Señor gobernador de la provincia de Buenos Aires, querido amigo Felipe Solá; señor vicepresidente de la Nación, querido amigo Daniel Scioli; señor Intendente Municipal de Luján, querido amigo Miguel Prince; señor Nuncio Apostólico, querido amigo, Adriano Bernardini; señor Arzobispo de Mercedes-Luján, querido amigo monseñor Rubén de Monte; señor presidente de la Cámara de Diputados, querido amigo Alberto Balestrini; señores ministros; hermanos, hermanas; amigos y amigas: estoy feliz, porque acá, en la Casa de Dios, sé que puedo decir con absoluta tranquilidad y mirar a los ojos de nuestra Virgencita y a los ojos de nuestros hermanos, que hemos cumplido la palabra empeñada. Y cuando un hombre público puede decir que ha cumplido la palabra empeñada y puede mirar a los ojos de sus hermanos y hermanas de esta Tierra, les puedo asegurar que no tiene mejor y mayor felicidad que esa. Por eso estoy muy contento de haber cumplido la palabra de restaurar esta querida Basílica. (APLAUSOS)
Creo que la Casa de Dios es siempre un buen lugar para hacer algunas reflexiones. Hay una reflexión que la vengo pensando, analizando mucho estos últimos meses que es fundamental, la evolución en la tarea propia que los argentinos me encomendaron cuando me honraron eligiéndome Presidente de todos ellos y la alegría, la potencialidad y el amor que siento para hacer las cosas.
Los argentinos necesitamos una dirigencia que deje de quejarse, quejarse y quejarse y hablar mal del otro. Siempre digo que cuando se habla mal de los demás, es porque hay muy poco para hablar de sí mismo, esto es central. (APLAUSOS) Hay que priorizar la alegría y el amor de sentir cariño aún por el adversario; cuando a uno lo eligen tiene que administrar, trabajar todos los días y hacer -yo lo hago siempre- la misma tarea y tengo los mismos conceptos, monseñor Di Monte.
Creo que somos seres imperfectos, nos equivocamos, no soy una persona testaruda ni tozuda, sí con mucha fuerza para darme cuenta cuando me equivoco y trato de corregirlo rápidamente, nos pasa todos los días. Ojalá uno pudiera tener la dicha de la perfección.
Creo que este renacer de la Argentina nos tiene que encontrar a toda la dirigencia debatiendo ideas superiores para hacer mejor las cosas, no tratar de que al otro le vaya mal para poder ser algo; tenemos que terminar con esa visión de rostros tristones, esas caras de preocupados que ponen para tratar de decir, “mirá como piensan”, porque creen que poniendo caras de preocupados pueden ser buenos dirigentes. Uno, a veces, está preocupado y otras veces no lo está, pero la gente nos tiene que ver realizando cosas, haciendo cosas con alegría, con sonrisa, potencialidad. ¿Qué puede esperar un pueblo que ve a sus dirigentes todos los días enojados y con sus brazos caídos? No puede esperar nada.
Tiene que creer en esa dirigencia que tiene amor, fe en Dios, ganas de hacer las cosas, ganas de avanzar y avanzar para que todos los días un joven tenga trabajo, todos los días un abuelo tenga una jubilación digna, todos los días pueda un estudiante más ir a la universidad, todos los días vayamos levantando una industria nueva, todos los días vayamos construyendo el pavimento, la ruta, la avenida del nuevo tiempo, esto es fundamental y central; que recuperemos aquello de que la mejor mujer o el mejor hombre no es el más pícaro, el que hace plata más rápido, sino aquel que es el mejor estudiante, el que más trabaja, el mejor vecino, el más solidario, como cuando éramos chicos, eso era lo que admirábamos de nuestros pioneros; que veamos que los dirigentes no hacen grandes actos porque inauguran comedores, que a veces pueden ser necesarios, sino que se inauguren casas con una cocinita donde se junte la familia, los padres y los hijos a charlar del futuro, la esperanza y la vida. (APLAUSOS) Eso es recuperar la calidad cristiana, recuperar el amor y también que tengamos entre nosotros la capacidad del perdón permanente y la capacidad de entendernos.
Por eso, querido Monseñor, querido Nuncio Apostólico, le digo de todo corazón que me he sentido feliz de poder haber representado a los argentinos. Nunca me sentí agobiado, sí con responsabilidad, porque ustedes saben del país que me tocó tomar entre manos.
Y me siento feliz de llegar al final de mi mandato y, como digo siempre, como entré, con la gente y las convicciones y salir con la gente y las convicciones por la puerta. Esa es una cuestión de respeto hacia el pueblo argentino, que los presidentes lleguemos por la puerta que corresponde y nos vayamos por la puerta que corresponde, porque eso significa que estamos volviendo a la normalidad, a ser un país serio. (APLAUSOS)
He vivido horas hermosas; he compartido con la gente el vernos, el tocarnos, el besarnos, el darnos fuerzas, tenemos un gran pueblo; hemos recuperado nuestra autoestima, nos habían hecho sentir que éramos los peores del mundo y les puedo asegurar que el recurso humano y los argentinos son admirados en todo el mundo. No digo que seamos los mejores, pero que somos, somos y tenemos una capacidad humana, una capacidad de amar, de crear, de investigar, de estudiar que es respetada en todo el mundo, no tengan ninguna duda.
Por eso, hoy aquí, en la Basílica de Luján, como cristiano que soy, me siento feliz de estar compartiendo esta mañana con ustedes, me siento honrado de que me hayan dado la posibilidad de poder hablar aquí por segunda vez, jamás en mi vida lo voy a poder olvidar y quiero decirles a todos que espero que cuando se inaugure la tercera etapa y cuando cumplamos, como decíamos con Daniel, en ayudar al Centro Comercial del Luján para acompañar toda esta tarea que se está llevando adelante, puedan estar acá las autoridades del tiempo que viene y yo pueda estar allá, como un feligrés más, admirando lo que hacen los que vienen, porque eso es lo bueno, que lo que viene esté mucho mejor que lo que se va.
Muchísimas gracias, un abrazo muy grande a todos, muchas gracias, Nuncio, muchas gracias, Monseñor. (APLAUSOS)
Creo que la Casa de Dios es siempre un buen lugar para hacer algunas reflexiones. Hay una reflexión que la vengo pensando, analizando mucho estos últimos meses que es fundamental, la evolución en la tarea propia que los argentinos me encomendaron cuando me honraron eligiéndome Presidente de todos ellos y la alegría, la potencialidad y el amor que siento para hacer las cosas.
Los argentinos necesitamos una dirigencia que deje de quejarse, quejarse y quejarse y hablar mal del otro. Siempre digo que cuando se habla mal de los demás, es porque hay muy poco para hablar de sí mismo, esto es central. (APLAUSOS) Hay que priorizar la alegría y el amor de sentir cariño aún por el adversario; cuando a uno lo eligen tiene que administrar, trabajar todos los días y hacer -yo lo hago siempre- la misma tarea y tengo los mismos conceptos, monseñor Di Monte.
Creo que somos seres imperfectos, nos equivocamos, no soy una persona testaruda ni tozuda, sí con mucha fuerza para darme cuenta cuando me equivoco y trato de corregirlo rápidamente, nos pasa todos los días. Ojalá uno pudiera tener la dicha de la perfección.
Creo que este renacer de la Argentina nos tiene que encontrar a toda la dirigencia debatiendo ideas superiores para hacer mejor las cosas, no tratar de que al otro le vaya mal para poder ser algo; tenemos que terminar con esa visión de rostros tristones, esas caras de preocupados que ponen para tratar de decir, “mirá como piensan”, porque creen que poniendo caras de preocupados pueden ser buenos dirigentes. Uno, a veces, está preocupado y otras veces no lo está, pero la gente nos tiene que ver realizando cosas, haciendo cosas con alegría, con sonrisa, potencialidad. ¿Qué puede esperar un pueblo que ve a sus dirigentes todos los días enojados y con sus brazos caídos? No puede esperar nada.
Tiene que creer en esa dirigencia que tiene amor, fe en Dios, ganas de hacer las cosas, ganas de avanzar y avanzar para que todos los días un joven tenga trabajo, todos los días un abuelo tenga una jubilación digna, todos los días pueda un estudiante más ir a la universidad, todos los días vayamos levantando una industria nueva, todos los días vayamos construyendo el pavimento, la ruta, la avenida del nuevo tiempo, esto es fundamental y central; que recuperemos aquello de que la mejor mujer o el mejor hombre no es el más pícaro, el que hace plata más rápido, sino aquel que es el mejor estudiante, el que más trabaja, el mejor vecino, el más solidario, como cuando éramos chicos, eso era lo que admirábamos de nuestros pioneros; que veamos que los dirigentes no hacen grandes actos porque inauguran comedores, que a veces pueden ser necesarios, sino que se inauguren casas con una cocinita donde se junte la familia, los padres y los hijos a charlar del futuro, la esperanza y la vida. (APLAUSOS) Eso es recuperar la calidad cristiana, recuperar el amor y también que tengamos entre nosotros la capacidad del perdón permanente y la capacidad de entendernos.
Por eso, querido Monseñor, querido Nuncio Apostólico, le digo de todo corazón que me he sentido feliz de poder haber representado a los argentinos. Nunca me sentí agobiado, sí con responsabilidad, porque ustedes saben del país que me tocó tomar entre manos.
Y me siento feliz de llegar al final de mi mandato y, como digo siempre, como entré, con la gente y las convicciones y salir con la gente y las convicciones por la puerta. Esa es una cuestión de respeto hacia el pueblo argentino, que los presidentes lleguemos por la puerta que corresponde y nos vayamos por la puerta que corresponde, porque eso significa que estamos volviendo a la normalidad, a ser un país serio. (APLAUSOS)
He vivido horas hermosas; he compartido con la gente el vernos, el tocarnos, el besarnos, el darnos fuerzas, tenemos un gran pueblo; hemos recuperado nuestra autoestima, nos habían hecho sentir que éramos los peores del mundo y les puedo asegurar que el recurso humano y los argentinos son admirados en todo el mundo. No digo que seamos los mejores, pero que somos, somos y tenemos una capacidad humana, una capacidad de amar, de crear, de investigar, de estudiar que es respetada en todo el mundo, no tengan ninguna duda.
Por eso, hoy aquí, en la Basílica de Luján, como cristiano que soy, me siento feliz de estar compartiendo esta mañana con ustedes, me siento honrado de que me hayan dado la posibilidad de poder hablar aquí por segunda vez, jamás en mi vida lo voy a poder olvidar y quiero decirles a todos que espero que cuando se inaugure la tercera etapa y cuando cumplamos, como decíamos con Daniel, en ayudar al Centro Comercial del Luján para acompañar toda esta tarea que se está llevando adelante, puedan estar acá las autoridades del tiempo que viene y yo pueda estar allá, como un feligrés más, admirando lo que hacen los que vienen, porque eso es lo bueno, que lo que viene esté mucho mejor que lo que se va.
Muchísimas gracias, un abrazo muy grande a todos, muchas gracias, Nuncio, muchas gracias, Monseñor. (APLAUSOS)