósico, que está realizando ‘Toto’ Caputo, Santiago Bausilli, el gigante de Pablo Quirno y todo su equipo, quienes, por cierto, el viernes pasado lanzaron un canal propio online, donde comentan sobre el camino económico del país y sus objetivos, por si a alguien le interesa ir a las fuentes y dejar de depender de la información, inventada por periodistas ensobrados. En ese mismo Riesgo País que sube cada vez que los degenerados fiscales, del Congreso, pasan leyes impagables sin decir de dónde quieren sacar la plata.

Lo primero, que hicimos al asumir, y contra la opinión de los econochantas fue arbitrar las tasas de interés local con la tasa de interés internacional, ajustada por riesgo, que, obviamente, eso implicaba - dado el salto devaluatorio - una tasa de interés real negativa, en pesos, y que fue lo que permitió - a su vez - la licuación y el desarmado de los pasivos remunerados, que - dicho sea de paso - respecto a la hazaña fiscal que hemos hecho, porque nosotros heredamos 15 puntos de déficit fiscal consolidado, entre Tesoro y Banco Central. Nos decían que hacer un ajuste de 1 punto del PBI, en el Tesoro, era imposible. Cuando dijimos que íbamos a alcanzar el déficit cero, en el primer año, nos dijeron que era imposible, y - ese conjunto de gigantes, que están en el Ministerio de Economía - lo lograron, en un mes. Vaya que sí tienen mérito. Pero como eso no alcanzaba, y había 10 puntos más que resolver, en el Banco Central - un tema del que nadie hablaba y que parecía también imposible de resolverse - lo resolvimos, en 7 meses. Es decir: en 113 años, de los últimos 123, siempre tuvimos déficit; los diez que tuvimos superávit fue porque estábamos en default. Eso que nadie logró entonces en 123 años, que es un superávit fiscal robusto y de verdad, nosotros lo alcanzamos, en el primer mes. Y algo que no tenía ningún tipo de viso de solución, que era el problema de los pasivos remunerados y que todos creían que iba a terminar en una expropiación o en una hiperinflación, lo resolvimos a mercado, en 7 meses. Vaya que eso sí es tener gestión.

Naturalmente, esto hizo que los bancos tuvieran que volver a trabajar de bancos y prestar capital a personas y empresas, en lugar de colocar su capital, en el Banco Central, inflacionando aún más la emisión de moneda para cobrar el interés. Así volvieron los créditos de todo tipo, incluyendo los hipotecarios, generando un boom, en el sector inmobiliario, sin precedentes. Hace un año pensar pedir capital prestado, a 30 años, parecía una locura, y - hoy - en la nueva Argentina, es una realidad. Es decir, cuando arrancamos el Gobierno hablábamos de la hiperinflación; hoy hablamos de créditos hipotecarios, a 30 años, y sobre el retorno del crédito; parece mentira todo lo que hicimos en tan poco tiempo. La segunda cabeza de este monstruo, que es el costo argentino, es el costo laboral. No hay empresa que pueda competir, en el mundo, con estos costos laborales; costos laborales que se desprenden de regulaciones vetustas que supuestamente pretenden proteger a los trabajadores, pero lo único que hacen es destruir el trabajo.

A ver si se entiende de una vez, hay una sola forma sostenible de que los trabajadores estén cada día mejor: un Estado que proteja el valor de su dinero y un sector pujante que demande trabajo. No importa cuántas regulaciones quieran inventarse para proteger a los trabajadores, cualquier regulación que atente contra el valor de la moneda y contra la capacidad del sector privado de generar riqueza, lo único que genera es más pobreza. Hay que entenderlo de una vez: las leyes laborales, en Argentina, son para el trabajador lo mismo que la fracasada Ley de Alquileres, a los inquilinos. Todavía recuerdo todas las críticas que nos hicieron cuando desregulamos el mercado de alquileres, pero nadie dice, de todos esos econochantas, cómo explotó la oferta de propiedades ofrecidas y cómo - en términos relativos - el precio de los alquileres se terminó cayendo estrepitosamente. ¿Será que les cuesta asimilar, entender o aceptar lo poderoso que es el mercado?

La tercera cabeza del monstruo es medio engañosa, ya que es difícil de cuantificar porque es el costo invisible del Estado: la burocracia, o - dicho de otra manera - el costo de la máquina de impedir; el costo de oportunidad que representa el dejar de trabajar para ir a perder tiempo a una oficina y pagar un sinsentido de aranceles; tener que pasear por los pasillos de la administración pública pidiendo sellos sobre sellos para poder producir. Los impuestos son una clara demostración de este fenómeno: en Argentina tenemos cerca de 190 impuestos, de los cuales 10 recaudan más del 90%, del total de la recaudación. O sea que hay cerca de 180 impuestos que no llegan a recaudar ni el 10% de la recaudación. Estos impuestos nos generan un daño económico directo, su efecto es casi marginal, sin embargo, generan trabas, demoras, trámites y un sinfín de procedimientos que entorpecen la actividad económica en un país, donde ganar dinero ya es una tarea imposible. Ni que hablar de los kioscos que esto implica.

Por eso es tan importante la tarea, que está llevando adelante el coloso Federico Sturzenegger, desmantelando todo tipo de regulaciones. Desde el minuto cero estamos desregulando lo que podemos, sabiendo que el camino está lleno de pozos y piedras. Sin ir más lejos, la semana pasada anunciamos la eliminación de trabas burocráticas para la importación de acero, aluminio y materiales de construcción, y venimos de eliminar burocracia, relacionada con la industria del plástico y de los hilados sintéticos. Estamos simplificando los trámites de exportación, como el Régimen de Admisión Temporaria y el de repo stock. Además, eliminamos todos los controles discrecionales para importar, entre los que se encontraba el sistema CIRA, que era un mecanismo explotado, por la gestión anterior, para cobrar coimas a importadores. En la nueva Argentina, ya nadie tiene que rendirle pleitesía a ningún burócrata por importar algo, y todo esto lo hacemos, en pos de seguir mejorando la competitividad de nuestra economía. Porque el que produce debe enfocarse en producir y así capitalizar al máximo su tiempo, para luego poder disponer del fruto de su trabajo como se le antoje.

La cuarta cabeza, la más grotesca de todas, porque representa el costo directo: los impuestos, o sea, la incidencia del Estado en el precio de los bienes y servicios. Esta mañana bajamos 10 puntos del nefasto Impuesto País, un impuesto - que fue creado por el kirchnerismo - bajo la excusa de que sería temporal y, sin embargo, se cansaron de prorrogarlo sistemáticamente. Es interesante porque muchas veces, en la Argentina, se han creado impuestos, se ha dicho que eran transitorios y después nunca se bajaron; bienvenidos al momento histórico de que una administración dijo que lo creaba, de manera transitoria, y hoy se está poniendo en la realidad que se hizo esa baja, es la primera vez en la historia, y no sólo eso, sino que - en el mes de diciembre - se termina con el nefasto Impuesto País.

Hay una frase de Milton Friedman que decía que no había nada más permanente que un aumento transitorio del gasto público. Y en realidad, como ustedes eso lo tienen que financiar, y esto es interesante, voy a citar a un economista que no me resulta simpático, que no suscribo a todas las cosas que dice, pero esta frase es interesante. Lo que decía Keynes es que todo gasto público siempre se paga. Es decir: o lo van a pagar con emisión monetaria, generando inflación y un impuesto inflacionario, o lo van a pagar con deuda, que son impuestos futuros, es decir, estafando a las generaciones venideras, a nuestros hijos, a nuestros nietos y demás; o lo pagan con impuestos explícitos, pero siempre se paga. Por lo tanto - dada la frase de Friedman - no hay nada más permanente que un impuesto transitorio, salvo que se trate de un gobierno liberal, que dice que va a bajar los impuestos y – efectivamente- lo baja. Es decir, con nosotros eso se acabó. Así como esta mañana lo bajamos un 10%; en diciembre lo vamos a eliminar por completo, impulsando así una baja en los precios de los productos importados.

Cabe destacar que entre los productos importados se encuentra un sinfín de insumos productivos, o sea que esta medida ayuda a bajar costos operativos mejorando la competitividad de nuestra industria. Los genios de la sustitución de importaciones ¿nunca se dieron cuenta de que el 80% de las importaciones son insumos productivos y que encarecerlos a dedo solo es perjudicial para la población argentina? Hay que terminar con la creatividad de los burócratas, pues lo único que logran es convertir, a Argentina, en un infierno tributario y en una multiplicación de quioscos. Así como bajamos el Impuesto País ya eliminamos las retenciones de más de 5 categorías de carne, también eliminamos derecho de exportación para la industria automotriz y bajamos el impuesto a las transferencias de automóviles; redujimos aranceles de importación en productos de primera necesidad para distintos sectores productivos, y estamos recién empezando, imaginen de lo que somos capaces si mejoramos nuestra competitividad. La lista de curros, quioscos y burocracias que le complicaban, y le siguen complicando la vida a los argentinos es infinita. Entre ellos se encuentra la quinta cabeza del monstruo, que vinimos a combatir; el costo asumido por todos los argentinos para cuidar los negocios de los amigos del poder.

Un ejemplo claro es el caso de Starlink, cuya entrada permitimos ni bien asumimos, mejorando la conectividad en toda la patria rural a costo cero. O el caso de la vacuna contra la fiebre aftosa, cuya importación habilitamos - hace unas semanas - garantizando una mejor competitividad y reducción de costos en la producción de carne. Pero, al igual que la hidra de la mitología griega, cuando cortás una cabeza de este monstruo, aparece otra.

La sexta cabeza del monstruo - vendría a ser - lo que nosotros llamamos el costo de la representación forzada, es decir, que el Estado te imponga una representación a la cual debés rendirle tributo, como, por ejemplo, el SADAIC, a quien le cortamos el curro, la semana pasada, o a los sindicatos que se mueven en autos de lujo con chofer a costa de que sus representados no puedan ni pagar el colectivo, o a los gerentes de la pobreza - quienes administraban asignaciones sociales de los más vulnerables - y los obligaban a marchar por sus propios intereses, bajo la amenaza de cortarles el plan. Podría pasar todo el resto de la semana enumerando cosas que quedan por corregir, pero quiero detenerme en el costo más importante de todos: la cabeza principal de este monstruo mitológico que venimos a destruir: el déficit fiscal, o sea, el gran impuesto encubierto.

¿Por qué un impuesto encubierto? Porque si el déficit se paga con emisión monetaria, se termina pagando con impuesto inflacionario, mientras que, si el déficit se financia con deuda, se termina pagando con impuestos futuros, es decir, una carga para las generaciones futuras. Si hay algo que dejamos claro y nunca nos vamos a cansar de repetir es que nosotros vinimos a bajar impuestos, no a subirlos, y que el superávit fiscal para esta gestión es innegociable. Ese es el pacto que hice con el pueblo argentino y entre nosotros, cuando nos eligió las últimas elecciones, y eso es lo que vinimos a cumplir. Es decir, vamos a bajar impuestos, no vamos a negociar el resultado fiscal, el subtítulo es: vamos a seguir bajando el gasto público. Y eso que parecía imposible… el gasto público, en el Tesoro Nacional, en términos reales - en lo que va del año- cayó 30%. Es decir, para encontrar recortes y ajustes - como lo que ha hecho Argentina - solamente pueden ser observados, después de la Segunda Guerra Mundial y aun así nuestro ajuste sigue siendo el más grande de la historia.

Aún nos queda mucho trabajo por delante, sabiendo que cada paso - por pequeño que parezca - representa un peso que le quitamos de encima al sector privado. Me gustaría destacar que nada de esto sería posible sin el titánico trabajo, que están haciendo los equipos del Ministerio de Economía y el Ministerio de Desregulación, que al igual que Hércules, aceptaron la gesta heroica de exterminar este monstruo de muchas cabezas, este Leviatán empoderado, que ha sido la causa de todas nuestras penurias como argentinos. La única diferencia es que, en vez de una espada, les he dado una motosierra.

Poco a poco, todos estos esfuerzos - tanto en el plano de corregir la macro como en el de las reformas estructurales - se están traduciendo en mejoras palpables en la actividad económica. Sin ir más lejos, el último julio fue un mes récord, en la venta de autos; la mayor venta registrada desde 1995. En el sector energético, ya revertimos 13 años de déficit, con proyecciones muy alentadoras para los años venideros. Los primeros 6 meses - de este año - marcaron el superávit comercial en un semestre más alto de la historia del país, y - en julio - las exportaciones crecieron casi un 20%, respecto al año anterior.

Si quieren ver un ejemplo claro de ¿qué pasa cuando se reduce el costo argentino y se aumenta la libertad? Miren el Régimen de Incentivos de Grandes Inversores (RIGI), que se reglamentó - hace unas semanas -, a pesar de solo contar con 37 diputados y 7 senadores y ya esperamos inversiones por más de 50.000 millones de dólares. Encima mejoramos el pago a importadores y – actualmente - estamos pagando el 90% de las importaciones versus el 15%, que se pagaba, en noviembre de 2023, o sea, en 8 meses solucionamos un problema de deuda comercial récord sin precedentes mundiales. Podríamos hasta decir que salvamos al sector y aún - al día de hoy - y con tantos anuncios positivos a cuestas tenemos que escuchar algunos degenerados fiscales hablar de industricidio. Todo esto no es ni más ni menos que el esqueleto de la reforma económica más ambiciosa, de la historia democrática, y sus consecuencias más incipientes, pero - les aseguro - que aún hay mucho más por venir. Recuerden que la reforma estructural más grande de la historia fue la que hizo Menem, a inicios de los 90, la que nosotros pasamos con el RIGI, más el DNU, es 8 veces más grande que la que hizo Menem y eso lo hicimos con el 15%, de la Cámara de Diputados; con el 10% de la Cámara de Senadores, vengan a decirme si eso no es gestión política… qué muñeca, Francos.

Quiero detenerme – especialmente - en reconocerle y agradecerle a los aquí presentes la generosidad y buena fe, que han tenido con nuestro proyecto de país. Han sido pacientes, sobrellevando estos 9 meses de gobierno, que yo sé que han sido arduos, y han sido valientes al acompañar - junto al resto de las cámaras empresariales - cuando celebramos el Pacto de Mayo, en Tucumán. Porque eligieron apoyar un programa profundamente liberal y los principios, a los que suscribieron, indican un cambio de rumbo absolutamente profundo. Implica, también, dejar atrás ideas económicas y arquitecturas reguladoras dañinas, pero profundamente arraigadas en el entramado productivo y comercial argentino. Y a esta altura, creo que debe haber poca gente con dudas - para bien o para mal - de que nosotros lo que decimos, lo hacemos. En definitiva, esta gran gesta, que nosotros llamamos la guerra contra el costo argentino, necesariamente va a implicar una transformación en el sector industrial. Y muchas veces las grandes transformaciones generan incertidumbres e incluso miedo, pero no hay que tenerle miedo al cambio. Porque 100 años de colectivismo nos enseñaron algo, es que los argentinos tenemos la capacidad de sacar agua de las piedras y emprender, aún en las peores condiciones.

O les parece casualidad que, a pesar de ser el país de la región con menor inversión extranjera, de los últimos 15 años, seamos al mismo tiempo el que más Unicornios per cápita tiene. Si pueden perseverar en condiciones de adversidad, con impuestos leoninos, regulaciones absurdas y costos altísimos, imagínense lo que pueden hacer sin la bota del Estado en el cuello. Les digo: anímense a innovar y a competir porque no hay fuerza de la naturaleza más grande que un argentino queriendo hacer plata, y con el aumento en competitividad, que traerán las reformas profundas, que estamos emprendiendo, va a haber un boom industrial genuino que todavía no podemos ni siquiera imaginar. ¿Esto quiere decir que todos van a ganar? No, no, porque eso sería mentir, de hecho, Schumpeter hablaba de la destrucción creativa, así es que - cuando aparecen estos procesos - algunos progresan; otros se adaptan y es cierto que algunos también quedan en el camino, pero el sistema da las posibilidades para reconvertirse, ya sea para ir por la revancha o sumarse en otro lado. Aquí tenemos que ser sinceros, somos pocos y nos conocemos bien. Muchos han disfrutado por demasiado tiempo del beneplácito que el conjunto de los argentinos les dio en subsidios, exenciones y aranceles a la competencia.

Tuvieron décadas de cazar en el zoológico, amparados en el cuento de preparar su matriz productiva y modelo de negocios para poder competir en su propia ley. Muchachos, si no alcanzó con eso, ¿cuánto más se le puede exigir al conjunto de los argentinos, que - al final del día - es el que paga con el sudor de su frente por esos privilegios? El cambio, para muchos, va a implicar - como decía el presidente Menem - aprender a andar en bicicleta sin rueditas. La mayoría seguramente va a hacer equilibrio, precisamente porque la reducción en el costo argentino compensará la eliminación de beneficios que eran perniciosos para el conjunto de la sociedad. La realidad misma va a separar la paja del trigo, o dicho en criollo, a los que no están o los que no necesitan el curro para vender, les va a ir bien. De nuestra parte, tienen el compromiso de que vamos a hacer lo máximo posible para que la transición del modelo de la decadencia, al modelo de la libertad, no deje ni empresas ni laburantes afuera. No los vamos a dejar tirados. Vamos a abrir la economía, cuando estén dadas las condiciones estructurales, para que las empresas competitivas sean lo más competitivas posible. Como digo siempre: nuestro programa económico tiene etapas, que están asignadas por el cumplimiento de objetivos, y no vamos a apurar los tiempos de ninguna decisión si no están dadas primero las condiciones para que esa medida tenga éxito.

Para finalizar, sepan que en mí van a encontrar un aliado del sector privado. Son ustedes, junto a su esfuerzo, los que empujan para adelante, generan riqueza y puestos de trabajo, el Estado no genera ni riqueza ni trabajo, cuando el Estado genera riqueza lo hace para los políticos; cuando el Estado genera trabajo lo hace para sus amigos. Los únicos que generan riqueza y trabajo son los empresarios, apostando su capital para obtener un beneficio y cuando consiguen beneficios es porque le están arreglando la vida a la gente. Cuando un empresario gana dinero es un benefactor social porque le está arreglando los problemas a la gente, y cuanto más dinero ganen, mejor, porque quiere decir que son verdaderamente benefactores sociales.

Nosotros lo que sí podemos hacer, y - ya estamos haciendo - es remover todos los obstáculos que se encuentran en el camino, con la visión de hacer, de la Argentina, el país más libre del mundo, porque la Argentina, los argentinos y sus empresas tienen todo lo necesario para competir de igual a igual con los mejores. Sabemos cómo hacerlo y no tengo ninguna duda de que lo vamos a lograr.

Por eso que Dios bendiga a los argentinos y que las Fuerzas del Cielo los acompañen. ¡Viva la libertad, carajo! Muchas gracias.