Deseo expresar a usted mis felicitaciones por su elección para presidir estas sesiones, saludando también al presidente saliente señor Jan Kavan por su labor al frente de esta Asamblea.
En nombre de nuestro Gobierno queremos además renovar el reconocimiento a la acción a favor de la paz y el multilateralalismo que desarrolla el señor secretario general Kofi Annan, expresándole nuestra solidaridad ante el criminal atentado en el que funcionarios de esta organización perdieran la vida.
Desde el Sur del mundo concurrimos a esta Asamblea General con a firme convicción de que la revitalización de este ámbito de representación global es fundamental para que el derecho internacional vuelva a ser el instrumento racional que nos permita dirimir conflictos y enfrentar amenazas.
Retomar por parte de esta Asamblea el rol político primordial que ostentara en los albores de la organización de las Naciones Unidas, es una cuestión central para fortalecer el valor de seguridad de todos los ciudadanos del mundo.
Cierto es que en la multilateralidad se basó la creación de esta organización; me resulta insoslayable señalar que la guerra fría y la bipolaridad que caracterizó al mundo desde Yalta hasta al caída del Muro de Berlín, condicionó de manera innegable los instrumentos y la legislación que en su marco se adoptaron. Hoy, objetivamente y más allá de la valorización que a cada uno de los señores miembros le merezca, estamos ante al existencia de una supremacía tecnológica, militar y económica de un país sobre el resto, que es lo que caracteriza la actual situación mundial.
Creemos entonces necesario reafirmar una profunda adhesión a los propósitos y principios que animan a las Naciones Unidas, tanto para contar con una organización con activa participación en pro de la paz como la promoción del desarrollo social y económico de la humanidad.
Pero reafirmar la multilateralidad no puede agotarse en un mero ejercicio discursivo, sino que requiere una doble estrategia. Por un lado, apertura intelectual que permita comprender en toda su dimensión el nuevo escenario, que es objetivo. Por otro lado, la reformulación de instrumentos y de normas que permitan operar sobre esta nueva realidad del mismo modo que se operó durante la bipolaridad para evitar que el mundo saltara por los aires.
Multilateralidad y seguridad son elementos inseparables, pero no únicos en esta nueva ecuación. El mundo transita tiempos de cambio en el marco de la globalización, que crea oportunidades y riesgos sin precedentes. El más grande riesgo es el ensanchamiento de la brecha existente entre ricos y pobres, países centrales y países periféricos. No son escalas de un ejercicio intelectual, tampoco una cuestión de ideologías. Muy por el contrario, reflejan una realidad lacerante en términos de pobreza y exclusión social sin precedentes. Nuestra prioridad debe ser lograr que la globalización opere para todos y no para unos pocos.
Es que proveer a mejorar el desarrollo de los países periféricos no debe ser ya sólo una cuestión de sensibilidad social por parte de los países centrales, sino que es además una cuestión que atañe a su propia situación, a su propia seguridad.
Hambre, analfabetismo, exclusión, ignorancia, son algunos de los presupuestos básicos donde se generan las condiciones para la proliferación del terrorismo internacional o la aparición de violentos y masivos procesos de auténticas migraciones nacionales con su consecuente impacto cultural, social y económico y su correlato inevitable, la afectación del valor seguridad para los ciudadanos de los países centrales.
En la integración económica y en la multilateralidad política está la clave de un porvenir donde el mundo sea un lugar más seguro. Necesitamos construir instituciones mundiales y asociaciones efectivas en el marco de un comercio justo y abierto, además de fortalecer el apoyo para el desarrollo de los más postergados.
Promover el progreso y la seguridad colectivos con inteligencia exige asumir que el valor seguridad no sólo es un concepto militar, sino que reconoce como propio un escenario político, económico, social y cultural.
Son éstas las tareas centrales que tienen que asumir los principales actores de la agenda internacional. En este marco, la relación de países como el nuestro y otros con el mundo, está signada por la existencia de una aplastante y gigantesca deuda, tanto con organismos multilaterales de crédito como con acreedores privados.
Nos hacemos cargo como país de haber adoptado políticas ajenas para llegar a tal punto de endeudamiento, pero reclamamos que aquellos organismos internacionales que al imponer esas políticas contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de esa deuda, también asuman su cuota de responsabilidad. Resulta casi una obviedad señalar que cuando una deuda tiene tal magnitud la responsabilidad no es sólo del deudor sino también del acreedor.
Es necesario entonces que se asuma el hecho cierto, verificable y en cierta medida de sentido común de la terrible dificultad que ofrece el pago de esa deuda. Sin una concreta ayuda internacional que se encamine a permitir la reconstitución de la solvencia económica de los países endeudados y con ello su capacidad de pago, sin medidas que promuevan su crecimiento y desarrollo sustentable favoreciendo concretamente su acceso a los mercados y el crecimiento de sus exportaciones, el pago de la deuda se torna verdadera quimera.
En el desarrollo de exportaciones con valor agregado a los recursos naturales que la mayoría de los países endeudados poseen, pueden solventarse los primeros tramos del desarrollo sustentable, sin el cual sus acreedores deberán asumir sus quebrantos sin otra opción realista. Nunca se supo de nadie que pudiera cobrar deuda alguna de los que están muertos.
En pos de ese objetivo, tornar viable a un país para que pueda afrontar lo que debe, mucho ayudaría a la intensificación de las negociaciones de ámbito multilateral para la eliminación de las barreras arancelarias y para-arancelarias que dificultan del acceso de nuestras exportaciones a los mercados de países desarrollados, depositarios de la mayor capacidad de compra.
Es que en el comercio internacional de productos alimentarios por ejemplo, principal rubro de exportación de la República Argentina, continúan vigentes los subsidios a la exportación y a la producción, las cuotas arancelarias, las medidas fitosanitarias injustificadas, el escalonamiento arancelario, que deterioran los términos de intercambio de los productos primarios y obstruyen seriamente el acceso a los mercados de los bienes con mayor valor agregado.
El fracaso de las negociaciones de la OMC en Cancún vienen a ser un llamado de atención en este tema y debiera repararse en la ligazón que apuntamos entre nuevas oportunidades de negocios en el comercio internacional, el crecimiento de los países endeudados y la posibilidad del pago de sus deudas. Resulta paradójico y casi ridículo que se pretenda que paguemos nuestra deuda y al mismo tiempo se nos impida comerciar y vender nuestros productos.
En otro orden, si bien es cierto que entre los objetivos de los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional figuran el “acortar la duración y aminorar el grado de desequilibrio de las balanzas de pago de los países miembros”, así como “infundirles confianza con recursos para crear la oportunidad de que se corrijan sin que deban recurrir a medidas perniciosas para la prosperidad nacional o internacional”, también lo es que se necesita rediseñar organismos como el citado.
Este rediseño de los organismos multilaterales de crédito debe incluir el cambio de sus paradigmas, de modo que el éxito o el fracaso de las políticas económicas se mida en términos de éxito o fracaso en la lucha por su crecimiento, la equidad distributiva, la lucha contra la pobreza y el mantenimiento de niveles adecuados de empleo.
Este nuevo milenio debe desterrar los modelos de ajuste que basan la prosperidad de unos en la pobreza de otros. El comienzo del siglo XXI debe significar un final de época y el comienzo de una nueva colaboración entre acreedores y deudores.
En síntesis, resulta imprescindible advertir la íntima conexión existente entre seguridad, multilateralidad y economía.
La defensa de los derechos humanos ocupa un lugar central en la nueva agenda de la República Argentina. Somos los hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y por ello insistimos en apoyar en forma permanente el fortalecimiento del sistema de protección de los derechos humanos y el juzgamiento y condena de quienes lo violen. Todo ello con la cosmovisión de que el respeto a la persona y su dignidad deviene de principios previos a la formulación del derecho positivo que reconoce sus orígenes desde el comienzo de la historia de la humanidad.
Respeto a la diversidad y a la pluralidad y combate sin tregua contra la impunidad constituyen principios irrenunciables de nuestro país después de las tragedias de las últimas décadas. Somos fervientes partidarios de la solución pacífica de las disputas internacionales, particularmente en un tema tan caro a nuestros sentimientos e intereses como la disputa de soberanía que mantenemos por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marinos circundantes.
Las Naciones Unidas han reconocido que es ésta una situación colonial por parte del Reino Unido y que debe ser resuelta a través de negociaciones bilaterales entre la República Argentina y éste.
Valoramos el papel que le compete al Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, y manifestamos la más amplia vocación negociadora a efectos de poner punto final a esta controversia de larga data, objetivo permanente de la República Argentina. Exhortamos al Reino Unido a responder de manera afirmativa a la reanudación de las negociaciones bilaterales para resolver esta importante cuestión.
En ese mismo marco austral nos comprometemos a proteger los intereses de la comunidad internacional en la Antártida, asegurando que las actividades allí desarrolladas sean compatibles con el Tratado Antártico y con el Protocolo de Madrid sobre preservación del medio ambiente. Impulsaremos acciones en los fueros correspondientes para lograr la instalación de sus autoridades y el funcionamiento de la Secretaría del Tratado Antártico en su sede fijada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Expresamos nuestro respaldo y nuestra aspiración al logro de una paz estable y duradera en Medio Oriente, fundada en el inalienable derecho a la libre determinación del pueblo palestino y a un Estado independiente y viable, al mismo tiempo que reconocemos el derecho de Israel a vivir en paz con sus vecinos dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.
Hablamos de progreso y seguridad colectiva como los desafíos globales de la hora. Vivimos la íntima relación que existe hoy entre los problemas de la economía y la seguridad. Repudiamos aquí con firmeza las acciones del terrorismo.
Sabemos lo que estamos diciendo, nosotros hemos sufrido en carne propia en los años 1992 y 1994 nuestras propias Torres Gemelas, los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA significaron la pérdida de más de 100 compatriotas. Podemos dar testimonio de la necesidad de luchar con efectividad contra la existencia de las nuevas amenazas que constituyen el terrorismo internacional.
La vulnerabilidad frente a este flagelo de todos los países que integran la comunidad internacional sólo podrá disminuir con una inteligente acción concertada y multilateral sostenida en el tiempo. La lucha contra el terrorismo exige una nueva racionalidad, estamos ante un enemigo cuya lógica es provocar reacciones simétricas a sus acciones. Tanto peor tanto mejor, es su escenario más deseado y forma parte de esa lógica la creciente espectacularidad casi cinematográfica de sus operaciones. Legitimidad en la respuesta y respaldo de la opinión pública internacional son dos presupuestos básicos para enfrentar esos nuevos fenómenos violentos.
Esta comprensión ubica el problema del terrorismo internacional en una dimensión que excede la visión o la solución militar unilateral. Por el contrario, la sola respuesta de la fuerza, por más contundente que ésta sea o parezca termina en muchos de los casos presentando a los victimarios como víctimas. Se cierra de esta manera en un círculo perfecto la lógica perversa a la que aludimos.
Como vemos, ante la complejidad de la situación ya no sirve refugiarse en antiguos alineamientos, anacrónicas maneras de pensar o viejas estructuras. Los nuevos desafíos demandan distintas y creativas soluciones para no quedar atrás del cambio en el mundo, en lo tecnológico, en lo económico, en lo social y a no dudarlo hasta en lo cultural.
Asumimos el desafío de pensar nuevo para un mundo nuevo, combinar distintas ideas y crear medios prácticos para ponerlas al servicio de los pueblos que representamos. Ese es nuestro deber.
Muchísimas gracias. (Aplausos).
En nombre de nuestro Gobierno queremos además renovar el reconocimiento a la acción a favor de la paz y el multilateralalismo que desarrolla el señor secretario general Kofi Annan, expresándole nuestra solidaridad ante el criminal atentado en el que funcionarios de esta organización perdieran la vida.
Desde el Sur del mundo concurrimos a esta Asamblea General con a firme convicción de que la revitalización de este ámbito de representación global es fundamental para que el derecho internacional vuelva a ser el instrumento racional que nos permita dirimir conflictos y enfrentar amenazas.
Retomar por parte de esta Asamblea el rol político primordial que ostentara en los albores de la organización de las Naciones Unidas, es una cuestión central para fortalecer el valor de seguridad de todos los ciudadanos del mundo.
Cierto es que en la multilateralidad se basó la creación de esta organización; me resulta insoslayable señalar que la guerra fría y la bipolaridad que caracterizó al mundo desde Yalta hasta al caída del Muro de Berlín, condicionó de manera innegable los instrumentos y la legislación que en su marco se adoptaron. Hoy, objetivamente y más allá de la valorización que a cada uno de los señores miembros le merezca, estamos ante al existencia de una supremacía tecnológica, militar y económica de un país sobre el resto, que es lo que caracteriza la actual situación mundial.
Creemos entonces necesario reafirmar una profunda adhesión a los propósitos y principios que animan a las Naciones Unidas, tanto para contar con una organización con activa participación en pro de la paz como la promoción del desarrollo social y económico de la humanidad.
Pero reafirmar la multilateralidad no puede agotarse en un mero ejercicio discursivo, sino que requiere una doble estrategia. Por un lado, apertura intelectual que permita comprender en toda su dimensión el nuevo escenario, que es objetivo. Por otro lado, la reformulación de instrumentos y de normas que permitan operar sobre esta nueva realidad del mismo modo que se operó durante la bipolaridad para evitar que el mundo saltara por los aires.
Multilateralidad y seguridad son elementos inseparables, pero no únicos en esta nueva ecuación. El mundo transita tiempos de cambio en el marco de la globalización, que crea oportunidades y riesgos sin precedentes. El más grande riesgo es el ensanchamiento de la brecha existente entre ricos y pobres, países centrales y países periféricos. No son escalas de un ejercicio intelectual, tampoco una cuestión de ideologías. Muy por el contrario, reflejan una realidad lacerante en términos de pobreza y exclusión social sin precedentes. Nuestra prioridad debe ser lograr que la globalización opere para todos y no para unos pocos.
Es que proveer a mejorar el desarrollo de los países periféricos no debe ser ya sólo una cuestión de sensibilidad social por parte de los países centrales, sino que es además una cuestión que atañe a su propia situación, a su propia seguridad.
Hambre, analfabetismo, exclusión, ignorancia, son algunos de los presupuestos básicos donde se generan las condiciones para la proliferación del terrorismo internacional o la aparición de violentos y masivos procesos de auténticas migraciones nacionales con su consecuente impacto cultural, social y económico y su correlato inevitable, la afectación del valor seguridad para los ciudadanos de los países centrales.
En la integración económica y en la multilateralidad política está la clave de un porvenir donde el mundo sea un lugar más seguro. Necesitamos construir instituciones mundiales y asociaciones efectivas en el marco de un comercio justo y abierto, además de fortalecer el apoyo para el desarrollo de los más postergados.
Promover el progreso y la seguridad colectivos con inteligencia exige asumir que el valor seguridad no sólo es un concepto militar, sino que reconoce como propio un escenario político, económico, social y cultural.
Son éstas las tareas centrales que tienen que asumir los principales actores de la agenda internacional. En este marco, la relación de países como el nuestro y otros con el mundo, está signada por la existencia de una aplastante y gigantesca deuda, tanto con organismos multilaterales de crédito como con acreedores privados.
Nos hacemos cargo como país de haber adoptado políticas ajenas para llegar a tal punto de endeudamiento, pero reclamamos que aquellos organismos internacionales que al imponer esas políticas contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de esa deuda, también asuman su cuota de responsabilidad. Resulta casi una obviedad señalar que cuando una deuda tiene tal magnitud la responsabilidad no es sólo del deudor sino también del acreedor.
Es necesario entonces que se asuma el hecho cierto, verificable y en cierta medida de sentido común de la terrible dificultad que ofrece el pago de esa deuda. Sin una concreta ayuda internacional que se encamine a permitir la reconstitución de la solvencia económica de los países endeudados y con ello su capacidad de pago, sin medidas que promuevan su crecimiento y desarrollo sustentable favoreciendo concretamente su acceso a los mercados y el crecimiento de sus exportaciones, el pago de la deuda se torna verdadera quimera.
En el desarrollo de exportaciones con valor agregado a los recursos naturales que la mayoría de los países endeudados poseen, pueden solventarse los primeros tramos del desarrollo sustentable, sin el cual sus acreedores deberán asumir sus quebrantos sin otra opción realista. Nunca se supo de nadie que pudiera cobrar deuda alguna de los que están muertos.
En pos de ese objetivo, tornar viable a un país para que pueda afrontar lo que debe, mucho ayudaría a la intensificación de las negociaciones de ámbito multilateral para la eliminación de las barreras arancelarias y para-arancelarias que dificultan del acceso de nuestras exportaciones a los mercados de países desarrollados, depositarios de la mayor capacidad de compra.
Es que en el comercio internacional de productos alimentarios por ejemplo, principal rubro de exportación de la República Argentina, continúan vigentes los subsidios a la exportación y a la producción, las cuotas arancelarias, las medidas fitosanitarias injustificadas, el escalonamiento arancelario, que deterioran los términos de intercambio de los productos primarios y obstruyen seriamente el acceso a los mercados de los bienes con mayor valor agregado.
El fracaso de las negociaciones de la OMC en Cancún vienen a ser un llamado de atención en este tema y debiera repararse en la ligazón que apuntamos entre nuevas oportunidades de negocios en el comercio internacional, el crecimiento de los países endeudados y la posibilidad del pago de sus deudas. Resulta paradójico y casi ridículo que se pretenda que paguemos nuestra deuda y al mismo tiempo se nos impida comerciar y vender nuestros productos.
En otro orden, si bien es cierto que entre los objetivos de los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional figuran el “acortar la duración y aminorar el grado de desequilibrio de las balanzas de pago de los países miembros”, así como “infundirles confianza con recursos para crear la oportunidad de que se corrijan sin que deban recurrir a medidas perniciosas para la prosperidad nacional o internacional”, también lo es que se necesita rediseñar organismos como el citado.
Este rediseño de los organismos multilaterales de crédito debe incluir el cambio de sus paradigmas, de modo que el éxito o el fracaso de las políticas económicas se mida en términos de éxito o fracaso en la lucha por su crecimiento, la equidad distributiva, la lucha contra la pobreza y el mantenimiento de niveles adecuados de empleo.
Este nuevo milenio debe desterrar los modelos de ajuste que basan la prosperidad de unos en la pobreza de otros. El comienzo del siglo XXI debe significar un final de época y el comienzo de una nueva colaboración entre acreedores y deudores.
En síntesis, resulta imprescindible advertir la íntima conexión existente entre seguridad, multilateralidad y economía.
La defensa de los derechos humanos ocupa un lugar central en la nueva agenda de la República Argentina. Somos los hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y por ello insistimos en apoyar en forma permanente el fortalecimiento del sistema de protección de los derechos humanos y el juzgamiento y condena de quienes lo violen. Todo ello con la cosmovisión de que el respeto a la persona y su dignidad deviene de principios previos a la formulación del derecho positivo que reconoce sus orígenes desde el comienzo de la historia de la humanidad.
Respeto a la diversidad y a la pluralidad y combate sin tregua contra la impunidad constituyen principios irrenunciables de nuestro país después de las tragedias de las últimas décadas. Somos fervientes partidarios de la solución pacífica de las disputas internacionales, particularmente en un tema tan caro a nuestros sentimientos e intereses como la disputa de soberanía que mantenemos por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marinos circundantes.
Las Naciones Unidas han reconocido que es ésta una situación colonial por parte del Reino Unido y que debe ser resuelta a través de negociaciones bilaterales entre la República Argentina y éste.
Valoramos el papel que le compete al Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, y manifestamos la más amplia vocación negociadora a efectos de poner punto final a esta controversia de larga data, objetivo permanente de la República Argentina. Exhortamos al Reino Unido a responder de manera afirmativa a la reanudación de las negociaciones bilaterales para resolver esta importante cuestión.
En ese mismo marco austral nos comprometemos a proteger los intereses de la comunidad internacional en la Antártida, asegurando que las actividades allí desarrolladas sean compatibles con el Tratado Antártico y con el Protocolo de Madrid sobre preservación del medio ambiente. Impulsaremos acciones en los fueros correspondientes para lograr la instalación de sus autoridades y el funcionamiento de la Secretaría del Tratado Antártico en su sede fijada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Expresamos nuestro respaldo y nuestra aspiración al logro de una paz estable y duradera en Medio Oriente, fundada en el inalienable derecho a la libre determinación del pueblo palestino y a un Estado independiente y viable, al mismo tiempo que reconocemos el derecho de Israel a vivir en paz con sus vecinos dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.
Hablamos de progreso y seguridad colectiva como los desafíos globales de la hora. Vivimos la íntima relación que existe hoy entre los problemas de la economía y la seguridad. Repudiamos aquí con firmeza las acciones del terrorismo.
Sabemos lo que estamos diciendo, nosotros hemos sufrido en carne propia en los años 1992 y 1994 nuestras propias Torres Gemelas, los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA significaron la pérdida de más de 100 compatriotas. Podemos dar testimonio de la necesidad de luchar con efectividad contra la existencia de las nuevas amenazas que constituyen el terrorismo internacional.
La vulnerabilidad frente a este flagelo de todos los países que integran la comunidad internacional sólo podrá disminuir con una inteligente acción concertada y multilateral sostenida en el tiempo. La lucha contra el terrorismo exige una nueva racionalidad, estamos ante un enemigo cuya lógica es provocar reacciones simétricas a sus acciones. Tanto peor tanto mejor, es su escenario más deseado y forma parte de esa lógica la creciente espectacularidad casi cinematográfica de sus operaciones. Legitimidad en la respuesta y respaldo de la opinión pública internacional son dos presupuestos básicos para enfrentar esos nuevos fenómenos violentos.
Esta comprensión ubica el problema del terrorismo internacional en una dimensión que excede la visión o la solución militar unilateral. Por el contrario, la sola respuesta de la fuerza, por más contundente que ésta sea o parezca termina en muchos de los casos presentando a los victimarios como víctimas. Se cierra de esta manera en un círculo perfecto la lógica perversa a la que aludimos.
Como vemos, ante la complejidad de la situación ya no sirve refugiarse en antiguos alineamientos, anacrónicas maneras de pensar o viejas estructuras. Los nuevos desafíos demandan distintas y creativas soluciones para no quedar atrás del cambio en el mundo, en lo tecnológico, en lo económico, en lo social y a no dudarlo hasta en lo cultural.
Asumimos el desafío de pensar nuevo para un mundo nuevo, combinar distintas ideas y crear medios prácticos para ponerlas al servicio de los pueblos que representamos. Ese es nuestro deber.
Muchísimas gracias. (Aplausos).