Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, en la convención anual de la Cámara Argentina de la Construcción, (CAMARCO), en la Rural
Muy bien. Buenas tardes. Muchas gracias a todos y todas; señoras y señores.
El viernes pasado estuve invitado en Neuquén, por la Unión Industrial Argentina para celebrar el día de la Industria. La tentativa de homicidio de la que fue víctima nuestra Vicepresidenta de la Nación generó un estado de conmoción tal que, objetivamente, impidió cualquier festejo. Ese mismo día, el viernes, el Presidente de la Unión Industrial, Daniel Funes de Rioja, dejó presuroso aquella provincia para sumarse al encuentro que –personalmente - convoqué en la Casa de Gobierno, para que con la presencia de distintos actores de nuestra sociedad civil, pudiéramos repudiar lo ocurrido y reflexionar sobre la imperiosa necesidad de restablecer la convivencia democrática, desterrando la violencia de cualquiera de sus formas. En esa misma reunión estuvo presente, también, el Presidente de esta Cámara empresaria, Gustavo Weiss. Es precisamente él, quién hoy nos convoca para conmemorar el día de la construcción. Quiero agradecerles a ambos su presencia en aquel encuentro y el compromiso que expresaron en favor del sistema republicano y de la convivencia democrática.
Es una muestra de madurez política ver a los empresarios argentinos comprometidos con la institucionalidad, repudiando la violencia y las voces que lastiman la tan necesaria Unidad Nacional. Del mismo modo se expresaron muchas fuerzas políticas: las organizaciones sindicales, sociales y particularmente los DDHH.
La Argentina está lastimada, no es para menos. La memoria democrática no recuerda una imagen tan tremenda como aquella que vimos cuando alguien martilló una pistola a escasos centímetros de la cabeza de nuestra Vicepresidenta. Haya sido como consecuencia de un milagro o de una falla mecánica, el homicida no logró su objetivo y eso nos alienta hoy a poder reflexionar sobre lo ingrato del hecho, que deja al descubierto el tiempo en el que vivimos.
Hoy tenemos dos certezas que nos deparan algo de alivio, la primera es que Cristina está viva, la segunda es que quién empuño el arma asesina está detenido siendo investigado por la Justicia. Yo tengo otra certeza más: “Quién intentó llevar adelante un magnicidio no es un monstruo escapado de alguna tierra lejana ni viene de otra galaxia ni nació marcado para ser asesino, es uno que vive con nosotros; un joven, un miembro de nuestra nación, de nuestra comunidad, de nuestros país, que un día se ubicó por fuera de los márgenes de la democracia, lleno de odio, de violencia y de rencor y rompió nuestro código de convivencia, nuestro pacto democrático.
Desde hace muchos años observamos cómo el discurso del odio, de las expresiones violentas, fueron volviéndose moneda corriente entre nosotros. Alguien expresa en un almuerzo televisado que una ex Presidenta es el “cáncer de la Argentina” y todos siguen comiendo como si nada grave se hubiera dicho.
Unas decenas de personas cuelgan bolsas mortuorias de las rejas de la Casa de Gobierno, a cada una de ellas le ponen nombre y apellido para que la intimidación surta efecto. Algunos medios de comunicación corren presurosos para difundir la escena y hasta lograr el testimonio de los autores del montaje: “extraño modo de llamar a la barbarie”.
Un Fiscal acusa a una ex Presidenta, más allá de la liviandad jurídica que exhibe, solo es una acusación y por lo tanto, la acusada, entre comillas, merece ser considerada inocente porque ninguna sentencia judicial la ha condenado; sin embargo, ello basta para que dirigentes opositores hagan discurso impiadosos, en redes sociales y en medios de comunicación, y para que un Diputado se monte en el hecho reclamando la Pena de Muerte para la acusada. Así se construyen las condenas sociales.
Un diario de alcance nacional anuncia en tapa, a cuatro columnas, que los Patrimonios del Presidente y de la Vicepresidenta se triplicaron de un año para el otro. Informaciones aviesamente falsa, pero eso no importa porque el objetivo no es informar, sino solo generar indignación en quién lo lee.
¿Cómo fue que ocurrió que los argentinos acabáramos por naturalizar tanta infamia? ¿Cómo fue que sucedió que la decrepitud de los discursos antidemocráticos acabara coaptando los espacios mediáticos y las redes sociales? ¿Cómo fue que un Diputado Nacional convoque al enfrentamiento de un pueblo, afirmando que son ellos o nosotros?
En una sociedad no todos somos iguales, no todos expresamos los mismos intereses. Diferimos en cuestiones políticas, religiosos y en muchos otros temas; la diversidad es constitutiva de una sociedad y el respeto a la diversidad es la regla que en democracia se impone. Sabemos en consecuencia que hay quienes piensan como nosotros y quienes no, pero aun sabiendo eso, lo que sí no debemos poner en tela de juicio es: que en una sociedad todos estamos incluidos y todos debemos respetar y ser respetados en nuestra individualidad.
Esta democracia, que el año entrante cumplirá 40 años de vigencia ininterrumpida, ha costado mucho, la pagamos con vidas, con desapariciones, con torturas, con exilios y con muchas otras frustraciones. Necesitamos poder crecer en paz y unidos. Estos propósitos no lograremos concretarlos si no asumimos de una vez y para siempre, la obligación que nos cabe de garantizar la convivencia democrática. Si es ese nuestro objetivo, no le demos más espacio a los cultores del odio, a los que se valen de la libertad de opinar para difamar y desalentar al pueblo; a los que se encumbran en la democracia solo para desprestigiarla con discursos que no dejan de repudiarla; a los que siembran la violencia con el solo objeto de enfrentarnos.
Hoy nos ha dejado Magdalena Ruiz Guiñazú y debemos recordar su trabajo comprometido en la CONADEP. Forjamos los cimientos de esta democracia con memoria, verdad y justicia, supimos unirnos para salir con más democracia, cuando alguna crisis militar, política y económica nos desafío, dijimos: “Nunca más” y cuando dijimos: “Nunca más” no le dijimos “Nunca más” solamente a la dictadura militar, a las desapariciones y a las torturas. Le dijimos “Nunca más” al odio, a la violencia, a la persecución, a los desencuentros, la falta de justicia y a la falta de debate democrático.
Somos el gobierno de los argentinos, que quiere convocar a su pueblo a vivir en unidad y en paz, ambas son condiciones esenciales para salir de estos años difíciles que hemos debido atravesar. Ahora, enfrentemos el futuro. Debo señalar mi coincidencia con el lema, que han elegido para esta Convención, del 2022: “Construyamos con impacto, las obras nos trascienden”. Y es hora de impactar en la realidad, para que empiecen a generarse los cambios, que la Argentina, viene demandando desde hace mucho tiempo. Estamos construyendo obras, que disfrutarán no sólo nuestros contemporáneos, sino también las futuras generaciones.
Es cierto que en la gestión de gobierno debemos atender – al mismo tiempo – las demandas más urgentes e inmediatas de la sociedad, pero ello no nos libera de observar el largo plazo en el que se asientan lo trascendente y lo estructural. Tenemos una suerte de tenaza, que presiona sobre nuestras decisiones: lo inmediato y lo estructural.
Nosotros constatamos, todas las semanas, el enorme impacto que tienen muchas obras, tal vez, más pequeñas en las comunidades, en los barrios, en las comunidades medianas. Hemos visto cuánto cambió el entubar un curso de agua, construir un puente o un paso a nivel, para muchas gentes, con las obras de saneamiento, o el asfalto, o el mejoramiento de los barrios que también tienen un gran impacto en la vida cotidiana de miles de personas; las gentes nos lo hace saber, cuando recorremos los avances de obras o realizamos alguna inauguración. Esas obras, también, trascienden porque mejoran en mucho la vida de nuestras gentes. Sin embargo, esas obras no nos hacen perder de vista aquellas otras, que resultan estratégicas para nuestro desarrollo.
Detengámonos un instante, en la infraestructura energética, pues estamos construyendo el gasoducto “Néstor Kirchner”, que nos permitirá abastecer a todo el país con gas, y también exportar y no sólo ahorrar sino generar divisas.
El jueves pasado – junto a YPF – acordamos con Petronas, una empresa de malasia, la construcción de un gasoducto, desde Vaca Muerta, hasta el Océano Atlántico, de una planta de licuefacción de gas, que nos va a permitir exportar y generar divisas. Menciono sólo estas dos, pero en el programa – de más de 5.000 obras en ejecución, que venimos desarrollando – se encuentran 120 que tienen carácter estratégico.
En todo el país, en todas las provincias, en todos los municipios sin importar el color político; con todas esas obras vamos a hacer realidad la consigna, vamos a tener impacto y esas obras nos van a trascender.
Como tantas veces se ha repetido, la construcción es madre de las industrias, ha sido y es para nosotros un termómetro de la marcha de nuestra economía. Sobre la base de los informes privados y los estudios del INDEC, estamos viendo que se mantienen altos los principales indicadores de la actividad de la construcción, durante este año.
Para nosotros la obra pública es el motor de la economía, lo sostenemos con hechos y sistemáticamente hemos ido incrementando el presupuesto. El presupuesto ejecutado, en el 2021 – sólo como ejemplo – fue un 278 por ciento superior, al ejecutado en 2019. El índice de la inversión, ejecutado en el 2021, medido en términos de porcentaje de Producto Bruto Interno (PBI) representó un crecimiento real, de más de un 90 por ciento, respecto a los tres años previos, y se ubica en niveles próximos a los más altos, de los últimos 10 años.
Ustedes saben bien, que en diciembre de 2019 – cuando asumimos el gobierno – el 70 por ciento de la obra pública estaba paralizada y saben también que los atrasos en los pagos a los proveedores eran cercanos a los 40.000 millones de pesos. Como antes dije, hoy, tenemos más de 5.000 obras en ejecución; hemos otorgado más de 60.000 créditos para la vivienda y entregado más de 55.000 viviendas y tenemos 120.000 viviendas más en construcción. Tenemos, en el ministerio de Desarrollo Social, el programa “Mi pieza”, que son pequeños créditos para brindar soluciones habitacionales.
Sabemos bien que cada vivienda terminada saca de la situación de pobreza a una familia y significa empleo para muchas personas, tanto en trabajo directo como indirecto. El gremio de la UOCRA registraba poco más de 220.000 obreros, en diciembre de 2019; lo duplicó en 32 meses alcanzando un récord histórico y hoy supera los 430.000 obreros registrados. De cada 10 trabajadores en la construcción, 5 de ellos están en la obra pública. Cuando mejora la construcción mejora la economía, y cuando mejora la economía mejora la construcción.
En Argentina, consumimos – internamente – cerca del 70 por ciento de lo que producimos; la salud de los proyectos está en directa relación con la capacidad adquisitiva de los salarios. No podemos pensar en un mercado interno poco dinámico o concentrado en un porcentaje reducido de nuestra población. Por eso, sostenemos la necesidad de mejorar el poder adquisitivo de los salarios y siempre que tengo la posibilidad de compartir, con los empresarios – un encuentro como este – lo recuerdo. Esto nos involucra a todos.
Las viviendas no pueden ser sólo para un 30 por ciento de las familias argentinas; tenemos que generar mejores condiciones para el acceso al crédito de nuestros sectores medios; debemos trabajar juntos: sector público y sector privado; las universidades, las diferentes ONGs, que estudian estos temas para generar proyectos, que se traduzcan en obras, que – como nos plantea el lema de esta Convención – impacten en nuestra población.
Tenemos muchas demandas insatisfechas, lo sabemos. Esto debemos pensarlo más que como un déficit como una oportunidad. Permítanme para finalizar realizar una última reflexión: en un día como hoy, un 6 de septiembre, pero de 1930, en nuestra querida Argentina se produjo un golpe de Estado, encabezado por el General José Uriburu, contra quien fuera dos veces presidente constitucional, de la Argentina, Don Hipólito Irigoyen. Con ese golpe militar se inició una práctica nefasta para la salud democrática, de la Argentina. El siglo XX estuvo signado por los golpes de Estado, que condicionaron el funcionamiento de las instituciones y la voluntad de los argentinos y las argentinas. Por más de 50 años esas formas de autoritarismos y desprecio político se instalaron como parte del repertorio, con el cual convivíamos. Todo comenzó precisamente un 6 de septiembre – como hoy – pero de 1930. En días tan complejos y angustiantes, como los que vivimos, en estás últimas semanas, no es en vano que recordemos aquellos acontecimientos con la perspectiva de sus consecuencias.
Cuando enfrentamos momentos graves debemos estar muy alertas, porque después nos lamentamos por todo aquello que no hicimos, que estaba en nuestras manos poder hacer. El intento de asesinato de la vicepresidenta – además de su dimensión humana – es de una enorme gravedad política e institucional. El pueblo argentino se conmocionó y salió a las calles a expresar su repudio; no hubo un solo acto de violencia, no hubo una sola vereda rota. Era un pueblo conmovido reclamando paz y respeto en la convivencia.
Todos los argentinos debemos – sinceramente – reflexionar sobre lo acontecido y contribuir, desde nuestro sitio, a una mejor convivencia entre todos. El recuerdo del derrocamiento del presidente Irigoyen y la forma en que la democracia nos fue arrebatada, hace exactamente hoy 92 años nos puede servir, es un espejo que nos alerta. Cuidemos nuestras instituciones, protejamos a la democracia de todos aquellos que la desprecian, no son ellos o nosotros; somos todos y todas el pueblo de la Nación Argentina. Muchas gracias. (APLAUSOS)