Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, durante la despedida a los deportistas argentinos, que parten a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos 2024, París 2024, desde el CENARD
Buenos días. Quiero agradecer al secretario de Turismo, Ambiente y Deportes, Daniel Scioli; al subsecretario de Deportes, Julio Garro y a las autoridades de CENARD por organizar esta ceremonia. Para comenzar, quiero felicitar a todos los atletas - de alto rendimiento - aquí presentes que están viajando a París para representar, a la Argentina, en la cita olímpica y felicitar - en particular - a los abanderados olímpicos y paralímpicos, que - sin dudas- se han ganado este galardón por todo lo que han hecho y hacen por su disciplina y por el deporte argentino, en general, y lo dejarán todo para poner en lo más alto esta bandera que hoy les entrego.
Todos ustedes son - a partir de hoy - representantes, de la República Argentina, en la máxima cita del deporte global, donde la mayoría de los países se baten en todas las disciplinas deportivas. Esto es un orgullo inmenso, proporcional al tamaño del servicio que le brindan a la Patria, porque se trata no sólo de demostrarse a ustedes mismos y a sus pares quiénes son como deportistas, sino demostrarles, también, al mundo entero quiénes somos como argentinos: un pueblo creativo y trabajador, que se esfuerza por la excelencia, que se exige a sí mismo, que sabe bien lo que es sobreponerse a la adversidad y abraza la competencia.
Esta es una parte autorreferencial: cuando era muy joven, posiblemente con la misma edad de algunos de ustedes, yo también quise ser deportista profesional. Para mí, ser arquero de fútbol fue una suerte de escuela de vida; fue aprender valores comunes al deporte, en general, como el valor de la disciplina, la constancia y el sacrificio. Pero también fue algo que marcó profundamente mi personalidad por lo específico de ser arquero: ser distinto a los otros 10, entrenar solo en una rutina diferenciada del resto del plantel, que el resultado dependa de mis errores o de mis aciertos de una manera en la que no depende de los demás. El duelo de voluntades y temples - que es atajar un penal - creo que es algo que me marcó, como también me marcó mi ocupación como economista, aunque por distintas razones.
Estoy seguro que las cualidades personales y profundamente humanas de todos y cada uno de ustedes están asignadas por el deporte que practican o por el rol que ocupan en su equipo, si se dedican a disciplinas colectivas. Porque nuestra fiebre humana está tallada por nuestros hábitos, nuestras pasiones y nuestra historia de vida. Hoy les toca representar al país desde el lugar que ocupan en esta delegación, pero el día de mañana les tocará participar de las sociedades de otro lugar y estoy seguro de que - gracias a su recorrido como atletas de alto rendimiento y gracias a la influencia de su deporte - que en cada cual habrá tallado en piedra cualidades personales muy particulares, el día de mañana contribuirán a la sociedad de manera ricas y aún insospechadas, de maneras que hoy ni ustedes mismos se imaginan. Les aviso que yo nunca me imaginé ser presidente.
Quiero celebrar eso, que es un efecto colateral e indirecto de la competencia deportiva y que enaltece al deporte como actividad humana. Sin más que agregar, quiero desearles éxito a todos; éxitos, no suerte, porque si llegaron hasta aquí y si, encima, tienen la proeza de volver con una medalla, no será por azar, sino por el camino de sacrificio que han recorrido y por el empeño que han puesto en perfeccionar y en competir.
Les voy a contar una anécdota de nuestro máximo golfista de todos los tiempos, De Vicenzo. Él estaba tirando y embocaba y embocaba, y alguien, de manera, casi diría irrespetuosa, le dijo: “Qué suerte tiene, maestro”. Y él le contestó: “Cuanto más entreno, más suerte tengo”.
Así es que, ustedes que tanto se esfuerzan, todo lo que logren será fruto del gran trabajo que hacen. Además - y como digo siempre -, que en esta ocasión parece particularmente pertinente: recuerden que la victoria en la guerra no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo. Con esfuerzo y confianza en el uno, estoy seguro de que todos sus sueños se harán realidad y que llenarán de orgullo al pueblo argentino. Que Dios los bendiga y que la fuerza del cielo los acompañe. ¡Vamos, Argentina!