PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER, EN EL ACTO DE HOMENAJE AL PADRE CARLOS MUGICA
Muchas gracias y muy buenas tardes a todos y a todas.
Quiero saludar especialmente a los vecinos de la Villa 31 que nos están mirando desde allí, y desde aquí también hay algunos delegados, también a todos los sacerdotes que hoy nos acompañan en esto que no es un homenaje al padre Carlos Mugica. La figura y la vida de hombres como Carlos Mujica, no se homenajean, se celebran y se celebran con alegría por todo el amor que supo dar, amor por el cual ofreció su vida.
Yo lo escuchaba recién a Juan cuando decía, haciendo mención a la intersección donde hemos hecho esta maravillosa escultura de Alejandro Marmo, intersección que no por casualidad la elegimos, este era el lugar donde él había nacido. Juan recién dijo, donde había pertenecido. No, acá había nacido, pero él pertenecía a algo más que a este lugar. Él pertenecía a los pobres, a los que sufrían, a los que necesitaban. Él se reconocía en la figura del Evangelio, porque entendía que el Evangelio era precisamente la doctrina que iluminaba y que trabajaba por y para los pobres.
Carlos Sergio Francisco Mugica, fue también víctima de una Argentina violenta; su juventud también había transcurrido en una Argentina violenta, en una Argentina donde los argentinos se enfrentaban entre sí -y vamos a decirlo sin eufemismos y sin hipocresías, porque yo no hablo ni con eufemismos ni con hipocresías, ni con parábolas-, le tocó vivir de joven en una Argentina en donde, finalmente, se dirimieron las cosas a los tiros, con bombardeos y con muertos.
Y él lo recordaba muy bien como tantos otros, como lo recordaba recién el padre Richardelli, que venía de una familia peronista y era peronista y se hizo antiperonista en el 54 por el enfrentamiento que surgió entre la Iglesia y entre el gobierno del general Perón. Y él recordaba y sus historiadores también, que él, que estaba contento frente al derrocamiento de Perón, y un día fue a un conventillo dijo y vio que la gente lloraba y vio escrito en una pared: “Abajo los cuervos”. No era por Larroque, todavía no lo conocían.
Fueron momentos muy trágicos, a veces hay que tomarlo con una sonrisa, pero fueron momentos muy trágicos de una Argentina violenta en serio, donde los argentinos se enfrentaban y que culminó finalmente también con la muerte de él. Esa Argentina también más tarde, en los años 70, violenta, se llevó también la vida de Carlos Mugica. Hubo también otra Argentina violenta que comenzó el 24 de marzo de 1976 y que se llevó a tantos argentinos y también, a tantos sacerdotes.
Por eso, cuando hoy me levanté por la mañana y miré las tapas de los diarios, como lo hago todas las mañanas, y vi que alguien resumía o decía: “Hoy la Argentina es una Argentina violenta”, me di cuenta que querían reeditar viejos enfrentamientos. Y recordé -ustedes dirán qué es este libro que tengo aquí-… Este libro que tengo aquí es la exhortación del Papa Francisco a los obispos, a los sacerdotes, a los laicos y al pueblo de la iglesia entero, donde nos dice cosas muy importantes.
Yo quiero leer una parte para entender, porque luego las cosas hay que leerlas completas. Yo siempre digo que sería tan conveniente que en lugar de ir tanto a Roma a sacarse fotos, lo leyeran un poco más.
En esta alegría del Evangelio plantea: “Carlos era un hombre esencialmente alegre -además era de Racing, lo cual no es poca cosa-, plantea la renovación pastoral de la Iglesia, transformándola en una Iglesia misionera, en una Iglesia que tiene que volver a misionar y a misionar el Evangelio”. Y cuando habla de una renovación pastoral, habla que los sacerdotes, los laicos tenemos que hablar desde el corazón del Evangelio, y dice textualmente en el punto 34: “En el mundo de hoy con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De ahí que algunas cuestiones, que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia, queden fuera del contexto que les da sentido. El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos, aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo. Entonces conviene ser realistas, y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo”
Y si ustedes me piden que elija el mensaje del Evangelio más profundo que no tuvo eco en ningún medio de comunicación del documento de ayer, fue que el amor vence al odio, porque esa es la esencia de Jesucristo, de su piedad, de su pasión. El amor, el amor que venció a los fariseos que lo echaron del templo; el amor que venció a los sacerdotes que lo entregaran para que lo crucificaran; el amor que venció a la indiferencia de Poncio Pilatos que se lavó las manos como muchos se lavan las manos frente a los problemas de los que menos tienen y se regocijan de estar junto a los que más tienen. Ese es el mensaje del Evangelio, ese es el del dios en que yo creo.
También frente a los problemas que aquejan a la comunidad. Hoy no tenemos una sociedad enfrentada en forma violenta afortunadamente. A mí me tocó ser joven en esa Argentina violenta, tener miedo y terror en esa Argentina violenta, violenta en serio.
Por eso, es bueno leer y releer la palabra. “Hoy en muchas partes -dice el Papa en el punto 59- se reclama mayor seguridad”. Y a continuación, en el punto 60 habla que “los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo. Pero resulta que el consumismo desenfrenado, unido a la inequidad, es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad genera, tarde o temprano, una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Solo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos, simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males con indebidas generalizaciones y pretenden encontrar la solución en una ‘educación’ -fíjense, educación entre comillas, educación entre comillas, dice el Papa- que los tranquilice a los pobres y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en muchos países-, en sus gobiernos, empresarios e instituciones cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.
Quería leerles algunos de estos fragmentos porque me parece interesante reflexionar todos juntos sobre esa Argentina que tanta veces nos dividieron. Tal vez los más jóvenes no lo recuerden, pero no fue casual que el padre Mugica le pusiera a su parroquia en la villa “Cristo Obrero”. No era solamente porque en la villa había obreros, sino porque él recordaba que en su época de antiperonista y cuando estaba enfrentado y dividido el país, se había utilizado la religión para dividir a los argentinos bajo el lema de “Cristo Rey”. Y Rey, Cristo nunca, Jesucristo nunca se sintió Rey. Jesucristo se sintió el más humilde, el más pecador. Jesús, vino a ofrecer su vida y por eso Él entendió el mensaje.
Y yo les pido a todos los argentinos, como Presidenta de la República, también a las instituciones eclesiásticas y de todos los credos, a los sacerdotes, a los laicos, a los obispos que nadie más permita dividir al pueblo de Dios, porque cada vez que se dividió el pueblo de Dios, masacraron a sus ovejas y además también, a muchos de sus sacerdotes, a muchos de ellos que fueron mártires como monseñor Angelelli, como los Curas Palotinos, como tantos otros que ofrecieron su vida como Carlos Mugica por los pobres.
Por eso, los que crean que con un título de un diario van a provocar a esta Presidenta, discúlpenme, no lo van a poder conseguir, no me van a provocar.
Pero además también, recogiendo el mandato bíblico, pero también, como lo marcaba recién uno de los fragmentos, el tema es la inequidad. La inequidad, qué palabrita que suena difícil y es tan simple, alude a lo que decía Carlos Mugica, alude a una mejor distribución de la riqueza que tiene un país. A mí personalmente me ha costado sangre, sudor, lágrimas, insultos y agravios pelear por mayor equidad en la Argentina. Por eso creo que con todos mis errores y mis horrores, que seguramente con todos los pecados que he cometido y cometeré porque soy humana, estoy absolutamente convencida de que en esa lucha por que los pobres tengan una vida más digna, agua, vivienda, tierra, cloacas, trabajo, derechos estoy haciendo el verdadero homenaje que Carlos Sergio Francisco Mugica, le pedía a todos los argentinos.
Por eso, hoy me siento muy feliz de estar aquí junto a todos ustedes y, fundamentalmente, junto a él. Yo no lo conocí, no lo conocí personalmente, pero tenía, como todos los jóvenes de aquella etapa, una profunda admiración por él y por el Movimiento de los Curas del Tercer Mundo, que se extendió a toda la América latina, figuras como las de Hélder Cámara, por ejemplo, que lideró también y que fue, a partir del Concilio Vaticano II, con aquel Papa que acaba de ser beatificado, Juan XXIII, el Papa Bueno. Ese mensaje que se extendió y que significó la opción por los pobres, después también profundizada por Pablo VI en la “Popularum Progressio”.
Todo eso movilizó a muchos jóvenes, pero también es cierto que hubo errores que finalmente jugaron a favor de que los argentinos volviéramos a dividirnos. Porque, ¿saben qué? Los responsables de garantizar el cambio no son los que quieren que todo siga igual, los que tenemos mayor responsabilidad para que el cambio se haga y se profundice, somos aquellos que creemos en la necesidad de ese cambio y, por lo tanto, nos obliga a ser más inteligentes y más responsables.
Por eso también, él decía que estaba convencido, pero que estaba dispuesto a morir pero nunca a matar.
Este fue también el gran mensaje de Carlos Mugica y esto es lo que hoy debemos tomar con alegría como lo hacemos. Por eso también, así como él se sintió responsable y así lo manifestó de muchas cosas que ocurrieron por su rol pastoral con muchos jóvenes, yo también quiero decirles que me siento responsable de haber incorporado a miles de jóvenes en la Argentina a la política pero con la alegría de festejar a la política como también dice este libro, como el instrumento para cambiar la vida de los pueblos.
Así que, en esta hermosa tarde de sol, que no me atreveré a calificar de ninguna otra manera que no sea una hermosa tarde sol, que no me atreveré a calificar de ninguna otra manera que no sea una maravillosa tarde de sol y menos, tenemos que aceptarlos con todas las diferencias, el problema es que ellos también nos acepten a nosotros y nosotros los aceptamos. Esto es…Si nos aceptamos todos, sería mucho más fácil.
Así que, agradecerles a todos la presencia aquí, a los hermanos de las villas, a los sacerdotes que entienden el mensaje pastoral del Evangelio y de Jesucristo, haciéndolo junto a los pobres, a su compromiso y, fundamentalmente, pedirles disculpas a todos los vecinos que hayan tenido algún inconveniente de tránsito por este maravilloso acto en homenaje al padre Carlos Mugica.
Muchas gracias y muy buenas tardes a todos y a todas. (APLAUSOS)