Señor vicepresidente Daniel Scioli; señor presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, doctor Julio Werthein; señor jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, doctor Aníbal Ibarra; autoridades nacionales; señores miembros del cuerpo diplomático; señores empresarios; señores, señoras: quiero aprovechar la celebración de los 149 años de la vida de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires para poder intercambiar con ustedes algunas reflexiones y exponer nuestros puntos de vista en algunos temas que son de elevado interés en el tiempo que nos toca vivir.
Estamos conmemorando la fundación de una institución que ha sido capaz de mantenerse, pese a las muchas dificultades a las que nuestra Argentina nos ha sometido. Confío en que en este instante en la historia en que debemos valernos de otras lógicas nos impulse en la construcción de un país diferente. Son muchos y variados los compromisos que las instituciones tienen pendientes con millones de hombres y mujeres que habitan esta tierra.
La Argentina no ha logrado consolidar de un modo definitivo un proyecto de país que integre socialmente a sus habitantes en un marco de equidad y desarrollo. Durante los años 80 en pos de una pronta institucionalización desperdiciamos la oportunidad de impulsar el crecimiento armónico de la economía y a cambio sufrimos un proceso inflacionario que deterioró el ingreso de los asalariados. En la década siguiente, ante el desafío de la globalización, el país inició una etapa en la que sin estrategia de nación, obnubilado por la necesidad de estabilizar la economía y fortalecer la moneda, limitó excesivamente el rol del Estado al punto de dejar indefensa a una gran mayoría, privatizó sin un marco regulatorio adecuado los servicios públicos, abrió su mercado sin criterio de nación y culminó endeudándose en exceso y cayendo en default.
El corolario de esos años está hoy a la vista. Tras una primera etapa de crecimiento sobrevino una singular concentración del ingreso que nunca en nuestra historia se había observado. Ello, sumado a una recesión que se prolongó por casi 5 años, a la virtual desaparición de la industria nacional y a una crisis financiera de magnitud, acabó determinando una marginalidad social en la que millones de argentinos debieron sobrevivir junto a la falta de trabajo y la miseria. En ese contexto económico y social se construyó el estallido cívico de diciembre de 2001. No se trató sólo de la queja de aquellos que expresaron su enojo por la falta de respuestas de la dirigencia a los problemas que en concreto se vivían, se trató también de un reclamo ciudadano que le demandó a la democracia un proyecto de país que contenga a todos los argentinos, un modelo político y económico que regenere la calidad institucional de la República, que termine con el abuso, la concentración y la pobreza, que ponga en marcha la producción y recupere el trabajo como única forma de desarrollo digno en la sociedad moderna.
Queremos comportarnos como lectores cuidadosos de las demandas de nuestro pueblo y adoptar la mejor estrategia para un crecimiento sustentable. Debemos escuchar lo que cada argentino que hoy no tiene trabajo está demandando. Debemos estar atentos a lo que reclama cada joven que hoy no accede al estudio en el que la tecnología exige nuevas categorías del conocimiento. Debemos responder ante el padecimiento de cada anciano que no recibe atención a su salud en el momento en que más lo necesita. Debemos responder ante la impotencia del empresario honesto ante la falta de crédito que lo posterga. Tenemos que terminar con la competencia desigual a la que se ve sometido quien cumple con sus obligaciones fiscales. Tenemos que terminar con la frustración que siente quien se ha arriesgado a competir en un país que con falta de reglas claras lo desampara.
Que rememoremos en esta hora lo sucedido en los últimos 20 años tiene que servir para que todos tengamos presentes las enseñanzas de la historia. Sólo admitiendo lo que nos pasa seremos capaces de cambiar la realidad. No pretendo, como en otras tantas veces de nuestro pasado, impulsar planes coyunturales que sólo nos garantizan sobrevivir en la decadencia. No quiero ser el Presidente que les proponga a los argentinos convivir con la miseria de un modo remozado. Quiero dejar absolutamente claro también que no dejaremos que sean los sectores de interés quienes fijen nuestra agenda o el supuesto proyecto económico que ellos desean arreglado a la sola solución de sus problemas; aunque lo presenten como la salida única o el único remedio posible no habrá capacidad de lobby que pueda imponer a la sociedad esa agenda pública.
Es evidente que algunos piensan como único futuro posible el que se solucionen temas de su propio interés de la manera que ellos quieren, pero ya vimos adónde llegó la Argentina con la ortodoxia, el fundamentalismo de mercado y el discurso uniforme. Debemos salir del pensamiento único para consolidar la marcha hacia la construcción de un proyecto estratégico que con creatividad, pluralidad y capacidad de adecuación nos contenga a todos los argentinos. Necesitamos que nuestro producto bruto crezca, que se incremente la inversión, que garanticemos la continuidad del superávit primario ya obtenido, que mejoremos la recaudación, que bajen las tasas de interés y que crezca el empleo. Queremos ir cubriendo las asignaturas pendientes, que sabemos que existen, achicando los márgenes de error, persistiendo en el esfuerzo de ir modelando políticas económicas que tengan por finalidad el incremento de la equidad.
El combate a la evasión que propiciamos, las políticas de reconversión productiva que encaramos, la cristalina renegociación de los contratos de servicios públicos privatizados que postulamos, nos ayudan a caminar hacia una Argentina con proyección de futuro en el que los sectores no estructuren perversas alianzas con el poder político de turno, sino que se sientan parte de una fecunda asociación con un Estado que defienda lo nacional.
Tendremos que ser artífices de un cambio profundo en las estructuras financieras y productivas básicas del país y para lograrlo necesitamos del acompañamiento de todos y cada uno de nuestros compatriotas. Ningún proyecto político, económico o social tiene sentido si no sirve para mejorar las condiciones de la vida de cada uno de los componentes de la comunidad a la que está destinado. Nos toca diseñar un modelo de nación en el que las economías regionales se desarrollen, se integren entre sí a partir de un capitalismo tan pujante como inteligente.
La inversión privada y la competencia deben mostrarse capaces de lograr el desarrollo económico de nuestro país en un mundo globalizado. No se puede construir un país aislado en la gran aldea, pero no se debe hacer de la Argentina un país sin criterio, que arrastre a nuestros productores a una competencia que por desigual inexorablemente los quiebre. La experiencia nos demuestra que nuestra integración al concierto de las naciones debe ser llevada a cabo con el primer propósito de fortalecernos y beneficiarnos razonablemente en el libre juego de la oferta y la demanda. Tenemos que ser capaces de transformar el desafío de la globalización y nuestra crisis en una oportunidad que nos ayude a crecer. Para lograrlo necesitamos recrear un empresariado con decisión nacional, comprometido con la realidad social y económica de nuestra patria y absolutamente decidido a aceptar el desafío de la competencia. Queremos contar con hombres de negocios que con sus empresas, además de buscar réditos, favorezcan el desarrollo humano y la sociedad en la que se desenvuelven. Así lo reclama la ética en este tiempo. La Argentina necesita de empresarios que no sean ajenos a la crisis, al hambre de los argentinos, a la educación que no reciben los jóvenes y a la atención de la salud que no tienen los ancianos. Si no es así seguirá disociándose aún más el precario vínculo que hoy media entre las empresas y la gente. Queremos reglas claras que garanticen la competencia transparente de los mercados. Ya sabemos lo que pasa cuando algunos sectores empresarios se enquistan en las cercanías del poder para obtener ventajas que difícilmente lograrían sin el enorme privilegio que representa contar con la anuencia de quien gobierna. Necesitamos un sistema financiero comprometido con el desarrollo y no con la especulación, créditos para el consumo y la producción, créditos que financien las exportaciones que coloquen nuestros bienes y servicios más allá de nuestras fronteras. Estos son los objetivos que deben de crearse en el sistema financiero argentino.
Debemos contar con un Estado inteligente que establezca los límites precisos dentro de los cuales se desenvuelva la economía. Allí donde el mercado no es capaz de guardar equilibrio el Estado debe de estar presente. No se trata de reponer el Estado voraz, deficitario, que consumió gran parte de los ahorros presentes y futuros de los argentinos, el Estado en representación del bien común debe ser quien arbitre en las relaciones sociales y económicas sin condenar al país a la soledad en un mundo que inexorablemente se vincula. Un Estado que no se instituya para favorecer a uno u otro sector de nuestra economía, pues de ese modo sólo se lo tergiversa y se corrompe. El poder del Estado se establece por fijar las reglas de la competencia y sancionar a quienes las infringen para articular políticas que garanticen la equidad entre los agentes de los distintos mercados, para garantizar los derechos de los consumidores, para restaurar el equilibrio social en el mismo momento que se quiebra. (Aplausos)
Sólo si somos capaces de observar crudamente lo que nos ha pasado y lo que nos ocurre podremos entender el desafío que enfrentamos cuando queremos fijar los pilares de un nuevo país en que los valores de la producción y el trabajo destierren para siempre los vicios del oportunismo y la especulación.
Los datos de nuestra economía nos inspiran confianza y nos animan en el desafío. El crecimiento de la recaudación impositiva, el incremento del consumo, un superávit fiscal que excede en mucho lo comprometido con los organismos internacionales y una mayor demanda de trabajo, son sólo las pruebas del fin del estancamiento al que se vio sometida la economía nacional por espacio superior a un lustro.
Ante una economía que se recupera les cabe al mercado bursátil y a sus operadores un rol central. En él la confianza, la transparencia, la honestidad y el compromiso son y deben ser reglas invulnerables. Desde él, sobre la base del ahorro y la inversión, debe financiarse la producción, deben sumarse socios al aparato productivo y debe generarse así trabajo y crecimiento. La Bolsa, como un escenario para conseguir capital asociando voluntades debe superar a la Bolsa como escenario en que la especulación culmine por actuar en contra del aparato productivo. (Aplausos)
Si buscamos una economía productiva y transparente tenemos que promover un mercado de capitales en el que el azar o la especulación no sean la única causa motivadora de quien invierte. Debemos construir aquí una cultura que favorezca la producción y el esfuerzo.
En procura de ese objetivo tenemos que ocuparnos de retomar el círculo virtuoso del ahorro y la canalización responsable y transparente de la inversión a través de instrumentos contemplados en la ley de oferta pública que ha de asegurar el fin que todos los argentinos necesitamos.
En esa búsqueda necesitamos que las instituciones y los agentes del mercado de capitales aporten toda su profesionalidad, eficiencia y honestidad para transformar el ahorro en una inversión productiva que facilite el crecimiento de la economía. Con el capital, con un aparato productivo sano pero adormecido, con los instrumentos adecuados y las instituciones del mercado de capitales, debemos estar dispuestos a enfrentar el desafío de recomponer aquel círculo virtuoso del ahorro para favorecer la inversión productiva, el crecimiento y el trabajo. (Aplausos)
Las medidas que hoy anunciamos, referidas a jubilaciones, salarios, aportes e incentivo docente tienen aquel norte e indican que los esfuerzos y sacrificios que los posibilitan cobran un nuevo sentido en este marco conceptual.
La circunstancia de nuestra presencia aquí y la creación de nuevas alternativas de inversión como la negociación en el mercado bursátil de los cheques de pago diferido en el ámbito de la Bolsa (Aplausos), que implicará una agilización en la circulación de papeles de comercio con un aporte a la baja de tasas y un incremento de la transparencia de la negociación de esos instrumentos de crédito, habla concretamente de la confianza que tenemos en lo que vuestra institución ha significado y en los aportes que puede brindar. (Aplausos)
Es que si bien es cierto que no hay posible crecimiento sin financiación bancaria, debemos estar atentos a la apertura de nuevos medios de financiamiento. A diferencia del pasado, y por muy diversos factores, las inversiones provenientes del exterior serán un excedente por sobre las necesidades de financiación de la economía nacional que se sumará a los capitales locales, en vez de ser prácticamente la única fuente de recursos. En este plano, la condena al voluntarismo regulatorio que sabemos que jamás sustituye la falta de condiciones de crecimiento, no nos debe hacer dudar en la necesidad del ejercicio de una actividad regulatoria realista tanto en cuanto a su propósito como respecto de las expectativas con las que se lleve a cabo, para ser utilizado como una herramienta más a nuestro alcance para la solución de los problemas que se enfrentan. En todo caso, sin desmerecer la importancia de la financiación mediante endeudamiento, es importante que rescatemos del olvido el significado de la financiación mediante aportes de capital. (Aplausos) El cambio de conductas y pautas culturales será el signo de la construcción de una Argentina estructurada para bien de todos.
Señores, señoras: por sobre todas las cosas nos toca ser la generación de argentinos que superando el descreimiento se dediquen a modelar un nuevo país. Un país en que las normas se dicten para ser cumplidas; un país en que el Estado no permita que en el imperio de la inequidad unos padezcan lo que otros disfrutan; un país en que la economía se movilice, no para el beneficio de unos pocos sino para el de todos; un país que distribuya con justicia sus riquezas; un país en que sus habitantes disfruten sus días y no los sobrelleven bajo el cono de sombra bajo el que los abandona la indiferencia colectiva.
Señores: nuestra voluntad y nuestra decisión inclaudicable es construir un país normal, volver a ser un país normal; construir un país en serio; construir un país donde entendamos que todos los sectores de la sociedad tenemos verdades relativas, donde tengamos la humildad de comprender que en la verdad relativa de cada uno se halla esa verdad superadora que nos permita encontrar síntesis a los argentinos y que nos permita crecer en solidaridad.
Yo con absoluta honestidad creo en el país de la complementación, creo en el país que no puede desperdiciar las experiencias que ha tenido; creo en un país que debe mirar con absoluta capacidad de autocrítica constructiva qué es lo que nos ha sucedido, pero que debe tener la fuerza y la decisión de construir las herramientas de una nueva Argentina donde el crecimiento, la producción y la solidaridad sean cuestiones de todos los días.
No creo en una Argentina donde estemos enfrentados unos con otros, pero tampoco creo en la impunidad, porque la impunidad también nos llevó a esta Argentina que tenemos hoy, que nos causa tanto dolor. (Aplausos) Por eso les quiero decir, con absoluta claridad, que cuando a veces se expresa qué es tener un proyecto económico o qué es no tenerlo, seguramente muchos argentinos visualizamos de distinta forma cuál es el proyecto económico que hay que llevar adelante. Nosotros estamos absolutamente claros de por dónde vamos, sabemos cuáles son los pasos que tenemos que dar, estamos abiertos a escuchar permanentemente y a corregir cuando sea necesario, pero de lo que sí estamos absolutamente convencidos, por la experiencia reciente y no por una actitud de querer saberlo todo, que evidentemente para resolver todas las cuestiones internacionales que tiene la Argentina con los organismos multilaterales, con los distintos organismos de crédito con quienes tenemos relaciones y las distintas instituciones, los argentinos y quienes van conversando y tienen trato con nosotros, deben darse cuenta de que la única manera de volver a construir este gran país es garantizando la sustentabilidad interna con la integración externa; nunca más integración externa y que la Argentina explote como lo hizo en el 2001, cuando nos quedamos todos los argentinos angustiados en un país absolutamente anarquizado.
Por eso, mis queridos amigos, sé que ustedes sienten la patria y la nación como la sentimos nosotros; sé que ustedes aman la pluralidad y no el discurso uniforme, como lo hacemos nosotros; sé que en ustedes vamos a encontrar receptores y autocríticos leales para construir una Argentina diferente. Nosotros venimos hoy a celebrar junto a ustedes los 149 años de la Bolsa de Comercio despojados de cualquier situación y de cualquier preconcepto; venimos como argentinos para tendernos la mano solidaria, para hacer un nuevo país. Muchísimas gracias.