Queridos amigos y ex presidentes, doctor José Sarney y doctor Raúl Alfonsín, un placer contar con ustedes en esta reunión; señor gobernador de la provincia de Misiones, querido amigo Carlos Rovira; señor gobernador de la provincia de Córdoba, querido amigo José Manuel De la Sota; autoridades de ambas naciones; señoras, señores: hoy compartimos un encuentro que esperamos pueda representar un hito en la historia de la relación bilateral de nuestros países; creemos que dará inicio a un nuevo momento de la inquebrantable definición a favor de nuestra sociedad estratégica basada en la amistad y en la fraternidad de ambos pueblos.
Hasta 1985 la Argentina y Brasil compartieron una larga historia que fluctuó entre momentos de interesada asociación y de injustificada rivalidad. Haber reconocido la necesidad de dotar a la relación de una mayor calidad y cohesión apostando a la construcción de una sociedad estratégica, fue la visión de estadistas que hoy les reconocemos que tuvieron los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney.
Ellos supieron ver, aún en un contexto mundial bipolar y maniqueo, que la democracia y la paz de la región podían ser una construcción propia. Hoy conmemoramos 20 años de aquel paso fundamental que interpretó la madurez y la confianza alcanzadas por nuestras sociedades.
El 30 de noviembre de 1985 Argentina y Brasil llevaron al plano de la relación bilateral la opción categórica por la institucionalidad democrática. A la vez, se reconocieron como pueblos hermanos destinados a transitar juntos el devenir de la historia.
Las dos décadas transcurridas no han estado privadas de momentos de generalizado optimismo y otros de dudas desconcertantes, sin embargo el hermanamiento de nuestros pueblos ha mantenido el proceso en marcha, acrecentándolo paulatinamente.
Es que una cosa es decir sobre la integración y otra cosa es dar los muchos pasos que necesitamos para integrarnos. Sin embargo, en 20 años las relaciones entre nuestros países han dado un vuelco que no tiene precedentes en el continente americano.
Es preciso calibrar con justicia lo mucho que argentinos y brasileños hemos logrado en ese período; superamos la desconfianza, descartamos nuestras mutuas hipótesis de conflicto, abrimos y compartimos nuestros respectivos desarrollos nucleares, permeamos nuestras ricas culturas e iniciamos un proceso de integración que incluye a nuestros hermanos uruguayos y paraguayos y que está destinado a convertirse en el pilar de la integración sudamericana.
La comunidad internacional reconoce nuestra determinación por cultivar la paz y por descartar el armamentismo, nuestra irrenunciable vocación democrática y nuestro rechazo y combate contra el terrorismo, los fundamentalismos y la intolerancia.
Argentina y Brasil comparten el mérito y el orgullo de ser los artífices originarios y categóricos de una zona de paz, libre de armas nucleares y químicas donde las diferencias son entendidas como resultado natural de la convivencia dinámica entre las comunidades y no como la antesala para la definición de un enemigo.
Mientras en gran parte del mundo las agendas aún tienen entre sus prioridades la resolución de conflictos armados o con la potencialidad de serlo, en nuestra región estos temas han desaparecido de las consideraciones de sus dirigentes y poblaciones.
El común sufrimiento durante las épocas oscuras de la doctrina de la seguridad nacional nos ha fortalecido en nuestro accionar en favor de los derechos humanos y también somos claros y concluyentes en la lucha contra la inequidad y la injusticia, anhelando la superación de la pobreza en nuestros pueblos.
La Declaración de Iguazú de 1985 fue ante todo una decisión política, era la voluntad de ambos pueblos expresada en medidas dirigidas a darle forma al futuro. La motivaban las necesidades objetivas de nuestros países y la certeza de que teníamos un destino común signado por el mandato de lograr para los argentinos y brasileños el merecido desarrollo en democracia y con justicia social.
Sin embargo, no podemos ignorar que tal definición fue relegada por algún tiempo y la integración regional fue entendida sólo parcialmente desde una visión económica y comercial. Integrar nuestras economías y enriquecer nuestro comercio es imprescindible. De ello no caben dudas pero la dirección y el sentido que se le dé depende de los objetivos políticos que como región definamos.
Los altibajos y los largos períodos de incertidumbre y estancamiento vividos durante la década pasada, nos han recordado el sentido primario del proyecto integrador. Nuestros gobiernos recuperaron el valor de los principios políticos a través del Consenso de Buenos Aires y el Acta de Copacabana, definiendo un rumbo, otorgándole una perspectiva regional a nuestras políticas públicas y expandiendo la integración a todos los sectores de la sociedad.
Hemos sido testigos y protagonistas de la fuerza que toman nuestros principios y reclamamos cuando los enarbolamos en conjunto. La reforma de la actual arquitectura financiera internacional, el fin de los subsidios y las barreras comerciales de los países más desarrollados que perjudican nuestro comercio, el canje de la deuda por educación y la convicción de que la creación de trabajo es la mejor herramienta para terminar con la pobreza, son algunos de ellos y han sido plasmados en la reciente Declaración de Mar del Plata, gracias al tesón, a la unidad y solidaridad de las naciones y pueblos del Mercosur.
Estos 20 años han dado origen también a un intercambio comercial sin precedentes entre ambos países, sirviendo a nuestros exportadores como plataforma hacia una producción a mayor escala y como base de un aprendizaje integracionista.
La relación económico comercial es un ejercicio permanente en el que seguimos trabajando día a día con el fin de superar los obstáculos que aún subsisten y dificultan el acceso recíproco a los mercados. Es una práctica no exenta de dificultades, de inconvenientes derivados de la existencia de estructuras productivas diferentes, con necesidades y complejidades propias, con problemas de carácter coyuntural y también estructural.
Una integración productiva eficiente que permita dotar de mayor valor agregado a nuestras exportaciones requiere un trabajo mancomunado, coordinado y signado por el objetivo de entender que podemos salir juntos al mundo a colocar nuestros productos; en definitiva, es preciso el compromiso de ambos países, la capacidad de entender la situación de cada uno de ellos en su búsqueda de un crecimiento sostenido y equitativo.
Este renovado impulso y compromiso de unión entre nuestros países nos reúne a quienes apostamos a la integración regional y a un Mercosur enérgico, dinámico, desde donde construir un espacio único en nuestra América del Sur en el que las fronteras no sean más que una referencia cartográfica.
Nuestro gran desafío del día es asumir plenamente la responsabilidad de respuestas al reclamo por una integración regional beneficiosa para todos, que sea palpable en todos los ámbitos y que se traduzca en mayores posibilidades y mejores condiciones de vida para argentinos y brasileños.
Pero la integración no puede constituirse en una eterna teoría, sólo apta para ser declamada en encuentros protocolares, beneficios simétricos, mecanismos flexibles, graduales y progresivos deben ser cosas prácticas y palpables, creadoras de empleo y generadoras de equidad y bienestar para nuestros pueblos.
Nuestra integración no puede significar una especialización donde un país crezca en materia industrial y el otro en el papel proveedor de bienes agrícolo ganaderos. Economías modernas y competitivas rechazan la idea de una integración sólo intersectorial, debemos proponernos y alcanzar una integración y especialización hacia el interior de los sectores en los que exista mejor posibilidad de complementarse para que cada uno de nuestros países desarrollen plenamente las diferentes ramas de la industria y del sector agropecuario, especializándose en algunos productos dentro de cada una de ellas. En esta línea debemos dar un contenido actual a nuestra sociedad estratégica y convertirla en una realidad visible para ambos pueblos.
Así como los primeros 20 años fueron un paso trascendente para la aproximación de las grandes políticas, esta nueva etapa debe estar orientada a poner a disposición de los ciudadanos los beneficios del proceso integrador. Nuestra meta prioritaria es la consolidación de una integración amplia y efectiva, que ofrezca un mejor porvenir para los habitantes de nuestros países.
Hace 6 meses encomendamos a los cancilleres Bielsa y Amorim a promover un proceso de reflexión y evaluación, que diera lugar a un plan que le devuelva la energía fundamental para el funcionamiento del Mercosur y que consolide política, institucional, económica y estructuralmente la relación del Mercosur.
Así fue como surgió el acuerdo de Brasilia, estableciendo un programa de profundización, actualización y aceleración de la relación bilateral, con vistas a celebrar protocolos sobre temas específicos. En tal sentido, los cancilleres, sus equipos y las administraciones de ambos países están llevando adelante un encomiable trabajo, abarcando una amplia variedad de temas de significativa importancia.
Así como los 24 protocolos derivados de la Declaración de Iguazú de 1985 motivaron la relación bilateral, durante los siguientes 20 años los acuerdos que surjan de este trabajo conjunto deberán fijar los lineamientos que guiarán y enriquecerán el vínculo entre la Argentina durante las próximas décadas. A partir de ellos, se establecerán ejes estructurales que cimentarán nuestra sociedad estratégica en particular impulsando acciones concretas cuyos resultados sean aprovechados por ambas poblaciones.
Se abarcarán temas tales como la provisión de energía, la facilitación y expansión del comercio; el establecimiento de una infraestructura que mejore las comunicaciones; la ampliación del nivel de conocimiento recíproco de nuestras sociedades a través de la cultura y la educación; la integración productiva; la facilitación de las condiciones de residencia y de circulación de las personas, una más eficiente vinculación de las comunidades de frontera, y el desarrollo científico y tecnológico entre otros.
Nuestros pueblos nos marcan un rumbo y la historia nos exige un compromiso de acción permanente. En esta nueva declaración de Iguazú asumimos ese compromiso de cooperación mutua.
De este modo nos responsabilizamos por los desafíos y trabajos que tal compromiso conlleva, el cual representa una obligación con nuestro futuro, pero también con el legado de los últimos 20 años. Lo hacemos con alegría, con convencimiento y con confianza en un porvenir de unidad, paz, desarrollo y solidaridad.
El pueblo argentino y el pueblo brasileño nos honran con la posibilidad de ser protagonistas destacados de un momento fundamental de la vida de nuestros países, en el que la democracia, el desarrollo y la integración conforman un círculo virtuoso.
Esperamos, querido amigo presidente Lula, de todo corazón, poniendo todo nuestro intelecto, toda la vocación integradora que tienen Argentina y Brasil, poder lograrla entre nuestros países y demostrarles a aquellos que son pesimistas y a veces no alientan la integración y creen que el futuro de Argentina y Brasil está en competir mutuamente entre nosotros. Estoy totalmente convencido que tanto usted, como en el caso nuestro, estamos absolutamente decididos a poder demostrarle a la historia que Argentina y Brasil van a crecer juntos, se van a integrar, vamos a superar las asimetrías, vamos a tener la madurez y la responsabilidad de encontrar un salto cualitativo en la compensación clara y concreta de los intereses que tenemos, y esa unidad de Argentina y Brasil en lo político, en lo social y en lo económico, y en la madurez de entender el mundo que viene, va a ayudar a que nuestra región pueda dar un salto cualitativo. Porque los argentinos y los brasileros tenemos una gran responsabilidad con nuestros pueblos, pero también debemos tener un gran grado de solidaridad con aquellas naciones que nos acompañan y que creen que en el desarrollo de Argentina y Brasil está su propio desarrollo.
Por eso no tengo ninguna duda que a lo que iniciaron allá en 1985 el doctor Alfonsín y el doctor Sarney en nombre de nuestros propios pueblos, nosotros le vamos a poder dar un paso cualitativo y una síntesis muy importante para lograr los acuerdos que muchos creen imposibles.
Frente a los sueños de aquellos que piensan en un mundo distinto, donde pensaron que por allí pasa por integrarnos con otros sectores y competir entre nosotros, yo creo que América se tiene que integrar a América, que Argentina y Brasil se tienen que integrar, tenemos que superar las dificultades en el trabajo cotidiano, con toda nuestra fuerza intelectual, nuestra capacidad de racionalidad, para demostrar que somos capaces de integramos en América primero, integrarnos en el Mercosur, para discutir nuestra integración con los distintos bloques del mundo.
Querido amigo, presidente Lula, yo confío profundamente en usted, sé que lo vamos a lograr y sé que su vocación es la misma.
También si usted me permite quiero agradecerle profundamente el acompañamiento de Brasil, de Uruguay y de Paraguay, en una decisión absolutamente consensuada, absolutamente valorada por las condiciones que tiene quien va a pasar a ser el nuevo presidente la Comisión de Representantes Permanentes, que es el ex vicepresidente de Argentina, el señor Carlos Alvarez. (Aplausos)
Agradecemos totalmente el acompañamiento y la confianza que nos han brindado, tanto su Gobierno como el querido Nicanor Duarte y Tabaré Vázquez. A todos muchas gracias, estamos muy felices de estar en este querido pueblo de Iguazú, al que queremos mucho y da muchísima suerte, cada vez que vine a Iguazú siempre nos fueron mejor las cosas y a mí también, voy a venir muy seguido. Muchísimas gracias.
Hasta 1985 la Argentina y Brasil compartieron una larga historia que fluctuó entre momentos de interesada asociación y de injustificada rivalidad. Haber reconocido la necesidad de dotar a la relación de una mayor calidad y cohesión apostando a la construcción de una sociedad estratégica, fue la visión de estadistas que hoy les reconocemos que tuvieron los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney.
Ellos supieron ver, aún en un contexto mundial bipolar y maniqueo, que la democracia y la paz de la región podían ser una construcción propia. Hoy conmemoramos 20 años de aquel paso fundamental que interpretó la madurez y la confianza alcanzadas por nuestras sociedades.
El 30 de noviembre de 1985 Argentina y Brasil llevaron al plano de la relación bilateral la opción categórica por la institucionalidad democrática. A la vez, se reconocieron como pueblos hermanos destinados a transitar juntos el devenir de la historia.
Las dos décadas transcurridas no han estado privadas de momentos de generalizado optimismo y otros de dudas desconcertantes, sin embargo el hermanamiento de nuestros pueblos ha mantenido el proceso en marcha, acrecentándolo paulatinamente.
Es que una cosa es decir sobre la integración y otra cosa es dar los muchos pasos que necesitamos para integrarnos. Sin embargo, en 20 años las relaciones entre nuestros países han dado un vuelco que no tiene precedentes en el continente americano.
Es preciso calibrar con justicia lo mucho que argentinos y brasileños hemos logrado en ese período; superamos la desconfianza, descartamos nuestras mutuas hipótesis de conflicto, abrimos y compartimos nuestros respectivos desarrollos nucleares, permeamos nuestras ricas culturas e iniciamos un proceso de integración que incluye a nuestros hermanos uruguayos y paraguayos y que está destinado a convertirse en el pilar de la integración sudamericana.
La comunidad internacional reconoce nuestra determinación por cultivar la paz y por descartar el armamentismo, nuestra irrenunciable vocación democrática y nuestro rechazo y combate contra el terrorismo, los fundamentalismos y la intolerancia.
Argentina y Brasil comparten el mérito y el orgullo de ser los artífices originarios y categóricos de una zona de paz, libre de armas nucleares y químicas donde las diferencias son entendidas como resultado natural de la convivencia dinámica entre las comunidades y no como la antesala para la definición de un enemigo.
Mientras en gran parte del mundo las agendas aún tienen entre sus prioridades la resolución de conflictos armados o con la potencialidad de serlo, en nuestra región estos temas han desaparecido de las consideraciones de sus dirigentes y poblaciones.
El común sufrimiento durante las épocas oscuras de la doctrina de la seguridad nacional nos ha fortalecido en nuestro accionar en favor de los derechos humanos y también somos claros y concluyentes en la lucha contra la inequidad y la injusticia, anhelando la superación de la pobreza en nuestros pueblos.
La Declaración de Iguazú de 1985 fue ante todo una decisión política, era la voluntad de ambos pueblos expresada en medidas dirigidas a darle forma al futuro. La motivaban las necesidades objetivas de nuestros países y la certeza de que teníamos un destino común signado por el mandato de lograr para los argentinos y brasileños el merecido desarrollo en democracia y con justicia social.
Sin embargo, no podemos ignorar que tal definición fue relegada por algún tiempo y la integración regional fue entendida sólo parcialmente desde una visión económica y comercial. Integrar nuestras economías y enriquecer nuestro comercio es imprescindible. De ello no caben dudas pero la dirección y el sentido que se le dé depende de los objetivos políticos que como región definamos.
Los altibajos y los largos períodos de incertidumbre y estancamiento vividos durante la década pasada, nos han recordado el sentido primario del proyecto integrador. Nuestros gobiernos recuperaron el valor de los principios políticos a través del Consenso de Buenos Aires y el Acta de Copacabana, definiendo un rumbo, otorgándole una perspectiva regional a nuestras políticas públicas y expandiendo la integración a todos los sectores de la sociedad.
Hemos sido testigos y protagonistas de la fuerza que toman nuestros principios y reclamamos cuando los enarbolamos en conjunto. La reforma de la actual arquitectura financiera internacional, el fin de los subsidios y las barreras comerciales de los países más desarrollados que perjudican nuestro comercio, el canje de la deuda por educación y la convicción de que la creación de trabajo es la mejor herramienta para terminar con la pobreza, son algunos de ellos y han sido plasmados en la reciente Declaración de Mar del Plata, gracias al tesón, a la unidad y solidaridad de las naciones y pueblos del Mercosur.
Estos 20 años han dado origen también a un intercambio comercial sin precedentes entre ambos países, sirviendo a nuestros exportadores como plataforma hacia una producción a mayor escala y como base de un aprendizaje integracionista.
La relación económico comercial es un ejercicio permanente en el que seguimos trabajando día a día con el fin de superar los obstáculos que aún subsisten y dificultan el acceso recíproco a los mercados. Es una práctica no exenta de dificultades, de inconvenientes derivados de la existencia de estructuras productivas diferentes, con necesidades y complejidades propias, con problemas de carácter coyuntural y también estructural.
Una integración productiva eficiente que permita dotar de mayor valor agregado a nuestras exportaciones requiere un trabajo mancomunado, coordinado y signado por el objetivo de entender que podemos salir juntos al mundo a colocar nuestros productos; en definitiva, es preciso el compromiso de ambos países, la capacidad de entender la situación de cada uno de ellos en su búsqueda de un crecimiento sostenido y equitativo.
Este renovado impulso y compromiso de unión entre nuestros países nos reúne a quienes apostamos a la integración regional y a un Mercosur enérgico, dinámico, desde donde construir un espacio único en nuestra América del Sur en el que las fronteras no sean más que una referencia cartográfica.
Nuestro gran desafío del día es asumir plenamente la responsabilidad de respuestas al reclamo por una integración regional beneficiosa para todos, que sea palpable en todos los ámbitos y que se traduzca en mayores posibilidades y mejores condiciones de vida para argentinos y brasileños.
Pero la integración no puede constituirse en una eterna teoría, sólo apta para ser declamada en encuentros protocolares, beneficios simétricos, mecanismos flexibles, graduales y progresivos deben ser cosas prácticas y palpables, creadoras de empleo y generadoras de equidad y bienestar para nuestros pueblos.
Nuestra integración no puede significar una especialización donde un país crezca en materia industrial y el otro en el papel proveedor de bienes agrícolo ganaderos. Economías modernas y competitivas rechazan la idea de una integración sólo intersectorial, debemos proponernos y alcanzar una integración y especialización hacia el interior de los sectores en los que exista mejor posibilidad de complementarse para que cada uno de nuestros países desarrollen plenamente las diferentes ramas de la industria y del sector agropecuario, especializándose en algunos productos dentro de cada una de ellas. En esta línea debemos dar un contenido actual a nuestra sociedad estratégica y convertirla en una realidad visible para ambos pueblos.
Así como los primeros 20 años fueron un paso trascendente para la aproximación de las grandes políticas, esta nueva etapa debe estar orientada a poner a disposición de los ciudadanos los beneficios del proceso integrador. Nuestra meta prioritaria es la consolidación de una integración amplia y efectiva, que ofrezca un mejor porvenir para los habitantes de nuestros países.
Hace 6 meses encomendamos a los cancilleres Bielsa y Amorim a promover un proceso de reflexión y evaluación, que diera lugar a un plan que le devuelva la energía fundamental para el funcionamiento del Mercosur y que consolide política, institucional, económica y estructuralmente la relación del Mercosur.
Así fue como surgió el acuerdo de Brasilia, estableciendo un programa de profundización, actualización y aceleración de la relación bilateral, con vistas a celebrar protocolos sobre temas específicos. En tal sentido, los cancilleres, sus equipos y las administraciones de ambos países están llevando adelante un encomiable trabajo, abarcando una amplia variedad de temas de significativa importancia.
Así como los 24 protocolos derivados de la Declaración de Iguazú de 1985 motivaron la relación bilateral, durante los siguientes 20 años los acuerdos que surjan de este trabajo conjunto deberán fijar los lineamientos que guiarán y enriquecerán el vínculo entre la Argentina durante las próximas décadas. A partir de ellos, se establecerán ejes estructurales que cimentarán nuestra sociedad estratégica en particular impulsando acciones concretas cuyos resultados sean aprovechados por ambas poblaciones.
Se abarcarán temas tales como la provisión de energía, la facilitación y expansión del comercio; el establecimiento de una infraestructura que mejore las comunicaciones; la ampliación del nivel de conocimiento recíproco de nuestras sociedades a través de la cultura y la educación; la integración productiva; la facilitación de las condiciones de residencia y de circulación de las personas, una más eficiente vinculación de las comunidades de frontera, y el desarrollo científico y tecnológico entre otros.
Nuestros pueblos nos marcan un rumbo y la historia nos exige un compromiso de acción permanente. En esta nueva declaración de Iguazú asumimos ese compromiso de cooperación mutua.
De este modo nos responsabilizamos por los desafíos y trabajos que tal compromiso conlleva, el cual representa una obligación con nuestro futuro, pero también con el legado de los últimos 20 años. Lo hacemos con alegría, con convencimiento y con confianza en un porvenir de unidad, paz, desarrollo y solidaridad.
El pueblo argentino y el pueblo brasileño nos honran con la posibilidad de ser protagonistas destacados de un momento fundamental de la vida de nuestros países, en el que la democracia, el desarrollo y la integración conforman un círculo virtuoso.
Esperamos, querido amigo presidente Lula, de todo corazón, poniendo todo nuestro intelecto, toda la vocación integradora que tienen Argentina y Brasil, poder lograrla entre nuestros países y demostrarles a aquellos que son pesimistas y a veces no alientan la integración y creen que el futuro de Argentina y Brasil está en competir mutuamente entre nosotros. Estoy totalmente convencido que tanto usted, como en el caso nuestro, estamos absolutamente decididos a poder demostrarle a la historia que Argentina y Brasil van a crecer juntos, se van a integrar, vamos a superar las asimetrías, vamos a tener la madurez y la responsabilidad de encontrar un salto cualitativo en la compensación clara y concreta de los intereses que tenemos, y esa unidad de Argentina y Brasil en lo político, en lo social y en lo económico, y en la madurez de entender el mundo que viene, va a ayudar a que nuestra región pueda dar un salto cualitativo. Porque los argentinos y los brasileros tenemos una gran responsabilidad con nuestros pueblos, pero también debemos tener un gran grado de solidaridad con aquellas naciones que nos acompañan y que creen que en el desarrollo de Argentina y Brasil está su propio desarrollo.
Por eso no tengo ninguna duda que a lo que iniciaron allá en 1985 el doctor Alfonsín y el doctor Sarney en nombre de nuestros propios pueblos, nosotros le vamos a poder dar un paso cualitativo y una síntesis muy importante para lograr los acuerdos que muchos creen imposibles.
Frente a los sueños de aquellos que piensan en un mundo distinto, donde pensaron que por allí pasa por integrarnos con otros sectores y competir entre nosotros, yo creo que América se tiene que integrar a América, que Argentina y Brasil se tienen que integrar, tenemos que superar las dificultades en el trabajo cotidiano, con toda nuestra fuerza intelectual, nuestra capacidad de racionalidad, para demostrar que somos capaces de integramos en América primero, integrarnos en el Mercosur, para discutir nuestra integración con los distintos bloques del mundo.
Querido amigo, presidente Lula, yo confío profundamente en usted, sé que lo vamos a lograr y sé que su vocación es la misma.
También si usted me permite quiero agradecerle profundamente el acompañamiento de Brasil, de Uruguay y de Paraguay, en una decisión absolutamente consensuada, absolutamente valorada por las condiciones que tiene quien va a pasar a ser el nuevo presidente la Comisión de Representantes Permanentes, que es el ex vicepresidente de Argentina, el señor Carlos Alvarez. (Aplausos)
Agradecemos totalmente el acompañamiento y la confianza que nos han brindado, tanto su Gobierno como el querido Nicanor Duarte y Tabaré Vázquez. A todos muchas gracias, estamos muy felices de estar en este querido pueblo de Iguazú, al que queremos mucho y da muchísima suerte, cada vez que vine a Iguazú siempre nos fueron mejor las cosas y a mí también, voy a venir muy seguido. Muchísimas gracias.