Palabras del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, en la sesión solemne, de la Cámara de Senadores de México, en el Centro Histórico de la ciudad de México
Senadores y Senadoras: muchísimas gracias; gracias señor Senador por sus palabras iniciales. Tengo una gran alegría de poder compartir con ustedes algunas reflexiones, en un tiempo singular de la historia de la humanidad.
Me preguntaba cómo poder encarar este encuentro con ustedes y me parece que es una buena ocasión para que pensemos juntos de dónde venimos, en qué lugar estamos y hacía dónde queremos ir. Digo que es un momento oportuno porque algo le pasó al mundo, algo absolutamente impensado, algo absolutamente inesperado. Somos una de las pocas generaciones, que tiene el triste privilegio de haber tenido que convivir, en una pandemia. Esto no le pasa a la humanidad permanentemente, ocurre muy de tanto en tanto. Una pandemia que es capaz de asolar a todo el mundo por igual; una pandemia que no discrimina entre pobres y ricos; una pandemia que enferma a muchos y mata a otros tantos.
Y la verdad, frente a tanto dolor y tantas muertes, creo que es una buena oportunidad que la gente de la política, eso somos nosotros, es una buena oportunidad reflexionar sobre el lugar al que venimos, sobre el lugar dónde estamos, sobre el lugar al que queremos ir. Venimos – porque la pandemia lo ha dejado en evidencia- de un sistema profundamente injusto, y que nadie sensatamente puede negarlo. Hemos construido un sistema económico profundamente débil, tan débil que un ser imperceptible a la vista humana pudo dar vuelta a la realidad del mundo y no solamente se llevó la vida de hombres y mujeres, sino que hizo caer los bonos de los estados más poderosos; hizo tambalear y caer a grandes empresas; ha dejado sin trabajo a millones de personas y no ha distinguido nada y ante ese ser tan minúsculo - que no lo podemos ver - no tuvimos capacidad de reacción, no supimos cómo enfrentarlo, no sabíamos cuándo nos atacaba, no sabíamos por dónde llegaba.
En esa incertidumbre nos ha tocado vivir y en esa incertidumbre, en gran medida, todavía vivimos. Ahora bien, cuál era la fortaleza de ese sistema en el que vivíamos y al que no revisamos lo suficiente, cuando la pandemia nos hizo presa. Era un sistema profundamente injusto, donde la distribución del ingreso se concentraba en muy poco y la pobreza y la miseria se distribuía entre millones. Era un mundo profundamente injusto, víctima de un cambio climático producto de la acción humana, que se ocupó de contaminar el medioambiente, una y otra vez, año tras año.
De repente nos dimos cuenta, que cuando el virus nos obligaba a quedarnos en nuestras casas, el aire que se respiraba era más puro, el agua de los ríos era más clara, el cielo se veía más diáfano. Los animales se animaron a salir, cuando vieron que nosotros nos encerramos. ¿Cuánta culpa tuvimos como humanidad para haber construido semejante mundo?
Era un mundo también profundamente desigual, desigual entre nosotros, un mundo que no atendía suficientemente la igualdad de los géneros; un mundo que puso a la mujer – inexplicablemente – en un segundo lugar; un mundo que discriminó, según la orientación sexual o la identidad de género de cada uno; un mundo que en esas condiciones no hacía buenas sociedades, hacía sociedades definitivamente muy malas.
La pandemia de repente nos dejó a todos en un mismo lugar: el lugar de la incertidumbre; el lugar del miedo, de nos saber cómo enfrentar lo desconocido. Y en América latina nos encontró dispersos, porque acaban de terminar cuatro años, donde – desde algún lugar – hicieron todo lo necesario para dividirnos, para separarnos, para ponernos en lugares diferentes, en veredas enfrentadas. Y ni siquiera, frente a la pandemia, tuvimos la oportunidad de unirnos para ver qué podíamos hacer juntos, para contarnos experiencias y ver cómo podíamos enfrentar semejante flagelo.
Yo siempre digo que tuve una sola ventaja, que es que el virus llegó a nuestro continente tres meses después, que a Europa y la triste experiencia que vivió Europa nos ayudó a nosotros a ver qué podíamos hacer para que no nos pasara lo mismo. Pero qué distinto hubiera sido si hubiéramos podido juntarnos todos y enfrentar unidos el desafío de combatir la pandemia. ¿Qué nos ha dejado la pandemia hoy? Nos ha dejado mucho dolor, mucho pesar, mucha pena, gente que sufrió con la enfermedad y gente que se ha ido, millones, lamentablemente; gente que no vamos a recuperar.
Todavía luchamos con ese mundo desigual, que existía antes de la pandemia, pero que ahora se evidencia en cosas más miserables, la desigualdad ahora aparece cuando – de todas las vacunas que se producen – sólo 10 países las disfrutan y el resto pelea, tan sólo para que cumplan los contratos, que firmamos con esos productores.
Y así quedamos… solos, peleando contra los poderosos, una vez más; mendigando una vacuna con la que algunos lucran y por la que la falta de esa vacuna muchos mueren. Y la desigualdad sigue presente.
Ahora, frente a tanto dolor y tanta muerte no deberíamos preguntarnos cómo encarar el futuro, porque es una buena oportunidad, porque ante semejante crisis deberíamos preguntarnos para qué sirvió.
Yo siempre me preguntaba cómo saldremos de esta pandemia y yo creía que la pandemia nos iba a hacer mejores, creía que – frente a lo inexorable – de que todos estamos expuestos al virus y todos corríamos el mismo riesgo era posible que cierto sentido de solidaridad asomará, en la humanidad y por esa vía pudiéramos construir mejores lazos hacía una sociedad más justa, pero escuché decir a alguien, algo que es bastante cierto, para mi pesar: “los que eran buenos, antes de la pandemia, se volvieron buenísimos, después de la pandemia, pero los que eran malos, antes de la pandemia, se volvieron peores, después de la pandemia”. ¿Ahora en qué lugar queremos pararnos nosotros: en el lugar de los quieren salir mejores o en el lugar de los que solo quieren seguir medrando con este presente. Yo me quiero parar en el primer lugar, en el lugar que nos obliga a ser mejores, porque definitivamente vivimos en el continente más desigual del mundo, un triste designio que padece Latinoamérica. En este lugar – como dije antes – la riqueza se concentra en pocos y la miseria se distribuye en millones. Han quedado condenados al pozo de la pobreza, la marginalidad millones de habitantes de este continente, que han quedado una y otra vez olvidados por las políticas implementadas.
Acá, en este continente, se ve mejor, que en ningún otro lugar, eso que le gusta hablar al Papa Francisco, cuando cuestiona el capitalismo, acá en este lugar – en América latina, estoy hablando – uno puede ver esa cultura del descarte permanentemente; esa cultura que dice que este mundo ha sido construido para los que estamos acá, el resto sobra. Y pensar un mundo para unos pocos, donde el resto queda olvidado.
Ahora, nosotros no deberíamos repensar eso; no estoy planteando en nada de lo que digo ponerle fin a un sistema capitalista, que se ha impuesto, en el mundo; estoy planteando si – de una vez y por todas – el capitalismo no tiene que tener una ética que ha perdido; estoy planteando si de una vez por todas el capitalismo no debe tener un contenido moral, que ha ido perdiendo en el tiempo.
El capitalismo nació con algunas virtudes importantes: la virtud de pensar que alguien podía arriesgar capital de trabajo, asociarse con alguien que aportaba el trabajo, generar trabajo, genera producción, vender y hacer crecer. Ese capitalismo fue muy genuino, fue muy valioso. Siempre digo lo mismo: ese fue el capitalismo de Ford, cuando un día se preguntó por qué estos autos, que construyó para una minoría, no lo pueden tener quienes trabajan en mi empresa y empezó a pensar y a producir los autos en masas, para que todos tuvieran acceso a lo que hoy es un automóvil que es algo más accesible para millones de personas; ese capitalismo virtuoso, donde alguien invertía y alguien trabajaba, juntos producían y daban más trabajo; todavía podemos recuperarlo tirando por la borda ese capitalismo especulativo, que medra con los derivados financieros, donde unos pocos hacen fortunas en minutos y vuelven pobres, minuto a minuto, a millones de seres humanos.
¿No es momento en que pensemos en cambiar todo eso? ¿No es esta la hora de darnos cuenta que no podemos seguir así? Nosotros – le comentaba, hoy, al Presidente, en nuestro encuentro, de la mañana – somos parte de un mundo, que parece vivir en un limbo. El mundo tiene un mundo central, donde los más poderosos tienen la riqueza que necesitan; si hay que emitir dólares la FED emite dólares y arregla el problema de la economía norteamericana; si hay que emitir euros, el Banco Europeo emite los euros que hagan falta y las economías europeas se pueden levantar, en diez minutos. Los países pobres, de tanto en tanto, se acuerdan de ellos; a veces le condonan deudas, a veces les hacen quitas, a veces alguien se acuerda de ellos y les dan más tiempo para pagar sus deudas, pero en el medio estamos los países de renta media, a los que nadie atiende. Allí están muchos países latinoamericanos, estamos muy lejos de ser parte de de ese mundo central y estamos muy cerca de parecernos a los países pobres, pero no nos dan los perdones que le dan a los países pobres y nos tratan como si fuéramos países ricos.
¿Y hasta cuándo podemos seguir viendo esto sin reaccionar, sin alzar la voz? Porque si no es este el momento de alzar la voz para cambiar, no va a haber otro momento, no va a haber otro momento más crítico que este, no va a haber un momento, en donde las reglas establecidas se pongan más en crisis, que en este momento, no va a haber un tiempo mejor que este para dar vuelta a la historia del mundo, como se da vuelta a una media. Y hay que dar vuelta a esa media, eh, porque si no vamos a seguir viviendo con más desigualdad y más injusticias. Ese es el desafío que tenemos como continente, primero unirnos; segundo, alzar nuestra voz, en el mundo y decir: “nosotros también tenemos derecho a crecer y a desarrollarnos”. Crecer y desarrollarnos quiere decir – simplemente – que todos tengamos oportunidad de crecer y desarrollarnos, no solamente algunos, que todos tengamos la oportunidad. Si todos no tenemos la oportunidad el mérito no alcanza, el mérito es una ficción, el mérito, sin posibilidades, es nada. Ahora sí… si todos tenemos la posibilidades crecer y de desarrollarnos, ahí el mérito empieza a tallar.
Pero pregúntense cuántos hermanos latinoamericanos están hoy viviendo al margen, sin salud, sin educación, sin trabajo, y pregúntense cuánto tiempo más, esta sociedad, va a poder soportar eso, porque tengo la certeza que no da para mucho más, no da para mucho más.
Por eso, es que yo aliento la esperanza, de que este sea el tiempo, en que América latina se ponga de pie y sea capaz de plantearle al mundo su palabra revulsiva para cambiar el mundo, para hacerlo más igual, para hacerlo más justo, para terminar con las discriminaciones en materia de raza, en materia de sexo, para que la mujer deje de ser golpeada, para que la mujer deje de ser asesinada, para que la mujer pueda progresar en su trabajo como puede progresar cualquier hombre, para que no haya diferencias salariales entre un hombre y una mujer. (APLAUSOS). ¿Cuánto tiempo más vamos a espera para alzar la voz y decir: “basta, este fue el punto final” y empezar a escribir otra historia, una historia que nos haga virtuoso, para que alguna vez alguien diga – como decimos nosotros de nuestros próceres – mañana ustedes, cuando celebren el Bicentenario del Plan de Iguala van a estar recordando esos hombres, que fueron capaces de levantarse y de darle la libertad, a México, la independencia y la autonomía. Y tal vez ellos- en aquel momento - habrán dudado, como nosotros, en cómo hacerlo, pero tuvieron el coraje y la valentía de hacerlo.
Es momento de darnos cuenta que este es nuestro tiempo; es el tiempo de unir esfuerzos; es el tiempo de trabajar con sensatez y con racionalidad; es el tiempo de unirnos no para estar en contra de otros; es el tiempo de unirnos para estar en favor nuestro, para que todos nosotros, para que nuestros pueblos puedan crecer. Ese es el verdadero desafío que tenemos.
Y bien decía el Senador, que preside este encuentro, que cuando fui electo elegí salir, por primera vez, del país para venir a visitar México, y no era casual. Leíamos en toda América latina, una América latina, que estaba viviendo cierto regreso al conservadurismo, que acá en México – finalmente – había llegado un hombre, con planteos tan simples como enormes, un hombre que quería ponerle contenido moral a la política, convertir la ética de la política en un elemento constante, un hombre que decía lo mismo que suelo decir yo: “ocupémonos de los últimos; primero… los últimos”. Y pensé, que acá, donde Latinoamérica termina en el Norte, tal vez, podíamos trabajar muy juntos, con allá, donde el continente se angosta y termina en los mares, del Sur; el país más austral con el país más norteño, de América latina. Y tal vez juntos trazar un eje, que cruce a toda América latina e impregne a la América latina de este llamado de cambio; de este llamado de transformación.
Y tal vez sea el momento, las vueltas de la vida, hizo que –en medio de la pandemia – el virus nos una para que allí, en el país más austral del continente se produzca el contenido esencial de la vacuna, que se termina de elaborar aquí, en el país más norteño del continente latinoamericano y que desde aquí podamos llevar esa vacuna por la que hoy millones de latinoamericanos luchan y esperan. Y tal ese sea el primer cambio y el primer paso que podamos dar para trabajar unidos, no en contra de nadie, sino en favor de todos.
Allá, en la Argentina, tenemos un poeta, un poeta por excelencia que tenemos los argentinos, que se llamó José Hernández, que escribió un largo poema, que se llama “El Martín Fierro” y cuenta la historia de un gaucho y sus desdichas, pero era un sabio el gaucho ese y en uno de sus versos recuerda y recomienda que los hermanos sean unidos, “esa es la ley primera, tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”. (APLAUSOS).Recordémoslo, recordémoslo y animémonos, este no es el tiempo de los otros, este es nuestro tiempo. Acá no importa cómo piensa cada uno, tenemos que ser capaces de construir en la diversidad, acá no se trata de construir – como dije recién – un discurso único, se trata de escucharnos, de abrir nuestras cabezas.
Tenemos los argentinos un Premio Nobel de la Paz, que es nuestro orgullo, Adolfo Pérez Esquivel, que alguna vez dijo: “los puños cerrados no siembran, sólo siembran los puños que se abren”. Abramos nuestras cabezas, abramos nuestros puños y hagamos de la América latina el continente de la igualdad para sacarnos este triste estigma que hoy tenemos.
Gracias México, feliz de estar con ustedes. Muchísimas gracias a todos y todas. (APLAUSOS)