Hola a todos. La casta y los socialistas tienen miedo. Buenas tardes a todos. Quiero agradecer a las autoridades de CPAC por la invitación y al presidente Jair Bolsonaro y a Eduardo Bolsonaro por la cálida bienvenida que he recibido. Realmente me hacen sentir como en casa y es siempre un placer estar entre amigos.
Hoy quiero hablarles de la receta económica y cultural del socialismo en América Latina, sobre que ellos están equivocados y nosotros tenemos razón. Y cómo se está librando la batalla por el destino de la Argentina desde que asumimos la presidencia. Si analizamos los distintos casos de gobiernos socialistas o de izquierda en América Latina, en los últimos 20 años, encontrarán seguramente una serie de denominadores comunes que aparecen en conjunto y que constituyen una verdadera receta del desastre, tanto en lo económico, en lo social, en lo político y en lo cultural, porque hay una relación de causalidad entre todos estos elementos y no es una mera coincidencia.En primer lugar, es notable que los socialistas comiencen con un periodo de bonanza económica en un contexto de cuentas públicas ordenadas y precios internacionales de commodities altos. En este primer momento la economía crece, la sociedad gana en poder adquisitivo, el Estado recauda y el Banco Central acumula reservas. Pero los gobiernos socialistas se enamoran de la popularidad generada por la bonanza que heredaron, se asustan que no vaya a ser eterna y aumentan indiscriminadamente el gasto público para sostenerla. ¿Cómo lo hacen? Subsidiando tarifas y servicios públicos, aumentando el empleo público, y repartiendo dádivas de distinto tipo, lo cual etiquetan como inclusión social. Cuando la plata se acaba, empiezan a aumentar los impuestos para recaudar más, pero el costo es contraer la actividad económica y destruir la inversión. A medida que avanza el tiempo, van consumiendo los stocks para solventar una bonanza ficticia que lo único que hace es hipotecar el futuro. El stock se va acabando hasta que, en un punto, deben recurrir al endeudamiento. Nunca resuelven el problema de fondo, que es el círculo vicioso de expansión del gasto público y el consecuente déficit fiscal; simplemente buscan distintas maneras de seguir financiándolo. Cuando ya no pueden recurrir a los impuestos o al endeudamiento, recurren al peor de todos los males, que es la emisión monetaria, destruyendo así el valor de sus monedas y condenando a toda la población a la pobreza. En el camino, ponen regulación sobre regulación ante cada problema que aparece con tal de no solucionar el problema de fondo. En cada uno de esos parches le inventan un negocio a algún amigo, generando una casta de empresarios prebendarios protegidos por el poder político que compiten artificialmente, pescando en una pecera. El costo de todo esto, tarde o temprano, lo paga la gente, la misma gente que los gobiernos socialistas dicen proteger, pero que realmente quieren esclavizar para conseguir una base de apoyo cautiva que les permita permanecer en el poder. Porque no podemos engañarnos, lo único que les interesa a los socialistas es el poder por el poder mismo. La consecuencia es que la gente termina pagando la inflación desenfrenada, lo que les regalan en subsidios, y terminan pagando en bienes más caros y de peor calidad la política de protección industrial y manufacturera que los gobiernos promueven para beneficiar a sus amigos. Esta película ya la vimos decenas de veces en toda la región y en el resto del mundo también. No es ni más ni menos que la historia del socialismo del siglo XXI, del que tanto hemos escuchado hablar los hermanos latinoamericanos y que defienden todos los populistas que integran el Grupo Puebla, y que antes se llamaba Foro de San Pablo.
No hace falta que les cuente en detalle cómo la aplicación de esta receta del desastre funcionó en la Argentina en los últimos 100 años y, en particular, en los últimos 20. Alcanza con recordar que tuvimos déficit fiscal en 113 de los últimos 123 años, que nuestros políticos irresponsablemente multiplicaron nuestra base monetaria 25.000 trillones de veces en los últimos 70 años, y esto no es un informe, es un dato duro. Alcanza con recordar que desde 1975 para acá, el porcentaje de argentinos por debajo de la línea de pobreza se multiplicó por 10, que tenemos el mismo PBI per cápita que en 2007 y que la economía formal no genera empleo genuino desde hace más de 10 años. Basta con ver, con mucha bronca, que mientras nosotros nos hundíamos, el resto de los países que tuvieron economías más liberales progresaron.
Pero aun así, dentro de lo que es el derrotero de casos de estudio del socialismo latinoamericano, la catástrofe argentina puede ser tomada como un caso intermedio. La pregunta es por qué. Porque, por más que lo intentaron, nunca lograron llevar el programa socialista a sus últimas consecuencias. Porque nunca pudieron terminar de subyugar a la sociedad, ya que encontraron un límite en un pueblo rebelde que vela por su propia libertad, que protege con uñas y dientes su propiedad de las garras confiscadoras de los políticos y que se resiste a ser dominado.
Aquí está la explicación de que la Argentina sea tan elegida por quienes se cambiaron del socialismo en la región. A pesar de que prosperan en la Argentina en los últimos 15 años sin tener privilegios, ha sido imposible. Porque uno puede entender fácilmente que haya 500.000 venezolanos en Chile, que es históricamente un país con una economía libre. Por más que en los últimos años el modelo que tanto bienestar generó para el común de los chilenos esté siendo cuestionado, pero en la Argentina, con lo difícil que es… Por eso siempre es grato conversar con nuestros queridos residentes venezolanos y constatar que no hay más anticomunistas y anti-kirchneristas que ellos. A la larga, el socialismo es insostenible y necesariamente fracasa, y los gobiernos que resisten en esa senda o terminan siendo rechazados por la sociedad, o terminan violando la libertad y jugando con la vida de sus ciudadanos para preservarse en el poder. Una y otra vez, la historia demuestra que los mismos que se llenan la boca hablando de la democracia, del pluralismo y de la opresión, son los que están dispuestos a torcer las reglas e incluso interrumpir el orden constitucional para atrincherarse en el Palacio cuando el pueblo reclama un cambio. Miren lo que pasó en Venezuela, que ya no queda un solo gobierno sensato del mundo que no reconozca que es una dictadura sanguinaria. Miren lo que pasó en Bolivia en 2019, cuando Evo Morales se obstinó con un tercer mandato inconstitucional. Miren la persecución judicial que sufre nuestro amigo Jair Bolsonaro, en Brasil, y miren lo que está pasando en Bolivia ahora mismo: están dispuestos a montar un falso golpe de estado con tal de sumar algún puntito que otro más en una elección.
Por eso, cuando digo que la Argentina es un caso intermedio, lo es únicamente en términos relativos, porque es un punto de comparación es el horror humanitario que han sido otras dictaduras asesinas de la región, como Cuba, Nicaragua, Venezuela, de donde se escaparon 7 millones de personas en la última década para no compartir el hambre con los que se quedaron. Y ni hablar de las experiencias socialistas del siglo XX en Europa y Asia, que se cargaron con la vida de más de 100 millones de seres humanos. Por eso digo que, como el socialismo es una ideología que va directamente en contra de la naturaleza humana, necesariamente derivan en esclavitud o muerte. No hay otro destino posible para el socialismo.
Pero obviamente, el descenso al socialismo no ocurre de la noche a la mañana, ni sale de un repollo. Nada de esto es posible sin un esfuerzo cultural constante por esmerilar a quienes defendemos el libre mercado, el capitalismo y los valores que hicieron de la civilización occidental la punta de lanza de la historia del progreso humano. Es un esfuerzo que lamentablemente muchas personas, de poder e influencia en el mundo libre, han dado por hecho. Solo fíjense en las ideas que defienden muchos organismos supranacionales, las ONG, las instituciones educativas, la industria del entretenimiento y los medios de comunicación. Uno se pregunta por qué lo hacen. En algunos casos, lo hacen desde un lugar bien intencionado, en el afán de ser buenos o solidarios. En muchos casos, también, porque son socios hipócritas y viven del financiamiento que el socialismo les permite. En la mayoría de los casos, no perciben que están jugando con fuego y están comprando un paquete cerrado que tiene como destino las trágicas consecuencias que nosotros ya conocemos. No se dan cuenta de lo destructivo que puede llegar a ser implementar las ideas del socialismo, porque lo sienten demasiado lejos. Pero hay que comprender que la combinación entre buenismo y dirigismo conduce al peor de los lugares. Los buenistas se piensan que de las buenas intenciones y la empatía se derivan los buenos resultados, y tienen el atrevimiento de pensar que dirigiendo el comportamiento de cada integrante de la sociedad se puede coordinar un comportamiento conjunto más eficiente. Hasta se jactan de que lo pueden hacer de manera óptima. Ven un problema y asumen que la solución es tirarle el estado encima, y a eso le llaman justicia. Pero Hayek nos enseñó que aquí radica la fatal arrogancia del ser humano, y cada vez que el estado interviene, tendrá un resultado peor al que no se hubiera intrometido. Tomemos, por ejemplo, la libertad de expresión, valor fundamental de la democracia, que sin embargo se encuentra cuestionado en las principales potencias del mundo, con la excusa de no herir las sensibilidades de nadie o respetar supuestos derechos de algunas minorías ruidosas que quieren imponer su visión minoritaria al resto de la población.
La historia del mundo es testigo de que este tipo de comportamiento termina en censura y opresión. Y sin embargo, cada vez es más frecuente escuchar cómo en países donde uno creía que se respetaban los principios básicos de la democracia, se cometen aberraciones en materia de libertad de expresión y censura. Son cosas que parecen lejanas o abstractas, pero cada uno mira lo que lamentablemente empieza a ocurrir hoy en Brasil y lo piensa dos veces. Además, como dice Tomas Sowell, la censura y la regulación de la palabra que promueve el socialismo, no es otra cosa que una confesión de su bancarrota intelectual y una declaración tácita de derrota en la batalla cultural. Porque como no se animan a enfrentarnos en el mercado de las ideas, porque saben que no pueden derrotarnos, lo intervienen y prohíben la circulación de las ideas que no les gustan, y subsidian las ideas que sí les gustan.
Es momento de que recuperemos el concepto de justicia del que ellos se creen los dueños, pero que realmente han manchado. Porque la justicia para ellos es de fatal arrogancia, y en nombre de la justicia social han cometido las atrocidades más injustas. En nombre de la justicia, han expropiado riqueza que costó generaciones construir. En nombre de la justicia, han inventado mercados cautivos para empresarios amigos. En nombre de la justicia, han violado una y otra vez los derechos fundamentales de la persona. En nombre de la justicia, les han quitado a unos para darles a otros, que casualmente son sus hijos o sus amigos.
Si tienen alguna duda, vayan a ver cómo viven las familias de estos adalides del socialismo del Siglo XXI. Vean cómo vive la familia de Maduro, vean cómo viven los hijos de algunos de su propio país, son todos multimillonarios que viven como si hubieran fundado Google. Por eso, ellos perdieron el derecho a hablar de justicia, y no solo por las atrocidades que cometieron o avalaron, sino también porque tienen fundamentalmente una comprensión equivocada de qué es la justicia. Porque ¿saben qué? Cuantas más regulaciones y restricciones tiene una sociedad, menos justa es. Cuanto más le confisca el fruto de su trabajo a través de impuestos a quienes producen, menos justa es.
Cuantos más burócratas tiene un estado abocado a la tarea de mirar con lupa lo que hacen los ciudadanos y buscar maneras de arruinarles la vida, menos justa es esa sociedad. Incluso, cuanto más leyes tiene un país, menos justo es, sobre todo si se trata de leyes que ponen en cuestionamiento los pilares de nuestra sociedad y de nuestro derecho constitucional, que son la defensa de la vida, la libertad y la propiedad, o nuestra versión aquí: Dios, patria y familia.
Porque justicia no es que todos seamos iguales. Justicia es quién se esfuerza y si aplica, pueda apropiarse de los frutos de su esfuerzo y que no tenga que ver progresar en la vida al que no hace nada, pero tiene un amigo en el poder. ¿Cuántos casos hemos conocido nosotros, los hermanos latinoamericanos, de gente que se ha hecho millonaria de la noche a la mañana solamente por ser amigos del poder? Esa es la historia del socialismo del siglo XXI: justicia es que cada persona pueda traducir ese esfuerzo en ahorro y pueda tener ese ahorro para una mejor vida para sí y para su familia. Justicia es una vida mejor y que realice ese plan y que sea posible. En definitiva, la justicia es que cada uno sea dueño de su vida o, como decimos nosotros, que cada uno pueda volver a ser el arquitecto de su propio destino. Eso sí es justicia.
Por eso, es falso que la izquierda sea la ideología de los pobres y los oprimidos. Cada día queda más claro en América Latina que la izquierda es la ideología de los ricos, los poderosos que controlan y tienen posiciones prominentes en la difusión cultural, todos entongados con el poder, obviamente. Y cada día queda más claro que la pobreza es un instrumento para quienes predican el socialismo, porque la praxis operativa del socialismo consiste en tener al pobre como cliente de su sistema. Porque el día que el pobre se independiza, progresa en la vida y sale de la pobreza, el socialismo pierde un cliente.
Pero, obviamente, quieren que les cuente algo de Argentina. Es imposible desconocer que hoy en la Argentina soplan vientos de cambio. Ustedes conocen muy bien la historia Argentina muy bien. ¿Se imaginaron alguna vez que iban a ver a alguien como yo sentado en el sillón de Rivadavia? ¿Se imaginaron que iban a escuchar a un presidente argentino defender las ideas que defiendo yo, con la convicción de cambio radical que tengo? ¿O se imaginaron alguna vez a un liberal libertario como presidente de un país?
La Argentina atraviesa un momento excepcional en su historia, donde la sociedad, por primera vez en décadas, rechaza el modelo estatista, el modelo aplicado en muchos de nuestros países hermanos, en los últimos 20 años, que se agotó después de acumular montañas de miseria. La sociedad rechaza ese modelo y reclama un cambio profundo. Le está diciendo basta al socialismo del siglo XXI.
Pero incluso después de todo el daño que han hecho los socialistas, después de dejar a un país con 15 puntos de déficit consolidado, ahogado en deuda y sin credibilidad crediticia, y de haber tenido que rescatarlo de una inminente hiperinflación, después de todo eso, siguen haciendo lo imposible para boicotear la única salida al desastre que ellos mismos generaron. A esta altura del partido, a 7 meses de haber asumido el comando de la nación, somos el gobierno que más palos en la rueda ha recibido de la historia, y queda claro que no van a titubear en oponerse a todo lo que intentemos, sin importar cuánto los argentinos de bien necesiten y demanden esos cambios. Por eso han hecho lo imposible para boicotear la desregulación del mercado laboral que impulsamos, a pesar de que la Argentina necesita más trabajo y de mejor calidad, no menos. A pesar de que está claro que la única forma de que haya más y mejor trabajo es con más y mejores empresas, y para que haya más y mejores empresas, contratar tiene que ser una opción viable, no un acto de caridad. Y aún así se oponen. Están dispuestos a perjudicar a los millones de trabajadores argentinos con tal de ver fracasar al gobierno. Por eso también han hecho lo imposible para boicotear la promoción de inversiones, inversiones que no venían por la inseguridad jurídica que ellos mismos generaron. Hay que recordar una obviedad: sin inversión del privado no hay actividad económica genuina, y no hay inversión privada si no es rentable para una empresa invertir. Punto. De modo que o no comprenden una premisa básica de la economía, lo cual los vuelve incapaces de gobernar el país, como ya lo demostraron, o están activamente tratando de boicotear al gobierno y asegurarse de que haya un fracaso.
Pero todo esto no debe ser una sorpresa para nosotros, porque en el fondo ellos no solo prefieren que nosotros fracasemos, no solo les conviene electoralmente que fracasemos, sino que lo necesitan en un nivel vital. Porque si tenemos éxito, habremos desmantelado el sistema corrupto a través del cual le chupan la sangre a los 47 millones de argentinos y a todo lugar donde está vigente el socialismo. Por eso no pueden permitir que a la Argentina le vaya bien, porque ellos saben que si a la Argentina le va bien, a ellos les va mal. Por eso, el nivel de obstrucción que ellos presentan será proporcional a la profundidad del cambio que nosotros queremos realizar. Y ya venimos viendo lo que están preparados para hacer para evitar que salgamos adelante. Lo hemos visto en toda la región, lo hemos visto en Chile, lo hemos visto en Brasil, y lo estamos viendo en Argentina. Están dispuestos a tomar el camino de la violencia y la extorsión para obstruir los cambios que reclama la sociedad. Por eso nos hicieron el paro general más rápido de la historia, a pocas semanas después de haber asumido, como respuesta a nuestro plan de estabilización y nuestro proyecto de desregulación económica. Y por eso, hace algunos días, enviaron un pequeño ejército a sembrar el caos en las puertas del Congreso, incendiando autos y vandalizando la ciudad, en busca de extorsionar a los legisladores para que rechazaran nuestras reformas. Pero ¿saben qué? Lo hemos logrado: aprobar la reforma del Estado laboral y económica más importante de la historia Argentina. Hemos aprobado una reforma cinco veces más grande que la de Menem, que había sido la reforma más grande de la Argentina. Y si además le suman el decreto de necesidad y urgencia de cuando asumimos, hoy las reformas son ocho veces más grandes que la reforma más grande de la historia Argentina. Es decir, estamos llevando a cabo no solo la lucha contra la inflación, sino que estamos transformando de cuajo a la economía Argentina.
Y quiero decirles algo: vamos a salir de la miseria, les guste o no les guste a los socialistas, con su apoyo o sin su apoyo. Porque la gran mayoría de los argentinos eligió el cambio de régimen profundo que nosotros prometimos en campaña, y lo eligió con el resultado electoral más holgado en décadas. Nosotros tenemos el compromiso indeclinable de cumplir con la voluntad de la mayoría, aunque los beneficiarios de este sistema corrupto, parasitario y empobrecedor muevan cielo y tierra para boicotearnos. No pasarán, no lo lograrán. Vamos a sacar el país adelante.
En este sentido, quiero agradecer a todos los que están aquí hoy, que han venido a escucharme y a escuchar a todos los que defendemos las ideas de la libertad. Quiero decirles que soplan vientos de cambio en el mundo, que las ideas del socialismo empobrecedor han fracasado y la gente lo sabe. La gente sabe que el socialismo es siempre y en todo lugar un fenómeno empobrecedor y violentamente asesino. Por eso se están extinguiendo y los vamos a sacar a patadas de todos lados donde estén. Porque han fracasado en lo económico, han fracasado en lo político, han fracasado en lo cultural y han fracasado en lo social. Y como si esto fuera poco, han asesinado a más de 150 millones de seres humanos. Es hora de que el mundo despierte y le diga nunca más al socialismo. Porque el socialismo es la ideología del resentimiento, la envidia y el odio. Pero además de todo eso, el socialismo es la idea del fracaso. Nadie sabe más de esto que nosotros, los hermanos latinoamericanos. Pero ese viento de cambio que empezó en la Argentina y hoy recorre el mundo llegará a cada rincón donde la libertad esté reprimida. Porque la historia del ser humano es la historia de la libertad y no hay nada ni nadie que pueda detenerla.
Finalmente, para aquellos menos optimistas que creen que la batalla está perdida, que no podemos hacerle frente a estructuras de poder que se han adueñado de nuestros países, quiero decirles que quien les habla ha llegado donde llegó sin ninguna estructura, sin dinero, sin partido político y sin apoyo de los medios tradicionales, pero con los puños llenos de verdades y con la convicción inalterable de que la vida sin libertad no merece ser vivida. Créanme, que se puede.
Así que hoy quiero decirles, confíen en ustedes mismos, háganse dueños de su destino, den la pelea en cada rincón donde sea necesario y tengan fe que si lo hacen con convicción, lograrán el objetivo. Porque como dice el libro de Los Macabeos: “la victoria en la batalla no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo”. Y esto recién comienza. ¡Viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! Muchas gracias, muchas gracias a todos.