Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, en la 25 Conferencia Anual de la CAF-Banco de Desarrollo de América Latina (Mensaje grabado)
Es un gran gusto poder participar de este encuentro anual, de la CAF, junto al Diálogo Interamericano, el momento creo que es oportuno. América Latina y el Caribe enfrentan el desafío de un nuevo comienzo, o renacemos mejores o renacemos peores.
Los desafíos son múltiples porque el mal funcionamiento de la democracia está en el centro de muchos cuestionamientos, en la región. Enfrentamos hoy una triple crisis: la climática, la sanitaria y la deuda externa.
Debemos entender que no habrá justicia ambiental sin justicia financiera global y sin justicia social global. Este es el tiempo de la solidaridad y esta solidaridad empieza por nuestra propia región. Así debe ser.
Por eso resulta auspicioso que la CAF, como Banco de Desarrollo regional se haya propuesto como horizonte ser un banco verde, comprometido con el financiamiento creciente y de políticas que ayuden a enfrentar el cambio climático.
La Argentina va a apoyar a la CAF para que pueda cumplir ese cometido ampliando el horizonte de su capital, promoviendo el interés de nuevos socios y también acompañando un proceso de diálogos en múltiples direcciones. Por ejemplo, diálogos con los bancos nacionales de desarrollo, con el sector privado, con la academia, con la sociedad civil, con los países extra-regionales que podrían también incorporar su potencia para apalancar las operaciones de créditos de la organización.
América Latina y el Caribe necesitan una CAF fuerte, resiliente, amiga de la innovación social, del cambio tecnológico, amiga de la economía creativa.
Lo conversamos, hace pocos días, con el presidente ejecutivo, Sergio Díaz Granados, cuando tuvo la gentileza de visitarme – junto a Christian Asinelli, en mi oficina de Buenos Aires. La CAF es un gran motor para promover una integración inclusiva, en nuestras regiones, que agregue valor, que diversifique exportaciones, que busque crear nuevas cadenas de valor, que están reconfigurándose a partir de los efectos de la post-pandemia.
Yo estoy seguro que no hay salida posible del camino del no desarrollo regional, si apartamos la mirada de nuestra proximidad. Profundizar vínculos significa no sólo pensar en los grandes acuerdos, escritos en un papel, sino también reparar en los detalles, que hacen exitosa la integración regional con vecinos, amigos y confiables; el diálogo entre empresarios, gobierno y trabajadores; el diálogo entre la academia y la sociedad civil; el diálogo creativo entre gobierno, que si bien pueden diferir – a veces – en sus enfoques ideológicos pueden encontrar siempre motivos de complementariedad.
Desde Argentina tenemos una convicción: no existe la crisis climática, alejada de la crisis social y la crisis financiera. Esto es evidente, en América Latina. Según la CEPAL el 60 por ciento de las exportaciones regionales están destinados al pago de servicios, de la deuda externa, que como promedio, representa el 76 por ciento del Producto Bruto Interno.
Esta necesidad imperiosa de fomentar la ambición climática va de la mano de un reordenamiento de la arquitectura financiera internacional.
Desde mi país organizamos – junto a Estados Unidos, Barbados, Colombia, Costa Rica, Panamá y República Dominicana -
Es un gran gusto poder participar de este encuentro anual de la CAF, junto al Diálogo Inter-Americano.
El momento no podría ser más oportuno.
América Latina y el Caribe enfrentan el desafío de un nuevo comienzo.
O renacemos mejores, o renacemos peores.
Los desafíos son múltiples, porque el mal funcionamiento de la democracia está en el centro de muchos cuestionamientos en la región.
Enfrentamos hoy una triple crisis: la climática, la sanitaria y de deuda externa.
Debemos entender que no habrá justicia ambiental, sin justicia financiera global y sin justicia social global.
Es el tiempo de la solidaridad, y esta solidaridad comienza por nuestra propia región, así debe ser.
Por esto resulta tan promisorio que la CAF, como Banco de Desarrollo regional, se haya puesto como horizonte ser un Banco Verde, comprometido con el financiamiento creciente de políticas que ayuden a enfrentar el cambio climático.
La Argentina va a apoyar a la CAF para que pueda cumplir este cometido, ampliando el horizonte de su capital, promoviendo el interés de nuevos socios y también acompañando un proceso de diálogo en múltiples direcciones.
Por ejemplo: Con los Bancos Nacionales de Desarrollo, con el sector privado, con la academia, con la sociedad civil, con los países extra-regionales que podrían incorporar también su potencia para apalancar las operaciones de crédito de la organización.
América Latina y el Caribe necesita una CAF fuerte, resiliente, amiga de la innovación, la cohesión social, el cambio tecnológico, la economía creativa. Lo conversamos hace pocas días con el Presidente Ejecutivo, Sergio Díaz Granados, cuando tuvo la gentileza de visitarnos, junto a Christian Asinelli, en mi oficina de Buenos Aires.
La CAF es un gran motor para promover una integración inclusiva en nuestras regiones, que agregue valor, que diversifique exportaciones, que busque crear nuevas cadenas de valor que están reconfigurándose a partir de los efectos de la post-pandemia.
Yo estoy seguro de que no hay salida posible del camino del no-desarrollo regional si apartamos la mirada de nuestra proximidad.
Profundizar vínculos significa no solo pensar en los grandes acuerdos escritos en un papel, sino también reparar en los detalles que hacen exitosa una integración regional con vecinos amigos y confiables.
El diálogo entre empresarios, gobiernos y trabajadores. El diálogo entre academia y sociedad civil. El diálogo creativo entre gobiernos que, si bien pueden diferir a veces en sus enfoques ideológicos, pueden encontrar siempre motivos de complementariedad.
Desde Argentina tenemos una convicción: no existe la crisis climática alejada de la crisis social y de la crisis financiera, esto es en América Latina; según la CEPAL el 60% de las exportaciones regionales están destinadas al pago de servicios de la deuda externa, que como promedio representa el 76% del Producto Bruto Interno. Esta necesidad imperiosa de fomentar la ambición climática va de la mano de un reordenamiento de la arquitectura financiera internacional.
Desde mi país organizamos junto a EEUU, Barbados, Colombia, Costa Rica, Panamá y República Dominicana el Diálogo de Alto Nivel de las Américas en donde propusimos las siguientes iniciativas para avanzar en un reordenamiento de la arquitectura financiera internacional que nos permita un nuevo contrato global, inclusivo y sostenible. Primero, valorizar los activos ambientales. El crecimiento del mundo no puede ser medido hoy con la misma vara de la era industrial contaminante;
Segundo: impulsar nuevas fuentes de financiamiento innovadoras y nuevas reglas e incentivos globales para que la transición sea justa, no encubra nuevas formas de proteccionismo, ni agigante las brechas de bienestar en nuestro planeta.
También fortalecer el multilateralismo ambiental. Es imprescindible que los organismos regionales de desarrollo comprometan al menos el 50% de su cartera de préstamos a acciones ambientales. Identifiquemos las tecnologías limpias como bienes públicos globales, y establezcamos acuerdos de transferencia tecnológica.
Los canjes de deuda por acción climática deben ser también objeto de nuestra atención; los mecanismos de pagos por servicios ecosistémicos y el concepto de deuda ambiental, y de la categoría de acreedores ambientales que ostentan los países menos desarrollados, son claves para la salida de la actual crisis.
También es urgente también aplicar la emisión de los Derechos Especiales de Giro del Fondo Monetario Internacional para crear un Fondo de Resiliencia, Sostenibilidad y lucha contra la pobreza que impliquen condiciones más flexibles de financiamiento dentro del propio Fondo Monetario Internacional.
Este Fondo permitirá financiar un gran pacto de solidaridad ambiental, que incluya a los países de bajos ingresos y renta media, y que sirva para extender los plazos de los pagos de los endeudamientos y la aplicación de menores tasas bajo las actuales circunstancias propias de un stress sanitario y ecológico como nunca han vivido.
Una porción de los DEGs también debería apalancar un proceso de capitalización de los Bancos Regionales de Desarrollo –como es la CAF -, para así multiplicar al menos por tres o por cuatro su potencial de respaldar proyectos de cambio climático a tasas concesionales.
Es imperativo que iniciativas de alivio de deuda y prórroga de la Iniciativa de Suspensión de Servicios de Deuda (DSSI) se extiendan a Países de Ingreso Medio con alta vulnerabilidad climática y financiera.
En el marco del G-20: debemos profundizar el debate sobre el nuevo impuesto mínimo global, que favorezca puntualmente a las economías emergentes y contribuya a una acción de desconcentración de riqueza y mayor justicia ambiental. Estos son los desafíos.
Confío en que podamos transitar este camino de la mano del resto de los presidentes de la región, y de todos aquellos que hoy planifican un futuro mejor.
No es tiempo de resignación, no es tiempo de miedos, es tiempo de transitar los caminos fracasados de otra manera, con optimismo, con creatividad. Estar atentos a lo que se dice, generar un diálogo productivo.
Como lo supo decir nuestro querido Papa Francisco, es el momento de soñar juntos, con un realismo audaz. Con los pies en nuestra tierra de América Latina y el Caribe, y el corazón atento a los anhelos de nuestros Pueblos, y escuchar a nuestros Pueblos.
Les envío desde Buenos Aires un fraternal saludo a mis colegas presidentes y a todos los directivos de CAF y a todos los presentes, en la esperanza de poder encontrarnos muy pronto en persona.
Muchas gracias.